ESPECTáCULOS
› “EMBRIAGADO DE AMOR”, CON ADAM SANDLER Y EMILY WATSON
Todo puede cambiar, si hay amor
Paul T. Anderson, el director de “Boogie Night” y “Magnolia” borda una historia romántica diferente, en el principal estreno de la semana.
› Por Martín Pérez
Ahí va Adam Sandler, caminando rápidamente por un galpón que parece enorme, pero al que nunca se lo verá entero en la imagen. De traje azul y siempre con algo en la mano, camina tan rápido que casi corre, mientras la banda de sonido se llena de golpes de tambor que parecen marcarle el ritmo. A sus pies, o a su cabeza. Nunca se ha visto algo así. Ahí corre Sandler con una taza de café enorme en la mano, y llega hasta la calle donde un auto se accidenta espectacularmente en medio de la nada y donde para un taxi que deja un pequeño piano en la vereda y parte inmediatamente hacia esa misma nada. Ahí vuelve a correr Sandler con el piano a cuestas hasta su galpón oficina, sin saber muy bien por qué.
¿Por qué usa ese traje azul? ¿Qué hace ese piano sobre su escritorio? ¿Irá a la fiesta de sus hermanas? Esas son algunas de las muchas preguntas que se le formularán al personaje durante el film. “No lo sé”, será su invariable respuesta, el parlamento más repetido por ese adulto incapaz de hacerse cargo de su adultez que es Sandler durante la hora y media de Embriagado de amor, el flamante film de Paul Thomas Anderson. Ultimo joven prodigio amamantado por Hollywood, Anderson es el autor de las ambiciosas Boogie Night y Magnolia, que cimentaron la fama de este director lanzado ahora a hacer una pequeña comedia romántica. Un film despojado y lleno de sí mismo, con una historia desconcertante y tierna entre un personaje socialmente retardado como el que encarna el humorista estadounidense y un ángel caído a salvarlo como el que encarna la actriz británica Emily Watson.
“Ya no quiero llorar, gritar y morirme”, pidió la trágica Watson cuando Anderson le contó que estaba escribiendo una película para ella. “Y yo quiero hacer una película que dure una hora y media”, fue lo que le respondió el director, que escribió los personajes de su film con Sandler y Watson tan en la cabeza que es difícil pensar en otra cosa que en ellos al hablar de la película, una obra tan atrevida como para ser un film prácticamente despojado de todo. Pero es en ese vacío que parte de la cabeza y el alma del personaje de Sandler donde se construye el paraíso romántico de sus protagonistas. “A veces no me gusto a mí mismo”, confesará su personaje en el comienzo del film. Más adelante le aullará al mundo eso de que “tengo un amor en mi vida y eso me da más fuerzas de las que te puedas imaginar” a la hora de correr hacia su desenlace.
Allá arriba en el panteón de las películas de John Cassavettes y Gena Rowlands figura una obra maestra llamada Una mujer bajo influencia. Es una película prácticamente filmada desde la cabeza de una mujer despedazada por su amor al mundo, a sus semejantes, a todas las cosas. Aunque la comparación se acerque a la herejía, Embriagado de amor podría llamarse con toda justicia “Un hombre bajo influencia”, pero con Sandler en ellugar de Rowlands, con todo lo que eso implica. Al vaciar el film para poder construir su historia en ese espacio tan amplio como ese galpón que nunca se ve por completo pero se intuye enorme, Anderson también vació lo que significan Sandler y Watson en el cine. Y desde los violentos exabruptos nerviosos de un hombre atrapado en la decepción de sí mismo es que llega esta tragicomedia romántica atrevida y fantástica, que se hipnotiza con sus personajes y deja en segundo plano casi todos los gags. Son parte de la banda de sonido hasta que, tan de golpe como los estallidos que aparecen aquí y allá, pasan escandalosamente a primer plano.
Desaforado ensayo sobre hermanos y hermanas atrapados en la violencia de la comedia, Embriagado de amor tiene una historia detrás para contar. O dos. Pero bien detrás. La del millaje que su protagonista está obsesionado en coleccionar comprando budines que no come para conseguir boletos gratis de avión que no piensa usar. Y la del llamado a una línea telefónica porno que lo lanza a una ridícula historia violenta, pero nunca tanto como las ideas que se le aparecen en la cabeza. Aunque nadie baile ni cante durante todo su metraje –salvo unos pasitos de Sandler en un supermercado–, Embriagado de amor tal vez sea el mejor homenaje al musical clásico que ha dado Hollywood en los últimos años casi sin darse cuenta. Allí están los corazones en danza de Adam Sandler y Emily Watson para atestiguarlo. Y esos tambores que hacen que Sandler cambie de escenario sin soltar lo que lleva en la mano. Como parte de una banda de sonido –y de un film en sí mismo– orgánica casi hasta la aberración, en la que incluso hay lugar para que Shelley Duvall repita una y otra vez “He needs me”, el estribillo de aquel tema de Harry Nilsson incluido en la banda de sonido de Popeye. Un leitmotiv que hace que Wilson por momentos parezca Olivia y Sandler sea aquel marinero intoxicado capaz de darle una piña a una pared y que en cada nudillo queden heridas sangrantes capaces de formar una por una las letras de la palabra “Amor”.