ESPECTáCULOS
› CRISTIAN DRUT ESTRENA “TOP DOGS” EN EL SAN MARTIN
Los ejecutivos, en quiebra
La obra de Urs Widmer retrata la crisis desde la cima. “No tenemos por qué reflexionar sólo sobre cartoneros y piquetes”, dice su director.
› Por Cecilia Hopkins
Un grupo de ejecutivos dramatiza sus experiencias con la idea de elaborar el cimbronazo del despido. Mientras tanto, una psicóloga intenta medir la estabilidad emocional de los cesanteados. La escena pertenece a Top Dogs, obra del suizo Urs Widmer, que subirá a escena hoy en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín, con la dirección de Cristian Drut (entre sus trabajos figuran Esposa, madre y niña desde lejos, de Marcelo Bertuccio; Badulaque, sobre textos de Horacio Quiroga, y La historia de llorar por él, de Ignacio Apolo), quien ya la había estrenado en la modalidad del semimontado en el Instituto Goethe, el año pasado. Integran el elenco Javier Acuña, Fabián Bril, Esteban Fagnani, Berta Gagliano, Ana Garibaldi, Uriel Milsztein y Javier Rodríguez. La música es obra de Edgardo Rudnitzky y Gustavo Dvoskin; el vestuario, de Cecilia Alassia, y la escenografía y diseño de iluminación pertenece a Gabriel Caputo.
La sesión terapéutica que describe la obra es organizada por una compañía encargada de diseñar programas de reinserción laboral para altos ejecutivos, llamados Top Dogs en la jerga empresarial. Widmer (nacido en 1938 en el cantón alemán de Basilea) supo interiorizarse del funcionamiento de estas agencias de recolocación de ejecutivos, “un mundo sorprendente –según reflexiona el autor– que existe al lado nuestro, que a veces coincide con nuestra propia realidad, pero del que nunca habíamos escuchado hablar”. Menos aún conocía Drut la existencia de estas insólitas compañías: “Al principio pensé que era un chiste de la obra, pero después supe que estas empresas existen”, confiesa Drut en la entrevista con Página/12, y define: “Son un intento por parte del capitalismo de reciclar lo que el propio sistema desecha”.
El director tiene en claro que el mundo planteado en Top Dogs retrata una realidad social ajena al país: “Cualquiera de las cosas que pasan en Europa a nosotros nos va a parecer ingenuo... en un país como Francia, cuando hay un recorte en cultura de un 0,3 por ciento se arma un escándalo y hay manifestaciones”. Pero fue precisamente lo disímil del panorama económico y social europeo lo que le interesó al momento de elegir el texto, en tanto verificó que le permitía “hacer una reflexión sobre el desempleo y la perversión del sistema empresarial, pero desde la punta de la pirámide”. Porque Drut no cree que para lograr una recepción productiva por parte del público una obra deba “reflexionar sólo entre cartoneros y piquetes”.
La tarea de paliar la angustia es una cuestión central en la obra: tanto el flamante desempleado como quienes tienen a su cargo la tarea de dejar cesante al personal de una empresa sufren, cada uno a su modo, las consecuencias de la presión social. “Acá en la Argentina –aclara el director–, al conjugarse la recesión con la compra o fusión de empresas, también se terminaron las ilusiones de los ejecutivos que pensaban hacer toda su carrera en la misma empresa.” Según detalla el director, “existen corporaciones que contratan a personas para comunicarle al personal que están despedidos, y así los ejecutivos que deben realizar esa tarea no se involucran emocionalmente”. En el mundo de las actividades empresariales, más conocidas son las metodologías empleadas en las entrevistas por un puesto de trabajo, “métodos perversos para evaluar la paciencia o el nivel de ansiedad del aspirante, que son consideradas como verdaderas pruebas sin que la misma persona lo advierta”.
–¿En qué consiste el programa de reinserción laboral que aparece en la obra?
–Esta empresa organiza terapias de grupo y juegos de rol para aquellos ejecutivos que deben conseguir otro empleo. Mientras escenifican sus despidos, ellos siguen con sus celulares y sus computadoras, viviendo en la ilusión de que todo sigue igual y que su status continúa siendo el mismo que cuando trabajaban. Cuando se confiesan los personajes, yo tengo una mirada cínica sobre las historias que ellos cuentan de sí mismos: creo que no hay nada verdadero detrás de esa gente.
–En Top Dogs se usa un lenguaje híper especializado. ¿Cree que esto podría dificultar la comprensión?
–Hay muchísimos monólogos, textos que todavía no sé cómo van a sonar pero confío en que despierten asociaciones en el espectador. Creo que el lenguaje empresarial usado en la obra es muy revelador, porque encierra una metáfora bélica muy interesante de analizar, sobre todo en un momento como éste, en que se avecina una guerra económica, como la de Irak. Todo lo que se relaciona con actividades corporativas, empresariales, utiliza términos que tienen que ver con la guerra: así se habla de asfixiar al enemigo, atacar el mercado, tomar posiciones estratégicas.
–¿Tiene intenciones de cambiar su modo de hacer teatro a partir de la elección de esta obra?
–No lo sé todavía. Soy parte de una generación que irrumpió muy fuertemente en los ‘90, pero que ahora tiene una producción demasiado parecida. Creo que se sigue peleando con un teatro que ya no es el hegemónico y entre nosotros se instaló una discusión que a mí ya me tiene aburrido, agotado. La elección de una obra tiene que ver con el espacio y yo creo que Top Dogs, que no es una obra para una tribu teatral, tiene más posibilidad de público. Esto a mí me empieza a interesar, lo mismo que el hecho de contar una historia en el teatro, no bajando línea como en los ‘70, sino como Berkoff, Koltés o Tabori, cuidando arquetipos, sosteniendo lugares de memoria. ¿Cuánto tiempo más vamos a decir que la realidad es banal, que no hay nada para decir? ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir canchereando sobre lo mismo?