ESPECTáCULOS
› A PESAR DE LOS BOMBARDEOS EN IRAK, HOLLYWOOD VUELVE ESTA NOCHE A FESTEJARSE A SI MISMO
Una ceremonia que se hará bajo el ruido de metralla
En sus 75 años de historia, nunca se suspendió una fiesta del Oscar y la de hoy no será la excepción. Varios artistas estarán ausentes con aviso, otros pueden desertar a último minuto y la tensión de la noche provendrá menos de ganadores y perdedores que de las palabras fuera de libreto.
› Por Luciano Monteagudo
El Oscar, se sabe, es una celebración. Una celebración que hace la industria del cine estadounidense de sí misma. Un estricto, rígido ritual con el que desde ha-
ce 75 años consecutivos la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood siempre ha cumplido rigurosamente, al margen de lo que sucediera en el mundo exterior. Ni la Segunda Guerra Mundial en los años ‘40, ni la de Corea en los ‘50, ni la sangrienta invasión a Vietnam en los ‘60 (con toda la resistencia que tuvo en el frente interno esa pesadilla en el Sudeste asiático) alcanzaron a modificar el calendario de una ceremonia que parece inalterable y que hoy volverá a realizarse, como si se tratara de un deber patriótico o como si el indiscriminado bombardeo en Irak fuera apenas un despliegue de efectos especiales, vistos a través de la pantalla mezquina y sin dolby estéreo del televisor.
A miles de kilómetros de ese escenario exótico, con la silueta de una mezquita o de una palmera iluminadas fugazmente por el estallido de un misil, los 5607 socios de la Academia se reunirán esta noche (a partir de las 22 hora argentina, transmite en directo Canal 9) alrededor de otro escenario, en este caso el del flamante Kodak Theater de Los Angeles, el nuevo templo pagano del Oscar. Habrá que ver entonces si esa comunidad tan homogénea, adoradora de un raro talismán dorado, podrá olvidarse por un rato de sí misma y aprovechar –algunos, por lo menos– la oportunidad de estar frente a millones de televidentes de todo el mundo para convertir su fiesta privada en una tribuna pública en favor de la paz.
Los organizadores del show –porque seguirá siendo un show, con bailes y canciones y luces y lentejuelas y orquesta en el foso– han previsto algunas medidas que pueden parecer apropiadas para un momento sombrío como el que se está viviendo. La inefable alfombra roja, por ejemplo, fue levantada 24 horas después de haber sido insta-
lada, lo mismo que las tribunas que señalaban el ingreso a la sala y donde habitualmente acampan los fans. Todo supuestamente en señal de austeridad y recogimiento, pero también, por qué no, para evitar que los famosos se vieran asediados por el público y por la prensa y tuvie-
ran que pronunciarse sobre algo más que el smoking o el vestido largo que promocionan esa noche. (Entre paréntesis, los cronistas de modas de Hollywood ya anunciaron que el color negro se impondrá claramente en esta ceremonia y que, entre las joyas, varias podrían ser colgantes de plata con el signo de la paz o la clásica paloma de Picasso).
Las precauciones que tomaron los responsables de la Academia incluyen, por supuesto, la multiplicación de las medidas de seguridad, que convertirán el downtown de Los Angeles en una suerte de fortaleza inexpugnable. Hasta el espacio aéreo de la ciudad puede llegar a cerrarse. Pero también se ocuparon de pedirles “moderación” a los candidatos en un almuerzo previo que algunos interpretaron como una presión no demasiado encubierta. Y vienen repitiendo una y otra vez que no dejarán que nadie, ni aun la estrella más pintada, pueda extenderse más de 45 segundos en su discurso de agradecimiento, el único momento que no está pautado en un guión que promete ser más de hie-
rro que nunca.
Claro, esos 45 segundos pueden llegar a parecer eternos si alguno de los posibles ganadores aprovecha ese lapso de libertad para decir lo suyo, como prometieron Ed Harris (candidato al Oscar al mejor actor de reparto por Las horas) o el español Pedro Almodóvar (nominado como mejor guionista y como mejor director, por Hable con ella).
En este sentido, el factor sorpresa jugará esta noche más que nunca y no precisamente a la hora de contar los premios. Hay celebridades y candidatos –los actores Will Smith y Jim Carrey, los directores Peter Jackson y Aki Kaurismäki, entre otros– que ya anunciaron su negativa a participar de una ceremonia que parece estar de espaldas a la realidad. Pero otras figuras, en cambio, reconocidas por su militancia antibélica, ratificaron su presencia. ¿Qué puede llegar a pasar cuando Susan Sarandon, por ejemplo, suba al escenario a entregar uno de los premios?Supuestamente, no puede sino atenerse a la letra escrita y eso se lo han recordado de manera pública (y sin duda también privada) los productores del show. Pero parece muy difícil que la mujer de Tim Robbins se calle la boca en un momento como éste.
¿Películas favoritas? ¿Ganadores cantados? ¿Premios tapados? La terminología de otros años parece, por lo menos, inadecuada para la ceremonia de esta noche. Todo parece fuera de lugar, empezando por la ceremonia misma. Pero si hay que hacer mención al motivo de la reunión, las estadísticas indican que, históricamente, la producción que acumula más candidaturas (en este caso Chicago, con 13) se suele llevar el Oscar a la mejor película. Y lo más probable es que la historia se repita. Un secreto a voces en Hollywood señala que Martin Scorsese se llevará este año la estatuilla al mejor director, tantas veces retaceada y ahora prácticamente asegurada por Pandillas de Nueva York, quizá su film menos personal. Lo cierto es que ya hay un triunfador neto en la noche de hoy y ése es el productor Harvey Weinstein y su compañía Miramax, cuyas películas –empe-zando por Chicago, Pandillas... y Las horas– reúnen cuarenta candidaturas, un record que sólo alcanzó la United Artists en 1940. Algo de esa fuerza monopólica, de ese expansionismo cinematográfico que hoy domina a Hollywood parece estar expresando, también, la política de todo un país.
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