ESPECTáCULOS
El mundo de los ejecutivos que se quedan sin trabajo
Cristian Drut dirige una llamativa versión de “Top Dogs”, del suizo Urs Widmer, que toma como tema central la problemática laboral de los empleados jerárquicos de las grandes empresas internacionales.
› Por Hilda Cabrera
El despido laboral de individuos que por su nivel jerárquico se permiten soñar con la propia excepción del mundo de los fracasados se ha convertido últimamente en materia de reflexión del teatro. Una débâcle que en estos tiempos se asocia a la política que llevan a cabo empresas que, instaladas en países donde los negocios dejan de ser rentables, rearman su staff en otras latitudes. Top Dogs apunta a esa realidad. Esta pieza breve del novelista y dramaturgo suizo Urs Widmer, representada en numerosas ciudades europeas y americanas, registra este fenómeno, producto de ajustes convalidados a nivel internacional. De ahí que, cuando la amenaza de quedar inopinadamente en la calle se concreta, estos ejecutivos pueden recurrir a consultoras dispuestas a salvarlos.
Widmer, nacido en Basilea en 1938, imaginó una sesión de desplazados reunidos por una tal New Challenge Company (NCC), “líder en outplacement”. Una mesa oval, semejante a las que se utilizan en las reuniones de directorio, sirve de elemento escenográfico alrededor del cual se dramatiza el momento del despido. Conformado el grupo, solo resta sobreponerse y actuar de modo positivo frente al golpe. Esto significa insuflarse ánimo y hacer del propio alicaído yo un superyo triunfador. El resultado será una imagen vendible. Esta medicina es válida para todos. Implica la puesta en marcha de una estrategia uniforme que acaso sirva para mantener a unos y otros bien adheridos al sistema, aun después del descarte.
Es así que, para huir de la atonía o de la perplejidad en la que quedan sumidos quienes otrora ocuparon puestos gerenciales, se diagraman sesiones de dramatización. Se parte del despido para incursionar en los aspectos más vulnerables de unas señoras y unos señores que hasta entonces disfrutaron de un buen pasar y que, tras el impacto, padecen, también ellos, humillación y soledad. Ejemplo de esto es, entre otros, la ejecutiva que reacciona yéndose a algún lugar paradisíaco del Caribe, pero en lugar de disfrutar del mar se encierra en una pieza de hotel, vistiendo, eso sí, una bikini. O el gerente que simula estar ocupado en las horas de trabajo porque no se atreve a confiarle a su mujer y a sus hijos que perdió el puesto. A individuos como éstos promete rescatar la NCC, especie de mano amiga de un sistema que expulsa gente pero también recicla.
Widmer, quien ha recibido premios literarios y otros como dramaturgo, se ha propuesto, según parece, radiografiar un estamento social del mundo de los negocios. Su mirada se fija en un estrato globalizado a cuyos integrantes los iguala el rango. No importa dónde estén ni a qué empresa pertenezcan. En este punto, Top Dogs es un híbrido, aun cuando la traductora de la puesta realizada por Cristian Drut aclara que ésta no es una adaptación y que solo hubo sustitución de los localismos utilizados por el autor suizo. Se advierte, en cambio, la influencia de giroscaracterísticos de los modelos de gerenciamiento estadounidenses, los más copiados por los ejecutivos argentinos.
Que existan empresas dispuestas a sacar del atolladero a sus ex empleados jerárquicos no es un hecho nuevo en el mundo, pero ese esfuerzo procura una recompensa: la fidelidad del desplazado. En esta sujeción a ese universo laboral, tan fuerte que se pasan por alto las desventajas (que se envíe a un ex a un país remoto, por ejemplo), no se descarta la parodia. Estos personajes podrían sustentar un postulado de rutina: si no pienso para la empresa, no existo; y si no existo, me quedo sin voz. Es cierto que el montaje de Drut no tiende al subrayado, salvo quizás en algún soliloquio (o confesión) de estos personajes que, aun sabiéndose prescindibles, no atinan a despreciar el sistema que los rechaza. Por el contrario, unos y otros piden que se los asesore en la desgracia. Ni siquiera les importa que se los considere “basura de cuello blanco”. Sucede que el deseado renacimiento es para ellos obra de un poder anónimo, el mismo, quizá, que les vende esperanza y los reúne en torno de una mesa de ejecutivos para que no extrañen la bonanza anterior y se imaginen aguerridos, capaces de producir acciones mejores o peores, pero casi siempre poco fiables. Estos personajes llevan el nombre de los mismos actores, que se muestran eficaces en la composición de sus respectivos papeles. En el conjunto se luce especialmente Uriel Milsztein, el más llorón del grupo, uno de los “monstruos sentimentales” más patéticos de este juego de roles destinado a amansar a los que padecen el aquí llamado “shock de la desvinculación”.