ESPECTáCULOS
› “DEJAME VIVIR”, CON MICHELLE PFEIFFER
Seducida y abandonada
› Por Martín Pérez
Adaptación de una primera novela femenina que fue best seller, Déjame vivir es un clásico drama de fin de infancia, un film sensible sobre mujeres que deben crecer solas; o que son, simplemente, dejadas solas. Y sobre una adolescente tratando de liberarse de la influencia de su madre. Pero que –hay que decirlo– no deja de ser esa clase de film que desde el comienzo anuncia su final. Al fin y al cabo, su título en castellano no deja lugar a ninguna duda con respeto a su trama, mientras que el inglés –igual al título de la novela– se refiere a una flor venenosa, una metáfora que habla del papel que le cabe a la madre de la protagonista.
Avalada por un elenco femenino de lujo, con la pequeña y hermosa Alison Lohmank en su primer papel protagónico, Déjame vivir es antes que nada un vehículo para el lucimiento de Michelle Pfeiffer encarnando a un personaje duro como el hierro. Pfeiffer es Ingrid, la madre independiente y artista de la pequeña Astrid, que aleccionará a su hija con consejos contundentes. “Nunca dejes que un hombre pase la noche en casa. Y nunca te disculpes ni le des explicaciones”, dirá Ingrid, que al romper sus propias reglas dará curso a la tragedia de la vida de su hija. Su decisión de asesinar a un novio infiel –y su consiguiente encarcelamiento– dejará a Astrid librada a su suerte, una suerte que la llevará de hogar en hogar, con algún que otro paso por un internado.
Según apunta la crítica norteamericana, esta adaptación cinematográfica de la novela de Janet Finch redujo bastante el número de hogares adoptivos, así como bajó el tono de su educación sexual. A pesar de ello, Déjame vivir se puede ver como una especie de catálogo de todos los posibles hogares disfuncionales para películas con adolescentes sin padre. Transitando por todos los lugares comunes del género, si el film de Peter Kosminsky no abochorna es precisamente por el medido tono de sus revelaciones. Tratando de no golpear demasiado bajo, y evitando la denuncia o el cinismo, Déjame vivir es casi como un melodrama clásico, cuyo destino que depende del interés o no de los diálogos entre sus personajes femeninos. El director realmente parece haberse esforzado por adaptar todos los pliegues de la novela original, pero todas sus historias terminarán diluyéndose en busca de una epifanía permanente.