ESPECTáCULOS
Una película que vale lo que valen sus estrellas
“La gran estafa”, de Steven Soderbergh, presenta un elenco espectacular liderado por George Clooney, Brad Pitt y Julia Roberts. Más allá de eso, cumple en su intención de entretener.
› Por Martín Pérez
“Necesito una razón por la cual hacer esto”, razona Rusty. “Porque la banca siempre gana. Si apostás durante mucho tiempo, al final el casino termina ganando. Pero si tenés una buena mano y sabés retirarte, ahí sí podés ganar vos”, es la respuesta de Danny Ocean, el cerebro detrás de La gran estafa, el film con el que el ex indie Steven Soderbergh demuestra que lleva a Hollywood en el corazón. Y que sabe muy bien cómo llevarlo. De la misma manera en que lo llevaron quienes hicieron que la meca del cine fuese lo que es. Y con un film como La gran estafa Soderbergh también termina de demostrar otra cosa. Que aquel cine independiente estadounidense que revolucionó los noventa, al fin y al cabo, lo único que quería era ser parte de la gran maquinaria Hollywood. Y de lo único que se quejaba era de que no les abrían las puertas. En el gran casino del negocio del espectáculo, mientras tanto, desde hace un par de films que Soderbergh viene teniendo una buena mano. Y la pregunta es si sabrá cuándo retirarse. O, como su Ocean, sólo cree saberlo.
Mientras tanto, Soderbergh sigue filmando como quien le gana una mano de poker a las más inútiles estrellas de Hollywood, algo que hace su Ocean apenas sale de la prisión. Ocean llega a esa mesa porque en ella trabaja su amigo Rusty, que (sobre)vive intentando enseñarles a las estrellas cómo jugar a las cartas. Después de haber pasado un tiempo en la cárcel (“Robé algunas cosas”, le explica lacónicamente a sus compañeros de mesa), Ocean idea un descabellado plan para robar tres casinos de Las Vegas en una misma noche. Para eso, necesita armar todo un equipo. Necesita once ladrones tan honestos como él: Los Once de Ocean, tal el nombre del film en su idioma original.
Suerte de remake del primer film del Rat Pack original –el quinteto de duros liderado por Frank Sinatra y Dean Martin–, si en algo coinciden todos los comentarios sobre el film de Soderbergh y George Clooney -productor, además de protagonista– es que ambos jugaban sobre seguro con este proyecto, porque les iba a ser difícil presentar una película peor que la dirigida por Lewis Milestone más de cuarenta años atrás. Extraño caso de una remake hollywoodense que es mejor que el original, La gran estafa comienza destacándose por lo más importante en esta clase de films, que es la introducción de sus protagonistas. Como en una especie de “Sábado Bus” espectacular, uno a uno van desfilando los once convocados de Ocean, que importan en tanto actores así como sus personajes. Generosa en líneas memorables y gags iniciáticos, las presentaciones de todos son casi imperdibles. Aunque tal vez el mejor sea Elliott Gould como el exagerado ricachón de bata abierta, grandes anteojos y pelo en pecho. Luego del desfile, vendrá el momento de explicar el descomunal robo de 150 millones de dólares –cosas de estos tiempos: en el film original los millones eran11– de una bóveda con seguridad nuclear, en una ciudad con tantos hombres armados a su servicio como para invadir París. Y a partir de entonces sólo será cuestión de preparar el golpe y realizarlo, dejando algún engaño también para los espectadores. Pero sin complicarlos demasiado.
Filmada con mucho estilo antes que cualquier otra cosa, La gran estafa es un film que vale lo que valen sus estrellas. Y su estilo. Ni más ni menos. Mezclando El golpe con Rififí y aquella primer Misión Imposible de De Palma, no hay nada en el film de Soderbergh que no sea previsible. Pero no por eso deja de ser disfrutable dentro de su género. Todo lo contrario. Cada actuación y cada detalle tiene estilo y gracia, hasta la aparición del verdadero motivo por el que Ocean está allí, que es la misma razón por la que Julia Roberts está en el film. El filoso primer diálogo entre ambos es uno de los pocos anticlímax del film. Su cruce de reproches en frases cortas a lo Chandler o Hammett no tiene nada que hacer allí, entre tanto jarrón veneciano a lo Sherlock, todo misterio aterciopelado antes que novela negra, como para no salirse de estilo.
“El patio de juegos de Norteamérica”, dice Ocean de Las Vegas, el lugar donde lleva a sus once compañeros para intentar hacerlos millonarios. Allí es donde precisamente juega Soderbergh, y su film de vermouth-con-papasfritas-y-good-show termina siendo precisamente eso: un entretenimiento en el mejor patio de juegos del mundo. El cine, obviamente. Allí es donde se divierten Soderbergh y sus estrellas, y gracias a ellas también se divierte el público. Y al final, todos salen satisfechos, como en ese plano final de sus sonrientes protagonistas. Ellos sonríen para el público, y cobran un jugoso salario por esa sonrisa. Y el público sonríe ante ellos, después de pagar por verlos sonreír al final. De eso se habla cuando se habla de Hollywood, después de todo.