Jue 14.02.2002

ESPECTáCULOS  › “SABIDURIA GARANTIZADA”, JOYA DEL CINE ALEMAN

Una extraña pareja en Tokio

Por M. P.

Los chicos gritan y no lo dejan dormir. Uwe grita para que lo dejen dormir. Su mujer intenta explicarle que sus hijos gritan porque lo escuchan gritar todo el tiempo. Uwe se agota y sale a correr. Uwe es un convincente vendedor de muebles de cocina, que recita con seguridad sus máximas de convivencia hogareña sólo para la venta, pero no está atento a ellas en su casa. “La cocina es el lugar más importante de la casa, ya que allí es donde uno se comunica diariamente con los suyos”, dice, pero en su cocina es donde humillará por última vez a su mujer, que de buenas a primeras partirá con sus hijos, dejándolo solo con sus miserias. “¿Por qué no me dijo nada?”, se queja una y otra vez un borracho Uwe mientras apaga su cigarrillo en el jardín de escritorio de su hermano Gustav, un fanático del feng sui y el yoga, a punto de emprender una esperada excursión a un monasterio zen japonés.
Contra todas las leyes de la lógica y el sentido común, Gustav se rendirá ante las súplicas beodas de su hermano en pena, y decidirá llevarlo consigo en su periplo hacia Monzen, y así el devenir de Sabiduría garantizada, el sucesor inmediato de ¿Soy linda? (1998) dentro de la filmografía de la directora alemana Doris Dörrie, quedará bien claro. O, mejor dicho, felizmente fuera de registro. Lejos de emprender el habitual derrotero de la humillación casi sádica para el macho en justos problemas, el que le dedicó por ejemplo al protagonista de Hombres (1985) -interpretado por el mismo actor, Uwe Ochsenknecht–, Dörrie elige aquí otro camino. Reúne a dos hermanos en un viaje imposible, y así es como ella misma suscribe un extraordinario film zen, en el que los nombres de sus personajes son los de los actores. La película fue rodada en digital con un pequeño equipo que se hospedó en el monasterio, y hasta sufrió los rigores disciplinarios del mismo junto a los protagonistas durante los quince días que duró el rodaje.
Film en tres actos –el primero cuenta la salida de los protagonistas Alemania, el segundo su travesía por Tokio hasta llegar a destino, el tercero y último la estadía en el monasterio–, Sabiduría garantizada es una extraña comedia de tono menor, en la que la química entre los hermanos Uwe y Gustav remite a la que entregaron Jack Lemmon y Walter Matthau en Extraña pareja. Diferentes en la forma, pero cada vez más parecidos con el correr del film en tanto hombres, alemanes y hermanos, Uwe y Gustav se perderán en Tokio de la misma manera que están perdidos en la vida cotidiana. Sin dinero por culpa de la borrachera más cara de su vida y sin tarjetas de crédito porque les han sido devoradas por un cajero automático (no logran comprender el pedido del dibujo animado aparecido en la pantalla), los hermanos no se enfrentarán a una extraña lucha de culturas sino a un aprendizaje. Sobrevivirán en Tokio precisamente por ser alemanes, acompañados sólo por el libro del Tao del no tan Tao Gustav, y la cámara de video de Uwe, en lo que tal vez sea la mejor parte del film. Con todo el tiempo del mundo para recorrer cada uno de los extraños vericuetos de las aventuras de Uwe y Gustav, Sabiduría garantizada es un film libre, que se ríe en voz baja de todo lo que presenta. Se ríe del ciego machismo de Uwe, se ríe del feng shui de Gustav, Gustav se ríe de la tragedia de Uwe, Uwe se ríe del jardín de escritorio de su hermano y así las cosas. Sin embargo, esa risa no deja de ser comprensiva, y no invalida el paso siguiente. Film construido de a pequeños pasos y que aprovecha cada uno de los mismos gracias a la libertad digital –la de poder inspeccionar cada pliegue de la aventura de sus protagonistas–, Sabiduría garantizada garantiza sólo la sabiduría de lo que puede ser tomado en serio, después de haber sido motivo de risa. Pequeña joya de un cine realmente alternativo, y no por eso menos entretenido o para pocos, la aventura de esta extraña pareja alemana por Japón es un retrato de un mundo globalizado y ajeno, y por eso mismo propio y tan justo, como las injusticias diarias de una vida capitalista sin dinero y sin tarjetas de crédito. Pero con mucho zen y tao, claro.

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