Sáb 12.04.2003

ESPECTáCULOS  › EL URUGUAYO FERNANDO CABRERA PRESENTA AQUI “VIVEZA”

“Soy un gran fanático de Almendra”

A veinticinco años del inicio de su carrera musical, luego de haber abandonado el Conservatorio y la idea de convertirse en profesor de Historia, el notable cantautor debuta esta noche en La Trastienda.

› Por Martín Pérez

“Fue algo terrible”, define Fernando Cabrera al día siguiente de haber actuado por segunda vez en Buenos Aires. Tal como pasó con Jorge Drexler, Cabrera cantó aquí por primera vez en público como invitado especial de los Bersuit Vergarabat, en su caso al promediar el primer Luna Park de los seis con los que la banda cierra su gira De la cabeza. Presente en los cuatro shows del primer fin de semana de los Bersuit en el Luna, Cabrera confiesa que antes de aquella primera noche se había olvidado de cómo era el público rockero argentino: “No asiste a escuchar un recital sino a participar”, define. “Van para saltar y cantar toda la noche. Me parecía como que la Bersuit no fuesen los que estaban sobre el escenario sino las diez mil personas que llenaban el lugar.” Hoy, este inclasificable músico uruguayo debuta en un espectáculo propio en Buenos Aires, presentando su disco Viveza en La Trastienda, seguramente en otro marco de fervor.
“Voy a tocar unas veinte canciones, solo con mi guitarra”, resume Cabrera sobre un debut porteño para el que –bromea– se ha estado preparando un par de décadas. “Es que soy un tipo meticuloso”, se ríe el cantautor que debutó discográficamente veinticinco años atrás, como parte del trío monTRESvideo en un álbum colectivo titulado 5 del 78, junto a Leo Masliah, Rubén Olivera, Estela Magnone y Cecilia Prato. “Lo que nos unía a todos en aquel entonces era el hecho de sentirnos pioneros circunstanciales. Porque, debido al vacío provocado por la dictadura, los que aparecimos entonces teníamos que volver a dar marcha a un movimiento que ya no estaba”, explica. El que lo empujó a ponerse a componer fue Jorge Lazaroff. “Yo estudiaba composición en el conservatorio, y en el fondo pensaba en ser profesor de historia, pero cuando le mostré un par de canciones, me dijo que me tenía que dedicar a eso. Y me invitó a los ensayos de un grupo que estaba armando con unos amigos.” El grupo se llamaba Los que iban Cantando, cuyas canciones –junto a las del primer disco de Eduardo Darnauchans– le permitieron pensar que había un lugar para él en el mundo de la música popular.
Cinco lustros, dos grupos y más de una docena de discos más tarde, asegura que aún está aprendiendo lo esencial del arte de la canción. “La clave es ser simple y hondo, y dejarse de pavadas. Y el mejor ejemplo de eso para mí es otro uruguayo: Dino. Llegar a la profundidad, a la emoción, a pegar dentro del alma, pero no con lo complejo sino con lo simple. Es una magia que no muchos consiguen. Cuando uno es joven, cree que las complejidades legitiman. Pero espero que de ahora en más mi carrera siga siempre para ese lado.”
–¿Es verdad que considera una “alcahuetería cultural” hacer rock en castellano?
–El contexto de esa frase es Uruguay. A mí me enorgullece ser uruguayo. Y me parece que tenemos una cultura musical muy importante, que tiene algo para decir desde su lugar. Está bien la globalización, pero cada comarca tiene que mostrar lo suyo. Entiendo que es inevitable estudiar la música anglosajona, algo que incluso hice durante una época de mi carrera, porque quería meter toda esa información dentro de lo que yo hacía. Pero de ahí a convertirme en un repetidor de lo que hacen otros... no me entra en la cabeza. Porque, si no, terminamos haciéndoles rocanrol a los yanquis, pero ellos no vienen acá a tocar murga, milonga o cielito. Por eso, del rock argentino, soy un gran fanático de Almendra. Porque lo que ellos hicieron a los veinte años no lo hizo nadie, mezclaban los Beatles con Piazzolla con el folklore, y era algo mágico, contemporáneo y al mismo tiempo propio. También me gusta lo que hacen los Bersuit, que mezclan el rock con la cumbia, por ejemplo.
Uno de los lujos de la larga carrera de Cabrera es haber grabado con Eduardo Mateo. “Yo era un admirador suyo desde los quince años”, recuerda. “Lo conocí en 1983, porque él estaba grabando su disco –Cuerpo y alma–en el mismo estudio donde grabamos el nuestro con el grupo Baldío. A él le gustaba mucho el grupo, especialmente un tema como ‘Méritos y merecimientos’, que terminamos haciendo en el disco.”
–¿Cómo surgió la idea de hacer un disco, que hoy es mítico, juntos?
–Fue cuando yo estaba grabando mi disco Buzos azules, y él se aparecía por el estudio porque era amigo del dueño. Una tarde, charlando en un boliche me propuso que hiciésemos algo juntos. Pero era algo que le decía a todo el mundo, sólo que yo tuve la inconciencia de responderle que sí. Todos le escapaban, porque Mateo era un bohemio, que estaba siempre mal de guita. Pero conmigo él siempre se portó como un caballero, era el más puntual y el más responsable de los dos. La gente me preguntaba: “¿Qué le hiciste a Mateo?”. Yo no le había hecho nada. Fue algo que él se hizo a él mismo, y duró durante el año y medio que estuvimos juntos.

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