ESPECTáCULOS
“Todos llevamos el delito dentro nuestro”, dice Michael Douglas
En un especial que se estrena hoy, el actor afirma que vive “en zonas grises”, ya que no le gusta “ver las cosas en blanco y negro”.
› Por Emanuel Respighi
A lo largo de su carrera, el actor Michael Douglas cultivó un perfil de hombre poderoso y elegante, acorde al lugar que ocupa hoy en el mundo del cine. Sin embargo, la vida del protagonista de Wall Street, Fin de semana de locos, Atracción fatal y Bajos instintos, entre otras polémicas películas, no siempre transcurrió rodeada del glamour propio de Hollywood. Mucho antes de convertirse en estrella, cuando adolescente, Douglas fue un ferviente militante del movimiento hippie. “Empecé en el teatro en la Universidad de Columbia haciendo teatro guerrillero, que era una acción política más que artística. Se trataba de irrumpir en un aula repleta de alumnos con un arma vacía y hacer como que habías sido herido con un disparo. En ese instante todos empezábamos a gritar: ‘Eso es lo que pasa en Vietnam’. Pero había que hacerlo rápido porque llegaba la policía”, comenta el actor en el documental que la señal de cable Film & Arts emite hoy a las 20. “Miro atrás la década del ‘60 y pienso que fue la época más feliz de mi vida por todo lo que pasaba: el amor libre, el movimiento contra la guerra, la alegría”, subraya el esposo de la actriz Catherine Zeta-Jones.
El hijo del gran Kirk Douglas cuenta que se decidió por la actuación casi sin proponérselo. “Cursaba tercer año en la universidad, en mis años de hippie. Me llamó el director y me preguntó qué carrera iba a seguir. Yo no tenía ni idea, pero la pasaba bien en la universidad. Y como mis padres eran actores, sólo atiné a decir ‘teatro’”, recuerda. La sombra de su padre fue tan fuerte que a Douglas le costó horrores desplegar su talento en sus comienzos. “Ser hijo de padres famosos hizo que me desarrollara tarde –explica–. Me llevó tiempo saber qué quería hacer por temor al fracaso. Me costó superar el miedo al público. Era muy tímido. Subir al escenario era un desafío tremendo. Pero lo hacía porque no sabía qué otra cosa hacer.”
El gran salto se produjo con su papel en “Las calles de San Francisco”, la serie que interpretó junto a Karl Malden. “Hacer esos 26 episodios me cambió todo. Me hizo perder el temor a la cámara, a la que veía como la máquina de rayos X del dentista”, subraya. Pero, paradójicamente, la consagración le iba omo productor del film Atrapado sin salida, por el que ganó su primer Oscar. “La gente no entiende que uno puede ser empresario y artista a la vez, aun cuando parece contradictorio. Recuerdo que me preguntaban: ‘¿Por qué actuás si ya ganaste un Oscar como productor? ¿Para qué te molestás?’. Y mi respuesta siempre fue la misma: ‘Porque amo actuar’.”
La estatuilla como actor le llegó años después, cuando en 1976 interpretó a Gordon Gekko, un codicioso asesor de Bolsa, en Wall Street.
“Esa –dice Douglas– es una película que critica fuertemente el sistema económico, que revela lo que significa poner a las ganancias económicas por encima de cualquier otra consideración. El film demuestra cómo los empresarios pueden despedir gente sin tener conciencia de lo que sucede con esas vidas; o desmantelar compañías sólo por aumentar su ganancia neta.” Con Atracción fatal, un film que toca el tema de la infidelidad, Douglas fue acusado de ser “adicto al sexo”. “Sabíamos que era una película espinosa por el tema del adulterio”, señala el actor. “Pero yo vivo en zonas grises. No veo las cosas blancas o negras. Creo que todos tenemos el delito en nuestro interior, sólo que algunos deciden cometerlo y otros no. Siempre me atrajo la lucha de los seres humanos por hacer lo correcto. Atracción... no es más que una historia moral sobre la peor pesadilla posible de una mala elección.”
La polémica en torno a sus películas creció luego de sus papeles en Bajos instintos y Un día de furia. Pero el actor defiende su carrera. “Elijo las películas que quiero. El éxito que tuvieron me demostró que hay locos como yo a los que les interesan estos temas. Yo no le mido la temperatura al público ni intento adivinar lo que piensa. A mí me atraen la oscuridad y los matices. Pero no me confundo: mi responsabilidad en el cine es entretener. Sólo quiero hacer dos horas de entretenimiento, aunque si puedo motivar la reflexión del público mucho mejor”, aclara.