Mié 23.04.2003

ESPECTáCULOS  › OPINION

Independencia y memoria

Por Jorge Coscia *

El Festival de Cine Independiente es además de un magnífico espacio para la libertad de expresión del lenguaje audiovisual, un ámbito de debate y de reflexión sobre el verdadero significado del término que lo define y caracteriza. La definición de película o producción independiente es relativa a de qué o de quién lo es. Coincido con la definición más aceptada del concepto, que remite la independencia a serlo de las empresas productoras de mayor capacidad empresarial. La más aceptada remite también a considerar de tal modo a las películas y productoras “independientes” de las grandes compañías multimediales y de la televisión.
La independencia es de ese modo una preeminencia de lo autoral sobre lo económico. Un predominio de la libertad del director sobre la aspiración del productor a obtener un rédito. Suerte de lucha entre la ambición del alma y la del bolsillo. Hay sin duda en el variado y rico espectro del cine nacional películas independientes y de las denominadas comerciales. El conjunto conforma el valioso paquete de nuestra cinematografía, capaz de ganar premios, reconocimientos, pero también mercados como el español y ambicionar una incipiente presencia en el resto de Europa.
Pero la verdad es que aún no hemos consolidado nuestra propia plataforma, que es el país mismo en el que hacemos nuestro cine, para que lo valoren, disfruten y juzguen nuestros propios compatriotas. Como alguna vez escribió Héctor Tizón, no podrá haber exitosos en un país que fracase. El cine de los argentinos ofrece un modelo del “otro modelo” a tomar. El nuevo modelo deberá reemplazar con creatividad, producción y trabajo la resaca espantosa del viejo modelo especulador, importador y elitista. El cine ha transitado ese camino, consolidado el último año con la autarquía del Incaa y la definición de una política de Estado que respalda una actividad probada en su capacidad y su talento.
Esta política no estuvo aislada. De nada hubiera servido la autarquía con un dólar a diez pesos, o con un país incendiado. Muchas veces en los primeros y difíciles días del comienzo de mi gestión al frente del Incaa me identificaba y consolaba con las dificultades y desafíos del ministro de Salud Pública (su sede está enfrente del edificio del Instituto de Cine). Mientras desde la Secretaría de Cultura y el Incaa bregábamos por el cine, allí se peleaba por el plan de remedios genéricos. El cine, la salud, la educación, el turismo como la economía que los posibilita eran frentes de batalla frente a una crisis nunca vista. El objetivo era sobrevivir, desinflamar: mientras el herido viviera podría ser curado.
Nadie juzgaría con justicia nuestro trabajo si reclamara reparar en un año los destrozos de décadas. Pero en el tremendo panorama de la crisis, asomó el botón de muestra de una posibilidad: apostar a la producción propia, con reglas económicas que protejan lo nuestro. Lo nuestro es la propia capacidad de ser, de trabajar y producir, en definitiva de hacer un país en el que se pueda y valga la pena vivir. Y el cine, en su doble carácter de industria y cultura, suele dar rápidas señales de que el camino aunque imperfecto es el correcto. El cine demostró que podemos ser protagonistas y no sólo espectadores. En ese contexto, es fácil comprobar que el cine independiente de los argentinos es sólo posible en un país con independencia material y de criterio de los grandes poderes que nos prefieren espectadores a protagonistas. Que nos hacen pagar el royalty que corresponda, sea en remedios o películas.
Desde el Incaa, con el recién reconstituido fondo de fomento, estamos dando claras señales de que es posible defender un cine independiente propio. Este ocupa el mayor porcentaje de las actuales ayudas al cine nacional. También es claro desde el último año el respaldo a la exhibición y lanzamiento de films independientes. Toda película terminada cuenta de inmediato con una campaña asegurada de lanzamiento, copias y salas, siempre y cuando no haya cedido sus derechos de TV. Y esto garantiza suverdadero carácter de independencia. Se acaba de lanzar un concurso para films realizados sin previa preclasificación del Incaa, abriendo un camino al espacio más alternativo de la actividad. Se lanzó un concurso de documentales sobre la crisis. Se está cumpliendo con los concursos de óperas primas comprometidos en la anterior gestión, previéndose el nuevo llamado para el segundo período del año. Se está cumpliendo con los proyectos de Historias breves, previéndose la nueva convocatoria para agosto-setiembre del 2003. Se respaldó la presencia del cine sin recursos en los festivales más importantes con presencia argentina, incluyendo el denominado cine piquetero, con activa concurrencia a Berlín.
Además, e respaldó con renovado aporte económico y publicitario este Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, al que consideramos como espacio esencial para el afianzamiento y la difusión del nuevo cine argentino.Gran parte de los films argentinos presentes fueron realizados con respaldo del Incaa. Basta señalar que 4 de los films en competencia fueron terminados con adelanto de subsidios. El criterio de selección fue cedido a la dirección artística del Festival con el único requisito de que estuvieran preclasificados (aptos) para merecer subsidio. Para evitar suspicacias, cabe aclarar que la preclasificación, como todos los ámbitos de clasificación, es realizada por un comité integrado al efecto, con representantes de la actividad, directores, técnicos, productores e incluso un estudiante de cine. El dedo de las autoridades del Incaa es cada vez más corto, como les consta a colegas y amigos, que debieron resignarse a decisiones adversas.
Por último y ante recientes polémicas es importante resaltar que los directores integrados en el Proyecto Cine Independiente (PCI) o sin afiliación a las entidades de realizadores con representación en el consejo asesor (DAC, AADI, DIC), conforman el mayor nivel de participación en proyectos con respaldo del Incaa. Queda mucho por hacer por el cine independiente de los argentinos pero en el único marco posible: la defensa del conjunto de nuestra industria cinematográfica, generadora de trabajo directo e indirecto para miles de argentinos.
Glauber Rocha afirmaba que para él era preferible el peor film brasileño que el mejor de Fellini. Ese era el grito desesperado de quien comprendía que sólo era posible un cine independiente en un país que lo fuera a fuerza de proteger lo propio a ultranza. Uno de los candidatos de la próxima elección anuló el fomento del cine durante los dos días de su gestión como ministro de Economía. Hoy, creyéndonos sin memoria, se propone como garante en la defensa de la cultura y sus valores. Lo mismo pasa con quien desmanteló durante los diez años de su gobierno la capacidad productiva de los argentinos, borrando con el codo de un decreto en el ‘96 la ley de fomento cinematográfica que votara el Congreso en el ‘94. Es necesario decirles y decirnos que no habrá cine en un país que fracase en la defensa de sus intereses más elementales. Una de las leyes de Murphy olvidadas por uno y otro es: “Si lo hice mal, volveré a hacerlo”, “si no protegí nuestro trabajo, nuestra industria y nuestra cultura, seguiré desprotegiéndolas”.

* Presidente del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Visuales.

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