Vie 25.04.2003

ESPECTáCULOS  › UNA MULTITUD SE REUNIO PARA ESCUCHAR TEXTOS DE JULIO CORTAZAR

A veces las palabras son un universo

Enrique Pinti, Cristina Banegas, Cipe Lincovksy, Horacio Fontova y Lorenzo Quinteros fueron sólo algunas de las voces de una jornada mágica, que celebró el Día Mundial del Libro con un sentido homenaje al autor de “Rayuela”.

› Por Silvina Friera

A cuarenta años de la publicación de Rayuela, escrita por Julio Cortázar en 1963, esta novela que desordenó y borró las fronteras del género, que destruyó la literatura haciendo literatura, que cosechó adhesiones incondicionales y virulentos rechazos, conserva un espíritu iconoclasta, una estructura permeable a múltiples relecturas. Un libro que es muchos libros. Obra deliberadamente inacabada, es como si el autor estuviera entregando en cada página las llaves de un laberinto, con apenas un puñado de claves y secretos, para transitar por los itinerarios abiertos que trazan esas palabras. En la sala José Hernández, para los que eran jóvenes en la década del 60, la vida tuvo un antes y un después de Cortázar. ¿Cuántas novias de aquel entonces fueron un poco la Maga? ¿Cuántos de ellos se identificaron con Horacio Oliveira? Sin embargo, más allá de esta generación que se deleitó con los juegos cortazarianos, los jóvenes de hoy escuchaban extasiados –muchos sentados en el suelo, cerca del escenario—, la voz gangosa y con las erres prolongadas del propio Cortázar leyendo “Continuidad de los parques”. La primera piedra la lanzó el escritor y ex director de la Biblioteca Nacional Héctor Yánover, que leyó el capítulo inicial de Rayuela. Así empezó el acto central del Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor.
Además de varios capítulos de la emblemática novela, se leyeron diversos cuentos de Historias de Cronopios y famas, La vuelta al día en 80 mundos, Ultimo round y Bestiario. Cristina Banegas, Cecilia Milone, Enrique Pinti, Horacio Fontova, Alicia Zanca, Lorenzo Quinteros, Andrea Bonelli, Manuel Antín, Elena Tasisto, Cipe Lincovksy, Pablo Alarcón, Juan Acosta, Nelson Castro, Selva Alemán, Omar Cerasuolo, Pedro Aznar y Mirta Busnelli, entre otros, pusieron el cuerpo y la voz y aproximaron las creaciones de Cortázar a los más de 500 lectores-espectadores, que desbordaron la sala. El cierre de la jornada estuvo a cargo de Magdalena Ruiz Guiñazú. “El texto de César Bruto, que antecede al primer capítulo de Rayuela, fue una de las razones por la que nos hicimos amigos”, confesó Yánover a Página/12. Otra de las citas previas es la de Jacques Vaché, un íntimo amigo de André Breton, que muere luego del armisticio de la Primera Guerra Mundial. “Esa cita representa nada menos que la adhesión de Cortázar al lenguaje, porque el surrealismo es el movimiento que abre las puertas del lenguaje a toda la literatura del siglo XX”, reflexionó Yánover. “Por eso no es arbitrario ni azaroso que el inicio de la novela mantenga muchas similitudes con Nadia, de Breton, mujer que, al igual que la Maga, también el narrador la encuentra, casualmente, en la calle”. La presencia del paraguas, admitió el escritor, le hizo evocar una de esas frases que pivotea todo el surrealismo, la del falso Conde de Lautréamont, el uruguayo Isidoro Ducasse, que en una de sus poesías define el arte “como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”. Para Yánover, estas referencias preliminares son pistas, partes del juego. “La novela de Cortázar no es para un lector desprevenido; requiere de un lector culto que pueda darse cuenta de sus guiños”. Cortázar (1914-1984) se “burlaba” del lector pasivo (“el lector hembra”, según lo definía), apegado a la rutina, al que le gusta que lo lleven de la nariz y le den la novela digerida como una papilla.
La seducción que emanaba del cuerpo y la voz de la actriz Cristina Banegas, una interpretación de alto voltaje erótico del capítulo 68, considerado el ejemplo más llamativo del gíglico o lenguaje musical, con ese grito imposible de reprimir ¡Evohé!, que los bacantes lanzaban para invocar a Baco. La actriz también leyó “Toco tu boca”, un clásico de Rayuela, y cuando finalizó su comprometida interpretación se llevó una de las primeras ovaciones del público. “Me emocioné mucho –dijo la actriz–, parecía una Magdalena de Cortázar.” Banegas estaba en la secundaria cuando leyó por primera vez la novela: “Eramos una banda de chicas lectoras y revolucionarias que frecuentábamos textos de Gelman y Cortázar”. La potencia y vivacidad del texto, según la actriz, trasciende la coyuntura en la que fue creada la obra. “Es una novela que se resignifica en la medida que cada generación se la apropia y la interpreta, que adquiere nuevas resonancias, como sucede siempre con los grandes clásicos”, subrayó Banegas.
Enrique Pinti arremetió con “Instrucciones para llorar”, “Instrucciones para subir una escalera” y “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda el reloj”, de Historias de cronopios y de famas, un libro que trastocó la dimensión de lo fantástico en la literatura contemporánea. Pinti, cultor de una comicidad irresistible, parecía la persona indicada, el que esperaba la oportunidad de narrar esos cuentos en los que la normalidad del mundo se altera o convive con una extrañeza inexpugnable. “Te regalan el miedo de perderlo, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”: la gestualidad de Pinti, que invocaba a los espectadores con la palabra y los señalaba con el dedo índice, y el modo de decir estos textos cambiaron la sensación térmica en la sala: las risas estallaron y Pinti se llevó la segunda ovación de la tarde.
Elena Tasisto, que interpretó el cuento “Conducta en los velorios”, también de Historias..., recordó que hubo una época en que leía mucha literatura latinoamericana y por ese entonces ingresó al mundo de Cortázar. “Fue como una explosión del deseo de conocimiento. Leía todo lo que me llegaba, pasaba de un libro a otro y ese recorrido me generaba un placer inmenso.” Manuel Antín, otro de los amigos entrañables de Cortázar, optó por leer una de las últimas cartas que le mandó el escritor desde París. Si a través del juego, los textos de Cortázar pretendieron enfrentarse con el mundo establecido, las lecturas, de varios capítulos de Rayuela (Lorenzo Quinteros, por ejemplo, leyó “Bebé Rocamadour”) como el relato “La casa tomada”, incluido en Bestiario, interpretados por Ana María Giunta y Pablo Alarcón, dejaron flotando en el aire un dejo de rebeldía candorosa, vista en retrospectiva. Pero, en el juego como sortilegio, sin duda, los personajes cortazarianos se redimen y, claro, los lectores también. Después de la maratónica lectura, muchos cincuentones se fueron reconfortados por escuchar esos textos, especialmente los de Rayuela, que alguna vez fueron la Biblia de su generación.

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