Jue 08.05.2003

ESPECTáCULOS

“Mi música es digna y elegante como la de Jamiroquai o Prince”

El uruguayo Rubén Rada explica por qué cree que dejar de grabar temas para encantar a los músicos y entendidos fue un paso clave en su carrera. “Ahora, pienso en el futuro de mis hijos”, afirma.

› Por Cristian Vitale

Antes de mudarse a México en 1990, en el último recital que dio en la Argentina en el Teatro Alvear, ganó 10 dólares. A Rubén Rada, uno de los inventores del candombe-beat (El Kinto, 1966), solía vérselo tomando café o cerveza en algún bar perdido de Congreso, sin que nadie notara su presencia. Recién había nacido su tercera hija, Julieta, y no tenía un peso. Por eso se fue y por eso también pasó cuatro años en México componiendo canciones para otros. “Era gordo, viejo y no me daban pelota. Entonces tenía que componer para un tipo más presentable, que vendiera más”, resume sobre aquel tiempo. Esas canciones, que componía “sentado en el baño” y frente a un grabador, las vendía después en compañías. Sacaba unos 4 mil dólares por cada una. “Me alcanzaba para vivir con mi familia un mes y medio. Cuando se me acababa la guita, pedía prestado o trataba de ubicar otra canción. Sufrí muchísimo”, recuerda.
Fue entonces cuando Rada miró hacia atrás, se repensó como compositor de temas gancheros –”La Mandanga”, “Ayer te vi”, “Rock de la calle”, “Malísimo”– y decidió limpiarlos de arreglos complicados, solos extensos y largas introducciones como una manera elegante de resolver sus urgencias económicas. “Si escuchás la versión de ‘Cha Cha Muchacha’ que le mandé a Cahorro López –productor de sus últimos discos– tiene unos arreglos de la puta madre... pero él me dijo ‘Negro, estás en la misma. ¿Querés vender discos o no?’. Y sí. Tuve que hacerle caso. Le mandé 25 canciones y me dejó ocho”, cuenta sobre el origen de Alegre Caballero, su último disco, que presentará tocando en vivo mañana y el sábado en el ND Ateneo, donde piensa ganar “algo más” que diez dólares. “Ningún disco es importante para un show. No tengo esa vanidad. Voy a tocar los mejores temas, pero también las canciones que les gustan a todos”, adelanta, vestido con una camisa naranja a tono con el color del confortable sillón que lo sustenta. Entre esas canciones, Rada promete “Cha Cha Muchacha”, “La Plena”, “Candombe para Gardel”, “Ayer te vi” y “La Mandanga”. “También estará el tema que hice para Carlos Santana, un candombe con tambores y máquinas que no incluí en el disco porque Cachorro entendió que era muy musical... sólo para músicos.”
–¿“Alegre Caballero” no lo es?
–Yo lo concibo como un disco de canciones fáciles para la familia. Caballero..., por ejemplo, apunta al tipo elegante que se pone su corbatita, le abre la puerta a su mujer y le lleva flores.
–Para sus fans mayores escuchar sonar sus temas en televisión o en radios muy comerciales podría equivaler a pensar que usted transó...
–Está bárbaro. Es la verdad: el Negro transó. Toda mi vida toqué otro tipo de música, más sofisticada. Le dediqué 40 años a ser un músico de culto, hasta cagarme de hambre. Lo pueden decir Ricardo Lew, Jorge Navarro, Lito Epumer o Quintino Cinali. Con ellos recorrí el país en micro, me divertí, pero no le vendimos un disco a nadie. Por eso creo que llegó el momento de pensar en mis hijos. Hoy, mi música es digna y elegante como la de Jamiroquai o Prince. Trato de vivir con dignidad.
–En el disco se asume también como portavoz de los deseos de la gente. En “Será Posible” el mensaje es claro: “Quiero tener trabajo que me dé para vivir / educación y salud / pa’los niños del país...
–Quiero tener un gobierno –sigue– con ganas de trabajar / que piense en ti / que piense en mí / y que no quiera robar”. Es probable que me asuma así –ahora habla– iba a poner la palabra timar –sinónimo de robar– pero es demasiado fina. Soy un caballero que dice las cosas como las tiene que decir y la letra es un reconocimiento a la gente que compra nuestros discos. El panadero no puede decir cosas en televisión porque nadie lo va a escuchar. En cambio a mí o a León Gieco, por ejemplo, nos escucha mucha gente y es sano que digamos lo que pensamos en los medios, sin demagogias.
–El disco también excede su marco de referencia geográfico, el rioplatense, para extenderse a Latinoamérica... ¿Es una estrategia comercial?
–No lo hice con ese sentido. Es un estado de ánimo. Yo también me caliento y sufro. No es un sentimiento nuevo. “Quién va a cantar”, del disco anterior, habla de lo mismo: “Cuando se pierda toda la poesía –canta– cuando la gente sólo sobreviva / cuando el cansancio mate la alegría / seremos una máquina de trabajar. / Si globalizan nuestro pensamiento / sólo habrá un libro con el mismo cuento...”
–Hoy parece normal verlo en “Operación Triunfo” dando consejos a pibes que quieren ser famosos. ¿Le gusta hacerlo?
–Me llaman para hablar y planteo lo que creo que es un artista. No lo veo como un cambio interno. Hace veinte años no había programas como éste, pero iba al de Teté Coustarot, que era de modelos, y me codeaba con Ante Garmaz.
–¿Por qué muchos, inclusive usted lo acaba de decir, lo consideran entonces como un artista de culto?
–La verdad es que nunca busqué que piensen eso de mí. Sino no hubiese tocado con Alejandro Lerner, Chany Suárez o por los diez años de Chevere, los cuarteteros de Córdoba. Sé la música que toco, pero no tengo por qué ser tan engreído como para negarme a otras cosas. Están los que tocan la música pa’las patas, los que componen para la cabeza como Serrat, Milanés o Chico Buarque, y los que tocan la música del alma.
–¿Y usted dónde se ubica?
–En el medio. Lo mío es la fusión. Yo robé de todos lados... del rock, del candombe, del jazz. Mientras tocaba El Kinto, escuchaba al Club del Clan, Sinatra, Los Plateros o Chico Novarro, con la misma calentura que versionaba a Vinicius o Joao Gilberto.

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