ESPECTáCULOS
› “TRES ROMANCES EN PARIS”, UNA CUENTA SALDADA CON ERIC ROHMER
Cuando el amor es tarea imposible
El film francés llega con siete años de retraso y quizá por eso se adelantó al día habitual de estrenos. El director hace gala de su capacidad para hacer un rico retrato de tres parejas en fuga.
› Por Martín Pérez
Por Martín Pérez
@Una chica que comienza a sospechar que su novio la engaña. Un chico que está tan enamorado de una chica que no puede evitar revelarle las citas secretas de su novio infiel. Un joven capaz de abordar a una desconocida con el argumento de que lo azaroso e inesperado le generan cierta valentía no común en él. Tres son las historias que reúne el mítico director francés Eric Rohmer en este film que llega con siete años de retraso a las pantallas locales. Pero esas tres historias no son las descriptas al comienzo, sino que el film es tan rico en personajes y sus argumentaciones que aquellas tres posibles sinopsis apenas si están contenidas en el devenir de los protagonistas del primero de los tres sencillos –pero no por eso simples– capítulos que construyen el film.
“Es más importante lo que piensan los personajes sobre sus actos, que lo que efectivamente hacen”, explicó alguna vez Rohmer, dentro de cuya filmografía estos Tres romances en París son apenas un pequeño entretenimiento, una pausa durante el rodaje del ciclo de Los cuentos de las cuatro estaciones, la serie de films –de los que aquí se han visto sólo los dos últimos, Cuento de otoño (1998) y Cuento de verano (1996)– con el que su cine se reencontró durante la segunda mitad de los noventa con el espectador local. Traducible del original en francés como Citas en París, las tres historias reunidas en este film –tan austero como toda la obra del director francés– no hablan de amor sino de encuentros. O, más bien, de desencuentros. De citas entre gente que no está enamorada, en el sentido más completo de la palabra. No habla Rohmer de romances en estos Tres romances en París, sino más bien de las estrategias que lo hacen imposible.
En la primera de las tres historias, tal vez la más sencilla de todas, Es-ther aprenderá a dejar de llorar ante la posibilidad de perder a su novio Horace, un empedernido Don Juan. “¿Debemos aprender a esconder nuestros sentimientos?”, se pregunta la ingenua y encantadora Esther ante una amiga que le servirá de paño de lágrimas y también como fuente de sabiduría. La segunda historia, en cambio, cuenta el devenir de una extraña –y algo odiosa– pareja de amantes que nunca lo son tanto, que deambula tanto por los parques de París como por ese dudoso amor mutuo que nunca se concreta, pero se derrama sobre una agenda en la que aparecen los nombres de todos los paseos parisinos. Titulada como un cuadro de Picasso, la tercera y última historia tiene como protagonista a un pintor y sus desencuentros con su arte y ciertas chicas que funcionarán como musas a pesar suyo.
Exhibida por primera vez en Buenos Aires hace algunos años, dentro de un ciclo que incluía los primeros cortos de su filmografía, era imposible no sorprenderse por la evidente similitud entre aquellos primeros esbozos del cine de Rohmer y la sobriedad de Les rendez-vous..., rodado originalmente en 16mm. Fiel como pocos cineastas a sus principios iniciales, salvo ciertos anacronismos temporales, cualquiera de los tres ejemplares cortos que construyen Les rendez-vous... pueden ubicarse a la par de aquellos iniciáticos como La panadería de Monceau, por ejemplo. Tanto en la forma como en la idea. Lo que habla de una juventud ejemplar dentro del cine de Rohmer, un autor que no en vano ha declarado que el cine es la catedral del siglo XX, al tiempo que filma respetando semejante credo.
Despojando a las relaciones entre los protagonistas de cada historia hasta no dejar nada superfluo, lo que Rohmer hace con gracia, cierta crueldad y siempre de manera implacable, es aislar en cada historia su diálogo moral fundamental. A cada acción le corresponderá una confesión reveladora, que llegará antes o después de las casualidades que conducirán a ella. Pero ese mecanismo despojado, lejos de ser mecánico, funciona con mucha fluidez gracias a una puesta en escena ejemplar, matizada por los siempre fascinantes rostros de las hermosas actrices francesas que a veces parece que sólo Rohmer sabe realmente descubrir y poner frente a la cámara. Los mohínes de Clara Bellar –la protagonista del primer corto– y la divertida seguridad de Benedicte Loyen –de actuación estelar en el último– en sus papeles de aprendiz y maestra, respectivamente, son de los que no se olvidan fácilmente. Y algo parecido sucede con la lógica de cada una de las historias de estas citas bien francesas, con la Torre Eiffel siempre en cuadro y el amor siempre en fuga.