ESPECTáCULOS
Un viaje de purificación a una tierra del sin fin
› Por Cecilia Hopkins
En Finlandia, Ricardo Monti imagina a un hombre de armas que, “olfateándose en la noche” con su enemigo, espera el momento de comenzar la batalla. Apostado en una tierra remota y acompañado por su asistente, Beltrami pasa sus días sin dormir. Se trata de la reescritura que el autor hizo de Pasión sudamericana, obra estrenada bajo su dirección en 1989. Ahora totalmente despojada de toda precisión histórica, la obra también comienza durante este obligado compás de espera. Pero esta vez, por obra de la reescritura y de la puesta en escena de Mónica Viñao, la misma situación muestra un costado abstracto y enigmático.
El nombre de Finlandia no hace aquí referencia al país nórdico sino a una nebulosa tierra del fin, pantanosa y desolada, que se dibuja al borde de los mapas conocidos. Es una tierra de contiendas eternas e irracionales, a la que llegaron por azar dos extraños actores. Por su curiosa estampa, todos los imaginan extraviados de los carromatos de un circo: son siameses, van unidos por el sexo y viven en una permanente contracción de lujuria. No obstante la potente imagen que el autor eligió para estos hermanos, Viñao no se dejó tentar por ella y prefirió presentar en escena a los Mezzogiorno (Andrea Bonelli e Ignacio Gadano) separados físicamente, solamente unidos por una misma temperatura y ritmo de pensamiento. Su destino final es el de entretener al guerrero insomne y su asistente (interpretados por Cutuli y Jorge Rod), revelando los detalles de una historia que ya es conocida en toda la región. Aquí es donde se introduce el relato de la pasión que surge entre un cura y una muchacha de buena familia, un hecho que el autor había tomado para Pasión..., inspirándose en las relaciones que mantuvieron Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez durante el gobierno de Rosas. Pero aquí no cuentan los detalles que emparientan ambas situaciones sino que la historia interesa porque describe un viaje de ascención y purificación.
Por su texto y por su transcripción escénica, Finlandia requiere un espectador entrenado en las dificultades que puede plantear la literatura dramática cuando presenta un texto frondoso que acude a citas literarias. Un espectador que tampoco tenga reparos con el despojamiento escénico, con el movimiento medido y estilizado de los actores, el canto lírico o la interpretación sobre pautas rítmicas. Porque así se expresan los cuatro personajes de Finlandia, si bien el canto queda sólo reservado para los siameses en el trance de desplegar los aspectos más elevados de su narración. Siguiendo el plan de La divina comedia, los hermanos dividen sus partes en cuatro tramos. Comienzan con los detalles más prosaicos y terrenales de la pasión que siente la pareja (una interpretación cruda y burlesca, bien explícita en “Infierno”) hasta que el discurso se va refinando, tal vez con la esperanza de redimir al guerrero de su bestialidad. La purificación total llega en “Paraíso”: allí la historia de amor revela su esencia lírica y misteriosa. Pero semejante expresión de libertad no encuentra destinatario, de modo que la historia de los amantes termina cumpliendo –como con Camila y Ladislao– un destino de persecución, juicio sumario y muerte.