Podría tratarse de eso que habitualmente se llama “música del mundo” si no fuera porque, en este caso, se trata de una parte del mundo demasiado conocida. Un territorio de patios suburbanos, de canilla al lado de la piecita del fondo y de músicas irrenunciablemente grasas. Ese es el material con el que Diana Szeinblum elaboró Secreto y Malibú, una de las composiciones coreográficas más sorprendentes presentadas últimamente en Argentina y, también, es el material sobre el que Axel Krygier inventó la banda de sonido: una brillante reescritura de lo que, mal que les pese a algunos, es el folklore actual.
Un organito casi ominipresente, con mucho vibrato –como corresponde–, un conjunto de flautas dulces, saxos, guitarra, bajo eléctrico, trompeta, acordeón, alguna percusión y alguno que otro instrumento exótico, entretejen esa especie de bailanta apócrifa mezclada con Frank Zappa, un poco de acid jazz y otro poco de sonido modernito (o posmodernito), que originalmente acompañaba una obra escénica pero que funciona perfectamente de manera autónoma. En el disco, cuyo diseño y dibujos pertenecen también a Krygier, hay un bonus track: un segundo final bautizado “Final versión 2 (Húsares al ataque)”. La historia tuvo que ver con que el primer final fue usado en la serie de televisión “Okupas”. Stagnaro lo escuchó en el master de la banda de sonido de Secreto y Malibú y se lo pidió a Krygier, el músico le dio permiso, con la autorización de la coreógrafa y las bailarinas, y escribió un nuevo final que, en realidad, nunca se usó hasta la salida del CD, editado por el sello Los Años Luz. El resto es, básicamente, lo que se escucha en la obra y los títulos –“Qué azul es el cielo”, “Jungla de pasto”, “Amanece”, “Vuelo”, “Autoerótico”, “Tristecito” y “Final”– delatan esa referencia.
Junto a Krygier –que toca saxos, flautas, guitarra, órgano, celesta, piano eléctrico, trompeta, percusión, acordeón y sintetizador, entre otras cosas– aparecen varios músicos fundamentales de una nueva movida en la que el eclecticismo y la libertad para cruzar frontreras entre géneros y tradiciones diversas pasa a ser un dato fundamental. Martín Iannaccone, Christian Basso, Kevin Johansen, Juanchi Baleirón y Patrick Liotta actúan en absoluta sintonía con este ex integrante de La Portuaria que también trabajó con Soda Stereo (participó en el concierto de despedida, en 1997, tocando acordeón, saxo, flauta y teclados) y que, alguna vez, formó parte de un grupo de folklore al que define como “rasposo, de proyección pre Vitale”. En su foja de antecedentes, el músico cuenta con haber sido uno de los pocos elogiados por Luca Prodan, a quien conoció por casualidad y que, en sus palabras, le “cambió la cabeza”.
Su CD anterior, Echale semilla, se agotó y, en Europa, se convirtió en objeto de culto. Krygier, llevado por ese éxito, decidió emigrar y, aunque vuelve con frecuencia a Buenos Aires, está instalado en Barcelona. Autor de músicas para cine (Prohibido, El camino, El visitante), dice aborrecer el escribir por encargo casi tanto como el ir de gira. Estudió un poco de composición y un poco de cada instrumento. Estudiar con otros, confiesa, no era lo suyo. No tanto, en todo caso, como trabajar con un estudio de grabación portátil, su “verdadero maestro”. Reconoce entre sus fuentes a Laurie Anderson y a David Byrne. No suele hablar con grandes palabras de lo que hace. Más bien todo lo contrario. Si lo apuran, dice que hace “una música chiquita y funcional”. Secreto y Malibú, en cambio, habla de un artista excepcionalmente inquieto y creativo y, sobre todo, de una música que, con inteligencia, da cuenta de los ríos subterráneos que recorren la cultura argentina.