ESPECTáCULOS
› “LA SECRETARIA”, CON MAGGIE GYLLENHAAL Y JAMES SPADER
Romántica y... masoquista
Sin llegar a ser grotesca ni cruel, esta comedia, dirigida por Steven Shainberg, es una película extraña, una fábula de amor que en su celebración bizarra recuerda al cine de David Lynch.
› Por Martín Pérez
“Se busca secretaria”, se lee en el cartel de madera que cuelga en la puerta de la oficina del señor Gray. Un cartel con lamparitas eléctricas alrededor, que se encienden cuando –efectivamente– el señor Gray está buscando secretaria. Algo que parece suceder tan a menudo como para que el cartel esté ahí para siempre. No hay computadoras en la oficina del señor Gray. Pero hay una máquina de escribir eléctrica, un teléfono al que hay que atender y clientes que recibir. “Es un trabajo muy aburrido”, le explica el Sr. Gray a la Srta. Holloway en su primer encuentro. “Me gusta lo aburrido” responde la Srta. Holloway, sin una pizca de ironía y/o malicia en la voz. Tal vez porque el aburrimiento parece ser la única vía de escape de una vida algo complicada. Pero el trabajo en la oficina del Sr. Gray demostrará no ser tan aburrido. Sino mucho más entretenido de lo que el Sr. Gray y la Srta. Holloway podrían haberse imaginado.
Protagonizada por James Spader en el papel del conflictuado pero –en cierto sentido– paternal Sr. Gray, La secretaria es un objeto fílmico bastante original: es una comedia romántica masoquista. Una extraña historia de iniciación, protagonizada por la conflictuada Srta. Holloway, interpretada por la casi-debutante Maggie Gyllenhaal en un papel que le ha resultado poco menos que consagratorio. Por momentos demasiado cerca del clásico estudio de personajes típico dentro del cine independiente norteamericano, La secretaria es la historia de una joven que acaba de salir de un instituto psiquiátrico sólo para regresar a los brazos de una familia conflictuada y quedar bajo la tutela de una madre sobreprotectora. Sin ganas de hacer nada salvo la necesidad de autoflagelarse, su salvación llegará bajo la forma de aviso en el diario. Un aviso que dice lo mismo que el cartel frente a la oficina del Sr. Gray: “Se busca secretaria”.
Al fondo de un largo pasillo cuasi medieval, allí es donde reinan el Sr. Gray y su batallón de marcadores rojos. Un ejército que intenta no utilizar, pero que finalmente se lanzará al ataque contra los errores tipográficos de la inexperimentada –tanto en la vida como en la profesión– Srta. Holloway. Como una especie de bizarra Mi bella dama, las órdenes de su empleador servirán para orientar en la vida a la perdida secretaria, que florecerá a ojos vista gracias a sus órdenes y castigos. Algo que apenas si se puede atisbar en el prólogo del film pero que se advertirá decididamente al promediar su metraje. A partir de entonces la Srta. Holloway sabrá que ha descubierto el camino que terminará liberándola de su sufrimiento, y allí es cuando el film ingresará en su segunda parte, en la que la heroína deberá comunicarle al Sr. Gray que semejante fantasía prohibida es una realidad posible.
Muy lejos de las promesas de su afiche –del que se ha quejado también la crítica estadounidense, no sólo por estos lejanos mercados se cuecen habas–, La secretaria está lejos de ser una sátira –sexual o no– sobre el tan mentado oficio. Más cerca del universo paralelo Lynch –algo a lo que ayuda la banda de sonido de Badalamenti–, que de la crítica laboral costumbrista propia de las series de televisión, Secretary es un mundoaparte. Allí aparece, sí, el desolado mundo de los suburbios como contexto naturalista de su historia, con familias fracasadas y opresivas, y una sociedad hipócrita y pura cáscara. Pero lo que realmente importa es la construcción del vínculo entre sus dos protagonistas, una relación que abraza lo prohibido como algo liberador. Sin ser excesivamente grotesca o cruel, y jugando con los guiños antes que el enfrentamiento liso y llano con el statu quo, el mayor logro del film de Shainberg es su carácter de farsa integrada, de inocente y decidida fábula de amor. Pero masoquista, claro.