ESPECTáCULOS
› FRANKLIN CAICEDO, AL FRENTE DE UNA ADAPTACION DE “EL CANTO DEL CISNE”
Los grandes seres de Anton Chéjov
El actor chileno estrena hoy en La Casona del Teatro una de las piezas más exigentes del dramaturgo y novelista ruso, en la cual un actor, hacia el final de sus días, se anima a los grandes textos.
› Por Hilda Cabrera
Artista viajero y creador de espectáculos de pequeño formato que él mismo interpreta, el chileno Franklin Caicedo retoma, adaptándola, una de las obras breves del dramaturgo y novelista ruso Anton Chéjov de mayor desafío para un actor, El canto del cisne, de 1888. Siendo este escrito espejo de la experiencia final de un viejo actor en su despedida solitaria del escenario (aun cuando lo acompaña un apuntador), en la que incluye textos de autores rusos desconocidos para el público local, Caicedo sustituyó algunos de ellos por otros pasajes emblemáticos de Shakespeare (Hamlet, Rey Lear y Otelo, también mencionadas en el original de Chéjov), de Calderón de la Barca (La vida es sueño) y Edmond Rostand (Cyrano de Bergerac).
Anterior a este estreno, que tendrá lugar hoy, con funciones los viernes a las 21 en La Casona del Teatro (Av. Corrientes 1979), el actor chileno fue dirigido en un espectáculo con este mismo título por Lito Cruz y Héctor Bidonde. Ahora, el responsable de la puesta es Hugo Urquijo, y acompaña a Caicedo el actor Osvaldo Del Vechio en el papel del apuntador. Intervienen en los rubros técnicos Jorge Petete González (iluminación), Alicia Gumá (vestuario) y Gustavo Farías (música).
Respecto de las obras de Chéjov, Caicedo realizó otras puestas junto a Urquijo, reuniendo varios textos del escritor ruso bajo el nombre de Canto cuentos. Nacido en la norteña Iquique, se trasladó tempranamente a Santiago, donde fue artesano joyero hasta que se decidió por el teatro. Formó elencos e interpretó a los clásicos antes de residir en la Argentina. Llegó a Buenos Aires en 1969, y se fue quedando. Participó entre otros grupos de ETEBA junto al director Augusto Fernandes y otras personalidades relevantes de la escena. Aquí empezó de cero, según cuenta a Página/12. No lo conocía nadie –dice–, como ahora en Chile. Fueron demasiados los años que vivió fuera de su país, y sus familiares más cercanos viven en Suecia.
Nunca le quitó el sueño la ambición de ser famoso: “Hay que poner demasiada energía y tiempo”. Siempre deseó en cambio ser un buen actor. Giró por ciudades latinoamericanas, europeas y estadounidenses. El emperador Gynt (adaptación suya de Peer Gynt, de Henrik Ibsen) y su unipersonal Neruda, déjame cantar por ti recorrieron numerosos festivales. En Buenos Aires protagonizó Shylock (versión de El mercader de Venecia) y, entre otras obras, Sobremonte, el padre de la patria (sobre una novela de Daniel Wiñazki y dramaturgia de Ignacio Apolo). En cuanto a esta última, dice “que la vio poca gente, probablemente porque hablaba de la corrupción”. Cree que algo similar ocurrió con un montaje hecho en Chile sobre una novela de Jorge Edwards. También ahí se hablaba de corrupción: “Un periodista escribió que sobre ese tema los chilenos preferíamos padecer de Alzheimer”. Otra faceta suya es cantar tangos en recitales íntimos, tipo café concert, como Tangos de entrecasa, Che Tanguito y Tango para amigos. Acaba de editarse un CD (Los chilenos cantan tango) donde se luce en “Garúa”. Recuerda que la voz de Carlos Gardel era el fondo de sus juegos de niño: su padre era fanático.
–¿Cómo fueron las direcciones de Lito Cruz, Héctor Bidonde y ésta de Hugo Urquijo?
–Muy diferentes pero todas interesantes para mí, porque saben de teatro y de grandes autores. El problema central, cuando se trabaja con textos como éstos, es que el espectáculo puede acabar siendo o muy mentiroso o muy verdadero. Es fácil tomar, por caso, al personaje de Macbeth, vestirlo con un smoking o ponerlo a dar vueltas montado en una moto. Pero no esMacbeth. Prefiero a los que conocen a fondo el teatro clásico y parten desde ahí. Con esta obra estaré en noviembre en Los Angeles.
–¿Qué significa para usted hoy El canto del cisne?
–Todo lo que sucede en los conflictos dramáticos que plantea Chéjov es importante, porque interesa cómo y por qué el protagonista hace y dice su papel. No hay “pequeños seres”. En El canto... es un actor que siente que su vida se acaba y que se “vendió” por haber participado en obras idiotas o de mal gusto..
–¿Está proyectando alguna otra adaptación?
–Siempre estoy viendo y revisando textos, también porque me lo exige mi trabajo en la docencia. Amo mucho esta tarea y trato de transmitir lo que sé sin egoísmos. Acabo de editar un librito, Sólo para alumnos, para que no se enojen los escritores. Se vendió en el Cervantes durante la Feria del Libro Teatral y quedan algunos ejemplares en la librería Fray Mocho.
–¿Pensó en algún momento en volver a radicarse en Chile?
–Cada tanto llevo algún espectáculo. Antes de venir a Buenos Aires, trabajé en el Teatro de la Universidad en Santiago, hice papeles centrales en Marat Sade, Esperando a Godot y Romeo y Julieta, pero ahora tendría que empezar de cero, y eso ya no lo puedo hacer.