Dom 08.06.2003

ESPECTáCULOS

“Nadie creería la verdad del horror”

El escritor Jorge Semprún habla del mal contado desde la ficción, a partir de su experiencia en un campo de concentración.

Por José Díaz de Tuesta *
Desde Madrid

Jorge Semprún siempre ha dicho que su paso por el campo de concentración de Buchenwald es el suceso que marcó su vida. Y aun así, a pesar de una experiencia tan radical y próximo a sus 80 años, mantiene una vitalidad envidiable. ¿El secreto? “La curiosidad, la apetencia por saber qué va a pasar mañana.” Escritor, cineasta y filósofo, Semprún dictó un curso esta semana, en la Residencia de Estudiantes, sobre el tema “Memoria del mal”.
–¿Cómo explica la idea del mal más allá de una definición religiosa, de la lucha del bien contra el mal?
–El primero que intenta racionalizar esta cuestión es Kant, y yo parto de ahí para analizar la propensión de las sociedades al mal. En este sentido, la expresión masificada y más radical y angustiosa del mal en el siglo XX es el totalitarismo, lo cual me permite abordar tanto el estalinismo como el nazismo.
–¿En qué medida esa idea del mal puede ser descrita más allá de la propia experiencia?
–Es muy difícil, pero no es inefable. Se puede hablar de todo, del odio, del amor, de Dios... Aún existe una memoria de los que sobrevivieron y lo que cuenten puede ser útil y eficaz, pero el testimonio que quedará no será en bruto, sino que necesitará ser reelaborado. Para que la verdad de aquel horror sea asequible y digerible tiene que expresarse a través de la ficción.
–Parece que aquel horror en toda su desnudez sería inasumible por el hombre.
–Nadie puede contar ni literariamente ni cinematográficamente la verdad absoluta de aquel horror. Parecería irreal, nadie se lo creería, sería una paradoja.
–Claude Lanzmann, el director de Shoah, dice que el Holocausto es imposible de representar desde la ficción y deja hablar durante casi nueve horas a los que lo vivieron como única forma de acercamiento.
–No estoy de acuerdo, porque ¿qué pasará cuando no haya supervivientes? Lanzmann tiene una posición muy radical, pero respetable. Mantiene que si se encontraran documentos cinematográficos de lo que ocurría en las cámaras de gas, habría que destruirlos. Esa es una visión un poco sagrada y no hay acontecimiento histórico que no se pueda comprender y expresar. Aunque hay un margen humano del enigma: ¿cómo es posible que tanta gente participara en esa matanza?
–¿Qué le pareció El pianista?
–Me interesa mucho porque hay una frialdad, en el buen sentido de la palabra, una ausencia deliberada de patetismo y de exageración tan pura de ese calvario que la considero una de las películas más importantes sobre el gueto y el exterminio.
–En un debate, Josep Ramoneda habló de los momentos de felicidad “casi obscena” que usted sintió en Buchenwald. ¿Cómo viviendo en el mal se obtienen momentos de felicidad?
–Se puede explicar muy bien. Uno tiene 20 años, el campo es lo que es, durísimo. Levantarse a las cuatro de la mañana, una mísera ración de pan para todo el día y 14 horas trabajando. Pero resulta que Buchenwald está en una ladera rodeada de bosques por la que solía pasear Goethe. Y un día sales y ves que los árboles han reverdecido, que hay sol, y de repente te entra esa felicidad. Un compañero consigue una colilla de tabaco y te regala la mitad, eso es una felicidad increíble.
–¿Y qué era lo peor?
–La promiscuidad. No puedes estar un minuto de tu vida, hasta en lo más grosero, sin testigos.
–¿Por qué desde el punto de vista estético es más atractivo el mal?
–No coincido con eso. Hay una tradición de la literatura del bien, endeble, idealista y poco sugestiva, y por eso es más atractivo leer Los endemoniados, de Dostoievsky. Pero la buena literatura es cuando el bien se impone al mal.
* De El País de España. Especial para Página/12.

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