ESPECTáCULOS
› ARIEL PRAT Y UN CARNAVAL CON EL “CLUB MURGUERICO”
“Hay que seguir peleándola”
Mientras prepara su festejo con una selección de invitados, el músico apunta a que la murga nunca abandone su lugar de expresión crítica.
Por Karina Micheletto
La casona de altos que ocupa el teatro Astrolabio, de la compañía teatral Periplo, está tomada por el sonido de bombos y platillos al ritmo de la murga, y por la voz impostada de un presentador que anuncia ceremoniosamente: “Señoras y señores, rienda suelta al cuerpo y al alma, ¡esta noche es Carnaval!”. Allí ajustan todos los detalles del caso los encargados de dar vida al Club Murguérico, que esta noche y el próximo viernes tomará vida en La Trastienda, con Ariel Prat a la cabeza. Se trata de una recreación del Carnaval en un club de barrio, con todo lo que ocurre allí durante las noches de fiesta de febrero, desfile de murgas y parrilla incluidos. “Final a todo bailongo y premio sorpresa al mejor disfraz de la noche”, se promete. Y así parece que va a ocurrir, a juzgar por el espíritu de los organizadores.
“Yo voy a ser una especie de presidente de ese club”, define con entusiasmo Ariel Prat, ideólogo del encuentro, ex líder de la Houseman René Band y verdadero juglar criollo. “También es murguérico porque abarca todo lo que está alrededor de la murga”, sigue explicando el músico, cantante y compositor. “Van a estar La Chilinga con sus tambores, la milonga candombe, ritmos que han sido antecesores de lo que es nuestra murga hoy. Y un tipo como yo que hago canciones, tomo el espíritu de la murga y lo transformo a mi manera, le meto poesía, juego con las palabras con libertad. Todo esto está alrededor de la murga, que es una suerte de esponja de rítmicas, porque tiene ritmos rumberos, milongueros, y hasta tarantela y paso doble en algunas melodías viejas.”
Ariel Prat ha transitado los escenarios porteños al frente de varias agrupaciones, revelándose como un payador de historias urbanas, un cronista de la ciudad que lleva consigo la esencia del rock, la murga y el sonido rioplatense, siempre cruzados por el fútbol y River Plate, el club de sus amores. En 1993 viajó por primera vez a España, y desde entonces tendió un puente que le permite ir y venir constantemente. Ahora, volvió en noviembre después de seis meses de tocar en Madrid, Zaragoza y Aragón, entre otras ciudades españolas, y el mes que viene vuelve a zarpar, para grabar un disco que ya tiene nombre –De ida y vuelta, precisamente–, en una editora de Aragón.
“Después del 19 de diciembre empecé a recibir llamados y mails de mis amigos españoles diciéndome: ‘¡Ahora sí te la creemos, tío!’.” Es que cuando yo contaba algunas cosas que pasan acá, me tildaban de exagerado, no lo podían creer”, cuenta Prat. Ya instalado en la realidad argentina (“Uno se acostumbra rápidamente a andar por Soldati a la noche y que los taxis no te quieran parar”, dice con humor), tuvo tiempo para escribir una crítica murguera que habla de las cosas que le sorprendieron gratamente a su regreso: “Cuando ya no sea vivir retumbar de cacerolas / cuando se vayan por fin naufragando entre las olas / cuando tapen nuestras ollas a esas cuevas de ladrones / y que no puedan brindar ni siquiera con sifones / no dejaremos las calles, y mejor que se la crean / cuando no quede ninguno gobernarán asambleas”. En una pausa del ensayo del Club Murguérico”, el músico dialogó con Página/12.
–¿Por qué cree que desde hace unos años la murga fue incorporada por la clase media?
–Es que la murga siempre estuvo, para mí el Carnaval no desapareció nunca. Buenos Aires es muy grande y la gente se asombraría al saber la cantidad de murgueros históricos que hay. Lo que ocurre es que hubo una época en que el murguero se marginó, el carnaval fue prohibido y no se podía hacer la crítica de la murga públicamente. Ahí la murga se fue metiendo para adentro y se hizo un ghetto muy marginal. Cuando la clase media empezó a desarticularse progresivamente, hasta transformarse en “la clase media-baja-dura-liquidada”, como yo la llamo, esos sectores tomaron a la murga como un referente en una búsqueda de identidad. Por eso hoy seve esta erupción de los talleres de murga, o tantos pibes que en lugar de tener una banda de rock hacen una murga.
–¿Cuál cree que debe ser la función de la murga en los tiempos de crisis actual?
–La que siempre tuvo. Que el pueblo salga a la calle a expresarse, a decir sus verdades, y a mostrar su alegría. Hoy, más que nunca, la murga debe asumir un compromiso artístico que la haga crecer año a año. El gran desafío de los murgueros es fortalecer lo que logramos con la ordenanza de 1997, a partir de la cual la murga pudo recuperar las calles y fue declarada patrimonio cultural. Ahora hay que pelearla, como en todos los frentes, para que a la murga se le dé la importancia social y cultural que tiene, para que se la tome como una riqueza y un patrimonio, para que no se la descuide. Porque el concepto de que la alegría o un carnaval parece que molestara a cierta gente, a quienes lo mejor que podría pasarles es que desfilen patrulleros.
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