Mar 22.07.2003

ESPECTáCULOS  › RUBEN SZUCHMACHER REINTERPRETA A HENRIK IBSEN

Un nuevo laberinto para Nora

“Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido”, de Elfriede Jelinek, plantea un atrapante juego de relectura sobre “Casa de muñecas”, que comienza cuando el público aún está ingresando en la sala.

› Por Hilda Cabrera

Ante el desconcierto de los espectadores que van ingresando en la sala, una obra ya está en curso. No es la de la austríaca Elfriede Jelinek, que los convocó, sino el último fragmento de Casa de muñecas, del noruego Henrik Ibsen, según la mirada del director y puestista de Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido... Es necesario acudir media hora antes del horario que figura en la cartelera de los diarios (a las 20.30 en lugar de las 21) para no perderse lo que sería el prólogo de esta nueva Nora. La puntualidad permitirá hallarle significado a la picardía del director Rubén Szuchmacher de mostrar un final de Casa de muñecas (estrenada en 1879) deliberadamente kitsch por su ambientación y convencional por la forma en que es interpretado. Se recordará que esta pieza fue en su tiempo combatida, en parte porque destaca por lo menos dos asuntos molestos. Uno es el abandono del hogar y de los hijos por un personaje como Nora, una señora burguesa que desea “repentinamente” transgredir algunas normas, y otro, su confrontación con un marido que, además del “ridículo” en que lo deja el portazo de la mujer, sufre el chantaje de un acreedor por una deuda impaga.
Estos asuntos, quizás hoy menos traumáticos a nivel social, eran oprobiosos a fines del siglo XIX europeo, al igual que el tipo de denuncias que aparece en la otra pieza de Ibsen que inspira a Lo que pasó... Se trata de Los pilares de la sociedad (estrenada en 1877), retrato de una burguesía que alienta el cinismo y la especulación. De ahí algunas exclamaciones del marido, que pueden sorprender al espectador desprevenido: “¡Estoy salvado! ¡Nora, estoy salvado!”, dice Torvaldo, agitando el documento que firmó Nora y el acreedor finalmente devolvió.
Respecto de esta Nora de Ibsen se ha escrito mucho, pero en este caso conviene resaltar sólo algunos puntos. Quizás ayude saber que en la obra del autor noruego, la protagonista se muestra algo caprichosa, mientras que su marido insiste en verla como si fuera una muñeca. Una mujer hermosa y bastante “infantil”, y de ninguna manera capacitada para ser socia en sus negocios. Su abandono del hogar fue visto en determinadas épocas por el público y la crítica como un acto de liberación femenina. A partir de esa convención, Jelinek construye Lo que pasó... Tarea que requiere un “desmontaje” de lo escrito por Ibsen y de los varios significados que se le atribuyeron al personaje de Nora. Lo que se advierte en la puesta de Szuchmacher es un nuevo desmontaje, pero esta vez sobre el texto de la austríaca. Este trabajo explica en parte el porqué del prólogo, tras el cual los intérpretes saludan a la platea de la Casacuberta, acompañando incluso el público con los suyos los aplausos grabados en la banda sonora. Tras este fragmento sobreviene el cambio. La escenografía es desarmada yvuelta a armar a la vista del espectador. Se escucha el habitual pedido de no fumar y apagar los celulares. La voz llega con interferencias, fragmentada, acorde a este montaje, despojado de adornos y con un gran telón pintado, compuesto de paneles por los que entran y salen los personajes, casi a la manera de un vodevil.
El espectador verá entonces a otra Nora. Esta conserva sus ademanes de muñeca, aun cuando dice querer “realizarse” como mujer. Su intención es integrarse al plantel de una fábrica, donde, extrañamente, tanto las obreras tejedoras como los hombres lucen colorete en las mejillas. Parecen marionetas ejerciendo un trabajo que no los hace más libres. En este ámbito, Nora pasa a ser un elemento más al servicio de un sistema que, según se da a entender, encierra y manipula. La autora pertenece sin duda al bando de los creadores austríacos que con furia más o menos intensa satirizan a las instituciones, especialmente las de su propio entorno, y a los dogmas. Uno de los más conocidos en la Argentina es el fallecido escritor, poeta y dramaturgo Thomas Bernhard, y otro de menor fama, Werner Schwab, de quien se estrenó en 2002 Las presidentas.
Puede decirse que los hilos que mueven a la “muñequita” Nora no son invisibles. Jelinek señala como manipuladores a los dueños de una estructura social armada entre complicidades y caracterizada por su gran avidez de dinero. En esta obra confronta no sólo con las ideas de los dominadores, sino también con las de los seres comunes. Así, ridiculiza a una secretaria que, creyéndose “emancipada”, adopta los códigos varoniles que cunden en las empresas. De estos diálogos, que se suceden con rapidez, intempestivos y antididácticos, surge lo que parece el nudo de la obra. La feminista Nora no es sino una mujer enredada en su propio discurso y en lo que cree entrever en el de los otros, sea el de las obreras de la fábrica o el de los Mussolini o Hitler, o de grandes pensadores como Freud, Marx y Max Weber. Nora (o la mujer a secas) no sale de su laberinto, y opta por asociarse a un sistema que le retribuye siempre menos. La situación de la mujer no es hoy sin duda la misma que en 1977, cuando fue estrenada Lo que pasó..., cambio que tal vez inspiraría otra Nora, otro planteo sobre la diversidad sexual y psicológica.
Lo que pasó... invita a reflexionar. Que se lo haga o no depende del espectador. La puesta de Szuchmacher no es concesiva y exige cierta disposición. En cuanto a las actuaciones, cada una a su manera resulta interesante, pero sobresale la labor de los protagónicos. La de una Ingrid Pelicori que por momentos se asemeja a una “descarriada” Alicia en un país que no es de maravillas, y los trabajos de Alberto Segado (excepcional en varias escenas), Horacio Peña y Horacio Roca. En conjunto, los intérpretes expresan con fidelidad las perplejidades de un texto provocativo y hasta escrito en clave pseudocientífica, que en algunas secuencias impresiona como “una obra en marcha”. El cambio de escenografía a la vista del público, los sonidos que imitan la rotura de objetos, la utilización de un lenguaje teñido de humor negro y sadomasoquismo, el desgarro del personaje de una Eva que enumera, alucinada, nombres de empresas y bancos poderosos, todo ello da cuenta de un mundo de seres definitivamente quebrados. La acción se ubica en los años ‘20, pero con saltos al futuro, lo que en este engranaje develado por Jelinek implica el advenimiento de un Hitler. La Nora presuntamente liberada (en Ibsen) se integra aquí al mecanismo empresarial con un plus al hacer suyo el optimismo adaptado al gusto de los que dominan. El desafío de esta puesta de Szuchmacher, chirriante en más de un aspecto, es el de reflejar una repetición: la de una Nora que en distintas épocas construyó ella sola su propio cerco.

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