ESPECTáCULOS
“Bajo Fondo Tango Club”, milonga del mañana, electrónica del ayer
Los shows del grupo de Gustavo Santaolalla y Juan Campodónico resultaron una fiesta de estéticas cruzadas y riesgo artístico.
› Por Pablo Plotkin
Primera escena: Diego Vainer, solo en el escenario, ejecutando con una computadora Apple la introducción del show. Chisporroteos de un buffer maltratado y el sonido de una púa arrastrándose sobre samples de vinilo. La imagen futurista de la velada: un siglo de tradición analógica convertido en síntesis informática, en el retrato de un hombre y su máquina confabulando el tango del mañana. O del hoy. Es el principio de un concierto que sumará progresivamente componentes musicales y escénicos hasta derivar en una milonga tecnoaeróbica de características inéditas. La presentación porteña de Bajo Fondo Tango Club, el proyecto colectivo de Juan Campodónico y Gustavo Santaolalla, superó el impacto estético de su único disco editado hasta la fecha, el que cruza en la tapa dos piernas femeninas forradas en medias de red. Si el disco es la conciliación exhaustiva y virtuosa de dos géneros distantes (el tango y la música electrónica bailable), el show es la batida a duelo de esos microcosmos alterados. Y la supervivencia de ambos.
La primera vez que esta orquesta atípica de tango-dance enfrentó al público de Buenos Aires fue en el último verano, un show gratuito y poco promovido en el pasaje Carlos Gardel. Algo habrá pasado en estos meses para que aquella noche tibia en el Abasto se transformara en el espectáculo potente del sábado y anoche en el Teatro ND Ateneo. Después del ambiente reo de Vainer (la primera herejía de la noche), la banda empieza a ensamblarse a partir de las máquinas, incorporando engranajes de un modo tecnológicamente regresivo. Campodónico y Luciano Supervielle, uruguayos a cargo de las programaciones, disparan las bases que dictan el pulso de la orquesta. La madera, las cuerdas y el fuelle se someten primero a la voluntad del beat y el scratching digital, para luego desprenderse y asumir coordenadas de vuelo propias. Verónica Loza, a un lado, mezcla imágenes en vivo que se proyectan en una pantalla de fondo. Cabarets de entreguerra, héroes del tango y revueltas populares se recortan y superponen al ritmo de los loops y los redobles de bandoneón del notable Martín Ferrés. Las estéticas cruzadas, entonces, son los tubos de oxígeno del espectáculo, que convierte esa presunta situación anómala en un mecanismo de relojería barroco y a la vez conciso.
Es imposible hablar de Bajo Fondo sin referirse a su antecedente más directo, el anglosajón Gotan Project, acaso el inventor del subgénero. Pero si bien ambos parten de una misma idea –conjugar tango y electrónica–, los resultados son casi opuestos. En su disco, Gotan Project compone un fundido encadenado de música electrónica afectada por el Piazzolla menos tajante. Con pocas quebradas y una sucesión de atmósferas plácidas y siempre seductoras, La Revancha del Tango es un excelente disco de chill out pensado desde las consolas. Bajo Fondo, en cambio (también asistido por el espectro del “libertador” del dos por cuatro), se sostiene en la superposición virtuosa de géneros, y en una tradición orquestal que “redime” los arrebatos profanos. En ese juego de destreza y explosiones musicales permanentes, Bajo Fondo sale casi siempretriunfal, excepto, tal vez, en “Naranjo en flor”, en que intenta una versión deliberadamente conflictiva que naufraga en un electropop anémico. En otros casos, como el de “Perfume” (escrita por Supervielle y Jorge Drexler), el colectivo rioplatense se convierte en una big band de botica, orquesta gitana y espectáculo de music hall. Adriana Varela pisa fuerte el escenario y le pone ovarios y nicotina al controlado desborde electroacústico que sucede a sus espaldas. Samples de Goyeneche gorjeando fragmentos de “La última curda”, y el joven Cristóbal Repetto haciendo de su boca una mezcladora canyengue de hits tangueros.
El violinista Javier Casalla es el dueño del vértigo, el hombre capaz de llevar a la banda por una pendiente y luego remontarla como a un barrilete. Hacia el final de un show breve y pegador, no apto para ortodoxos cardíacos, arrecian los bombos en negra y la orquesta le abre camino a un set trance en el que Campodónico y Supervielle vuelven a erigirse en oráculos disidentes. Santaolalla arenga y toca, en ese orden. Aparecen bailarines anfetamínicos que sudan milonga y breakdance, esparciéndose entre los pasillos y el escenario. El público porteño bendice el debut y se acopla con total frenesí a esta ceremonia híbrida con futuro internacional asegurado. Tango house progresivo de exportación.