Mar 29.07.2003

ESPECTáCULOS  › ASTOR PIAZZOLLA Y YUPANQUI, RETRATADOS POR SUS HIJOS

“Nunca fueron ‘productos’”

Roberto Chavero y Diana Piazzolla, junto a Guillermo Fuentes Rey, le dieron forma a “Los caminos de la identidad”, que reúne las biografías de dos referentes fundamentales de la música argentina.

› Por Karina Micheletto

“Para mí, la mejor proyección es proyectarme hacia la ameba, lo profundo, hacia el más abuelo de los abuelos, que no es solamente el mío, es el abuelo de mucha gente, es el Juan Pueblo. Ese es mi camino”, decía en 1981 Atahualpa Yupanqui. “Tengo una ilusión: que mi obra se escuche en el 2020. Y en el 3000 también. A veces estoy seguro, porque la música que hago es diferente”, se lee en las memorias de Astor Piazzolla. Por caminos diferentes –desde la tradición uno, desde la renovación el otro–, las obras de Yupanqui y Piazzolla son parte sustancial de la identidad cultural argentina. Astor-Atahualpa. Los caminos de la identidad, escrito por los hijos de ambos, Diana Piazzolla (escritora, periodista y dramaturga) y Roberto Chavero (incansable difusor, ordenador e investigador de la obra de su padre), y por el periodista Guillermo Fuentes Rey, reúne las biografías de estos dos músicos fundamentales, ilustradas con fotos hasta ahora inéditas. El libro, editado por la Dirección de Música de Buenos Aires, no será comercializado, y se repartirá en escuelas y bibliotecas. Hoy a las 20.30 se presentará en el Teatro Alvear, con la actuación de Suna Rocha, Suma Paz, Domingo Cura, Oscar Alem y la Orquesta de Tango de la Ciudad, con Fernando Suárez Paz y Guillermo Fernández.
Durante la presentación, Suna Rocha interpretará “Campo, camino y amor”, la única obra creada conjuntamente por Piazzolla y Yupanqui, grabada recién en 1999 por Amelita Baltar. El libro cuenta la historia de ese tema: en 1974, en una reunión en París, Atahualpa relató cómo se habían conocido sus padres. Piazzolla le pidió que hiciera un poema contando esa historia, para que él pudiera musicalizarlo. “Me comprometo a escribírselo”, cuentan que le respondió Yupanqui. “¡Pero póngale algo sencillito, eh!”
Para Fuentes Rey, los dos autores homenajeados sufren hoy una “incomprensión atenuada”. Chavero y Piazzolla coinciden en señalar que sus padres aún no fueron suficientemente reconocidos en la Argentina. “Mi viejo tiene cerca de cuatrocientas composiciones grabadas, de las cuales no se cantan más de veinte, que son las conocidas”, señala Chavero. “Muchos dicen que admiran a Yupanqui, pero en realidad admiran su fama, y se suben a ese lustre. En cuanto se los apura un poquito no conocen más de cinco obras del Tata”, asegura. “No son reconocidos ahora, y no fueron reconocidos en vida. Por algo los dos tuvieron que irse afuera, y no por elección, por necesidad”, resalta Diana Piazzolla, y agrega un dato que fortalece su afirmación: Astor, la novela biográfica que Diana publicó en 1986, no volvió a editarse en la Argentina, y está agotada hace tiempo. En París, en cambio, el libro acaba de obtener el premio Coup de Coeur de la Academia Charles Cros, en el mismo momento en que cuatro obras de Piazzolla fueron incorporadas a los programas de las escuelas medias francesas, como materia de estudio.
Escribir sobre sus padres, por supuesto, no fue tarea fácil para los hijos. “Por un lado es hermoso, pero por otro es revisar la historia de tu familia, como una larga sesión de terapia”, asegura Diana Piazzolla, en diálogo con Página/12.
–En el libro, los dos marcan que sus padres optaron por la música, y que fue una opción dolorosa. ¿Cómo lo vivieron como hijos?
Roberto Chavero: –Cuando yo tenía dos meses, mi padre se fue al exilio. Cuando volvió, yo tenía un año, y al poco tiempo fue a la cárcel. Costaba comprender eso, pero tuve una gran aliada en mi madre. Ella lo apuntalaba mientras mi viejo era prohibido, silenciado, observado. Llevó tiempo hasta que entendí por qué el Tata seguía adelante. Se me hizo más fácil cuando empezó a ser reconocido en Europa. Ahí empecé a sacar pecho.
Diana Piazzolla: –Yo viví la opción de vida de mi padre con una felicidad tremenda. A mi hermano y a mí nos parecía normal, y nos quedó como herencia. Astor fue nuestro ejemplo porque no hizo concesiones, no se dejó llevar por ningún canto de sirena, luchó contra la mediocridad. Yporque valoraba por sobre todo la perseverancia del estudio. Jamás fue un camino fácil. Le costó peleas, insultos por la calle, hacer las valijas cada dos por tres porque acá no se podía. ¿Sabe lo que era ir con el padre de uno y que los taxis no quisieran parar porque era Piazzolla?
–O sea que el mito de los taxis que no paraban es verdadero...
D.P.: –¡Claro! Con mi hermano les tirábamos piedritas a los taxis que no paraban, de la bronca que nos daba. Pero mi padre seguía adelante, y no es cierto que no le importara nada. Fue feliz porque en su ley hizo lo que quiso, y no cualquiera puede. Ahora hablan, por ejemplo, de “su casa de París”. ¡El alquilaba! Jamás hubiera podido tener una casa en París, con lo que ganaba. A los 60 años recién empezó a ganar algo de plata, después de una vida que lo llevó a la enfermedad.
R.C.: –En Cosquín, mi viejo cobraba 800 pesos, mientras otros vociferantes cobraban diez veces más. A los 54 años se pudo comprar su primer auto, un Citroën 2 CV. Los dos tomaron una decisión, nunca ser “productos”, y la llevaron adelante hasta en el último momento de sus vidas. Les costó sacrificios, pero sabían que estaban haciendo una obra que los iba a trascender. Yo lo vivía como normal porque en mi casa no había quejas. La realidad era una y sobre esa realidad se actuaba. Y cuando la cosa anduvo mejor, los lujos eran ir al Palacio de la Papa Frita o sacar abonos en el Colón.
–¿Qué actitudes intransigentes recuerdan de sus padres?
D.P.: –Muchas... Mi padre se peleaba mucho, tenía que hacerlo, provocaba porque lo provocaban. Cuando Julio Jorge Nelson habló de “esa serie de ruidos molestos de Astor Piazzolla”, él salió a decir que todos los tangueros eran sordos. Los tangueros se le fueron al humo.
R.C.: –Al Tata le costó muy caro negarse a cantar para Eva Perón, le costó el exilio, la cárcel, la tortura. Después, muchos se cambiaban de vereda cuando él se arrimaba. Pero también estaban los amigos. Mi viejo era amigo de gente como Aníbal Troilo, Pablo Neruda, Paul Eluard, Herman Hesse. Y de tantos otros con los que cimentó amistades que los hacían crecer, fundadas en la admiración y el respeto. Con muchos ni siquiera recuerdo que se tutearan. Porque para mi padre ser amigo no era ir a comer una pizza, o tratarse de “che, loco”. La amistad era compartir un mundo sensible y creador, con la necesaria distancia.

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