Mar 29.07.2003

ESPECTáCULOS

Mozart también puede ser un aliado de los títeres

La versión de “La flauta mágica” que se ve en el Teatro Cervantes exige un público atento y de cierta edad, pero aun así consigue deslumbrar, gracias a una impactante realización de los muñecos.

› Por Silvina Friera

Compuesta en 1791 por Wolfgang Amadeus Mozart, sobre un libreto de Emanuel Shikaneder, la ópera La flauta mágica, como los cuentos de hadas que al ser repetidos una y otra vez transmiten sentidos evidentes y ocultos, fue objeto de numerosas versiones concebidas para los chicos. Del célebre film homónimo del cineasta sueco Ingmar Bergman a la puesta en clave clownesca de la compañía argentina Clun, el argumento de esta ópera ha servido para recrear una historia compleja y fantástica que sigue suscitando una multiplicidad de lecturas posibles. Adaptada para teatro de títeres por Gabriela Marges, en el montaje que se ofrece en el Teatro Cervantes la sugestiva belleza visual de los muñecos armoniza con la magistral partitura de Mozart. El príncipe japonés Tamino llega a un bosque para refugiarse de la persecución de una monstruosa serpiente. Allí, sin saber que ha ingresado al reino de la noche, exhausto y atemorizado, cae desvanecido. Papageno, un extrovertido y simpático personaje que se dedica a cazar pájaros para la Reina de la Noche, le mentirá al príncipe haciéndose pasar por su salvador. La escenografía –el retablo cubierto con telas negras de las que penden réplicas de la partitura en color sepia– y un buen manejo de la iluminación contribuyen a generar una atmósfera onírica ideal para iniciar el viaje del héroe por el mundo de la oscuridad.
La mentira de Papageno pronto será desenmascarada por las hadas que, en realidad, fueron las que ayudaron a salvar al príncipe. Ellas, cautivadas por la belleza de Tamino, le mostrarán al joven príncipe un retrato de Pamina, hija de la reina, secuestrada por Sarastro, gobernador de los tres templos: el de la Sabiduría, la Razón y la Naturaleza. El joven príncipe, que se enamora inmediatamente de la princesa del retrato, acepta el ofrecimiento de la madre: si él logra rescatarla, se casará con Pamina. Pero a cambio de la hazaña que emprenderá, Tamino, acompañado por Papageno, recibe una flauta mágica tan poderosa que altera el estado de ánimo, los sentimientos y las pasiones de quienes la escuchen.
El pajarero, títere que aporta su cuota de comicidad pese a que no siempre esté suficientemente subrayada desde la manipulación (en el libreto se precisa que el personaje requiere agilidad física y gracia), llega hasta la habitación en donde Pamina se encuentra acosada por Monostatos, un esclavo malvado que se enamoró de la joven. El respeto por la riqueza melódica de Mozart (los títeres juegan las escenas y los diálogos sin superponerse con la música sino tratando de erigirse como prolongaciones visuales) resulta un acierto porque contagia el placer por la música apuntalando lo auditivo, pero al mismo tiempo esta intención le resta dinamismo a la caracterización de los títeres, que muchas veces pierden su potencial de irreverencia para narrar y hacer comprensible el argumento de la ópera.
Aunque Papageno y Pamina logran huir y se encuentran con el príncipe, que toca la flauta justo en el preciso momento en que intuye que la vida de la joven está en peligro, el malvado esclavo de Sarastro los acecha. En estas escenas, Monostatos, uno de los títeres mejor personificados, atrae la atención de los espectadores por su notable despliegue de histrionismo zumbón. Sarastro también resulta otro de los personajes adecuadamente tipificados: las acciones en las que interviene están teñidas por su severidad y autoridad. Las pruebas, a las que serán sometidos el pajarero y el príncipe para pertenecer al Templo de los Sabios, generarán confusión y reubicarán a los protagonistas. Considerados aliados de Sarastro por “guardar silencio” (una de las pruebas), la Reina de la Noche develará su odiosa personalidad.
El modo de presentar los conflictos y las tensiones, encadenados a partir de una deliberada oblicuidad, no facilita el acercamiento para el público infantil. En esta versión de la ópera de Mozart, la notable hechura de los títeres, subyugantes por el esplendor y la preciosura con la que están realizados, no alcanzan para simplificar la trama. De todos modos, sin apartarse del espíritu mozartiano, La flauta mágica consigue deslumbrar.

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