Jue 31.07.2003

ESPECTáCULOS  › “IRMA VEP”, UNA JOYA CON MAGGIE CHEUNG Y JEAN-PIERRE LEAUD

Cuando la realidad es una película

Estrenado en el Festival de Cannes 1996, el film del francés Olivier Assayas recupera una figura mítica del primer cine mudo y la convierte en objeto de reflexión sobre la complejidad del cine y del mundo contemporáneo. Por su parte, el director Antonio Chavarrías confirma las bondades del cine catalán en un intenso drama familiar pleno de interrogantes.

› Por Luciano Monteagudo

Filmado por el pionero Louis Feuillade en las fantasmagóricas calles desiertas de París, durante la Primera Guerra Mundial, el serial Les Vampires (1915-1916) narraba el esplendor de una sociedad secreta de criminales, que tenía entre sus filas a una diosa oscura y misteriosa, la sensual Irma Vep (un anagrama de “vampire”), siempre enfundada en un ceñido y excitante maillot negro. De día, Irma Vep –encarnada por la enigmática Musidora, que supo ser un símbolo de las primeras feministas– podía aparecer como mucama, empleada bancaria u operadora telefónica, pero su verdadera vida era esa sombra nocturna que se desplazaba por las azoteas para alterar el sueño de la burguesía y provocar el deseo de los criminales que la cortejaban: Grand Vampire, Satanus y Venemous.
Estos “vasos comunicantes”, como llamaban los surrealistas al pasaje entre la realidad y el mundo onírico, dieron como resultado una obra cinematográfica única, que fue objeto de la más exaltada admiración de André Breton por su conmoción del orden constituido y el triunfo de lo irracional. En Irma Vep, es esa obra precisamente la que quiere volver a revivir René Predal (Jean-Pierre Léaud), un cineasta en decadencia, que pretende recuperar la inocencia perdida del primer cine, el poder hipnótico que eran capaces de ejercer algunos films mudos como los de Feuillade y su diosa Musidora. Con ese material, el director francés Olivier Assayas hizo en 1996 este film que se mantiene tan actual como entonces y que puede pensarse en primera instancia como una reflexión sobre el mundo del cine, pero que abarca sin embargo un universo bastante más amplio: aquel que tiene que ver con los perversos juegos de poder y los choques de culturas en la vida cotidiana actual.
Desde su estreno en el Festival de Cannes de hace siete años, muchas veces se ha comparado a Irma Vep con La noche americana, de François Truffaut. Pero ha sido el propio Assayas el primero en salir a desmentir esa filiación, no porque reniegue de Truffaut –que es un cineasta al que siempre admiró (cuando Assayas ejercía como crítico de la revista Cahiers du Cinéma) y a quien hoy sigue admirando– sino porque así como La nuit americaine era un film fundamentalmente nostálgico, que añoraba una forma de hacer cine que en los años ‘70 ya parecía perdida para siempre, Irma Vep en cambio posa su mirada en la contemporaneidad: en las dificultades de hacer cine hoy (cómo, por qué, para qué) sino también en los problemas para relacionarse con ese mundo que existe fuera del mundo del cine.
En este sentido, no parece desatinado pensar a Irma Vep como una sofisticada comedia de costumbres, jugada en un ámbito donde los personajes suelen estar más expuestos que en otros a las presiones y conflictos de su entorno. Esa ligereza propia de la comedia Assayas la consigue de varias maneras, que enriquecen simultáneamente su film. Por un lado, logra transmitir de una manera muy vívida el frenesí de una producción caótica y de un rodaje que parece transformarse en un sordo campo de batalla. Pero por otro, esa agilidad, esa velocidad incluso que le infunde a su película (una velocidad que estaba ya en algunos de sus films anteriores, como Fin de agosto, comienzo de septiembre y que luego desmintió en su ambicioso film de época Los destinos sentimentales) tieneque ver con la materia que tiene entre manos. Esa materia es Irma Vep: no sólo el personaje creado por Feuillade sino también la actriz que el director Predal convoca para su rodaje y que no es otra que Maggie Cheung haciendo de... Maggie Cheung.
Deidad absoluta del cine de acción de Hong Kong y consagrada en el circuito de festivales como la actriz fetiche de Wong Kar-wai (nadie que haya visto Con ánimo de amar podrá olvidar su rostro transido por la infelicidad conyugal), Cheung funciona aquí como el verdadero eje del film, aquel de donde se aferra Assayas para contemplar la confusa realidad que lo rodea. Ella sin duda ostenta hoy el lugar que Guillaume Apollinaire le reservaba en 1915 a Musidora: el de “la décima musa”.

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