ESPECTáCULOS
› MARTIN CAPARROS HABLA DE SU NUEVO LIBRO Y LA ARGENTINA DE KIRCHNER
“Ahora el futuro es más fácil, más barato”
El escritor y periodista habla de “Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas”, su libro más reciente, sobre una joven de Barrio Norte que se convirtió en emblema de los okupas y anarquistas italianos. Y advierte que “el futuro parece exigir mucha menos participación, y eso es penoso”.
Por Angel Berlanga
Martín Caparrós se echa hacia atrás en el sillón y durante un minuto piensa la respuesta. Qué significa Soledad ahora, para vos, acaba de oír; es la misma pregunta que él mismo les hizo en Turín a dos okupas que conocieron de cerca a esta piba de clase media del Barrio Norte de Buenos Aires que, en unos pocos meses, luego de ser detenida con la absurda acusación de “ecoterrorista”, se convirtió en emblema del anarquismo, en “enemiga pública del Estado italiano”, en hija y hermana presa del otro lado del Atlántico, en pasto de la prensa sensacionalista. Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas. 1974-1998 cuenta la vertiginosa historia de una joven que creyó encontrar su lugar entre los okupas italianos y es el más reciente libro de este periodista y escritor que encontró, casi en las últimas páginas, el momento y el lugar justo para citar por primera vez, luego de veinte libros publicados, su poema favorito: “Cada quien está solo sobre la piel del mundo/ traspasado por un rayo del sol:/ y de pronto es de noche”. Es del poeta italiano Quasimodo; Caparrós lo anotó luego de contar cómo era el lugar donde apareció ahorcada Soledad.
“Cómo una chica con la que quizá no me hubiera sentado a hablar ni media hora se transformó en el leitmotiv de un año de mi vida: eso es un misterio”, responde, tras resoplar, en el living-escritorio de su casa. “Fue una chica que estuvo en el lugar y en el momento preciso, o en el lugar y en el momento equivocado, y se la bancó muy bien. Creo que no tenía nada de especial y me parece que la respeto mucho más ahora que cuando creía que era una especie de heroína. Me generó bastante cariño, y es raro.” Caparrós, que también es historiador, cree que Soledad fue una militante: “Empezó a serlo en los últimos meses de su vida, sin duda, pero su militancia tiene características muy distintas a la del siglo XX, donde el sacrificio era algo muy central: el militante era el que se sacrificaba para conseguir que en un futuro más o menos mediato la vida sea para todos como querría que fuese. Esta militancia anarquista, okupa, está en contra de la idea del sacrificio, y pretenden poner en acción aquí y ahora la idea que tienen de cómo debe ser la vida; tratan de vivir de la forma más parecida posible a aquello que desean, sabiendo que tienen restricciones”. Soledad apareció ahorcada en julio de 1998, en una casa donde cumplía arresto domiciliario y su novio, Edoardo, había aparecido ahorcado en la cárcel unos meses antes. Junto a un tercer compañero habían sido detenidos en marzo de ese año, acusados de formar parte de una organización que se había adjudicado una serie de atentados contra el proyecto de construcción de un Tren de Alta Velocidad. Caparrós hizo la investigación entre 2000 y 2001: rastreó documentación y entrevistó en Turín y en Buenos Aires a amigas, compañeros y familiares de Soledad. Amor y anarquía estaba listo para ser publicado a principios del año pasado, pero en el camino se cruzó el proyecto de Qué país, un libro de entrevistas a referentes sociales, políticos y culturales que apareció en el convulsionado 2002.
–¿Cómo fue evolucionando el sentido de esta historia?
–Es un anacronismo que Soledad fuera una chica que se mata por amor o por una causa en medio del menemismo más crudo. Quizá ya no era lo mismo en 2002, cuando otra gente aceptó el riesgo por una causa y lamentablemente terminó muriendo por su militancia política; el año pasado ya no era un caso tan extraño como era en el ‘98, cuando sucedió, o en el 2000, cuando me puse a trabajar. La otra cosa que pasó fue que a ellos los acusaron de terroristas en 1998 y en los años siguientes esa figura, la del terrorista, se convirtió en central dentro de la lectura del mundo que hacen los grandes poderes. A partir de 2001 Estados Unidos tuvo la inmensa fortuna, si es que lo fue, de conseguir un recambio de enemigo. Se supone que el terrorista tiende a la destrucción de los grandes Estados, pero no está en absoluto claro que tenga algún proyecto alternativo. En esesentido también se resignificaba la historia de Soledad; en algún momento los títulos ensayísticos eran “la construcción del enemigo” o “la invención del terrorista”. Me parecía un tema significativo del libro: cómo un Estado se inventa un enemigo allí donde no había suficiente.
–¿Cree que se suicidó? ¿Cómo se relaciona el suicidio con esta idea de no sacrificio?
–Respecto de su muerte no puedo asegurar nada. Me parece además interesante la idea de no poder hacerlo. Creo que en un punto se mató para dejar dudas, no certezas. Pero tampoco puedo estar seguro de que se haya matado. Todo suicidio es un gran signo de interrogación, y en este caso más. Si se mató, lo que más me suena es que no sabía cómo seguir, quién ser de ahí en más. Había sido alguien demasiado fuerte y demasiado intenso durante unos meses, y no creo casi posible seguir siendo ese personaje así de intenso.
–Con Soledad como ejemplo desarrolla una idea de cambio respecto de lo que fue el futuro en la Argentina y lo que es el futuro ahora.
–Soledad fue un caso particular de esta idea argentina muy fuerte en estos últimos diez o doce años, de que el futuro ya no es una condición de tiempo sino de espacio. El futuro es algo que no se realiza aquí dentro de equis años sino que se realiza en otra parte, y por eso la gran ola emigratoria de la cual Soledad fue parte, sólo que de otra manera: en lugar de irse a Miami o Madrid para tratar de conseguir un laburo que le permitiera acaso meterse en una hipoteca, comprarse una casa, garantizar que los chicos fuesen al colegio, ella encontró un proyecto colectivo en el que se sentía participante de algo más que de su pequeña vidita.
–¿Y cómo era el futuro en 2002, comparado con el de 2003?
–Tengo la sensación de que ahora es mucho más fácil, mucho más barato. Hace un año creíamos que para que hubiera alguna forma de futuro la teníamos que hacer; ahora creemos que puede llegar a haber alguna forma de futuro porque volvemos a tener un papá bueno que puede hacer por nosotros. Lo que suele llamarse la esperanza acá: hemos recuperado la confianza en la delegación y la creencia de que un buen jefe, amable y simpático, hace, puede hacer, y por lo tanto no es estrictamente necesario que nosotros hagamos nada. El futuro ahora parece exigir mucha menos participación, y me parece penoso. Pero de momento es lo que hay.
–¿Qué quedó de la efervescencia del año pasado?
–Una cantidad de cosas, grupos que no existían, fábricas que están produciendo con los trabajadores y, sobre todo, reflejos e ideas acerca de lo que podríamos hacer si fuera necesario, una noción casi sobrevalorada; muchos argentinos se quedaron con la sensación de que en diciembre de 2001 voltearon uno o dos gobiernos, y yo creo que no fue para tanto. Pero tener la sensación de que podemos hacerlo es un paso hacia una realidad posible. Ahora estamos mucho más aliviados, no necesitamos hacerlo porque Kirchner es bueno y entonces volvemos a abandonar nuestra capacidad. Pero creo que queda la idea en la memoria de que si fuese necesario... Pude haber hecho de esa mujer una mujer si hubiese sido necesario, el verso de Gelman.
–¿Qué visión tiene de estos primeros tres meses de gobierno?
–Kirchner es un señor aparentemente lleno de buenas intenciones que toma medidas que en principio me gustan en el orden del emprolijamiento institucional. Ha hecho bastante en ese sentido. Lo hace de una forma muy personalista. En general aparecen como una dádiva de su bondad; para borrar al presidente de la Corte Suprema no convoca a los argentinos a que vayan a Tribunales para demostrar su repudio, sino que sale en televisión, convence a diputados, no le da el espacio a la población. Eso a mí no me gusta, me gustan otras formas de hacer política. Yo no veo ningún setentismo en este gobierno: lo definitorio de esa época era la idea de que la política es la participación de cuanta más gente mejor. Y me parece que además es peligroso, porque alguna vez el señor Presidente, si es querealmente quiere hacer algo en serio en la Argentina, va a necesitar esa gente más o menos participando, organizada. Y si no los pone en marcha en la bonanza, en la malanza va a ser una matanza.
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