ESPECTáCULOS
› OPINION
Palabras escalofriantes
› Por Eduardo Aliverti
A veces, muy pocas, uno da con historias que son únicas e irrepetibles. Pasa como periodista, como analista político, como investigador. O, en este caso, como productor cinematográfico. El problema es que, muchas de esas muy pocas veces, la propagación de esa historia tropieza con obstáculos que no la dejan a la altura de lo que es. Sol de noche, con excepción de dificultades económicas que fueron postergando sucesivamente su edición final y presentación, gozó de un proceso contrario: las cosas se encadenaron de modo tal que el producto final potencia la fuerza de su asunto central.
Lo primero que salta a la vista es que su estreno coincide con el mejor momento que el país haya vivido, desde el Juicio a las Juntas, respecto de un clima activo contra el olvido del genocidio (nos está costando, por estas horas, convencer a ajenos y hasta a propios de que la fecha de exhibición no fue fríamente calculada). Pero está lejos de ser sólo eso.
Haber conseguido a cámara abierta los testimonios de Aurelio Martínez, el cura de Ledesma durante 30 años; y de Mario Paz, el responsable de personal del Ingenio Ledesma durante la dictadura, fue el primer signo de que, al menos periodísticamente, ya habíamos dado un paso gigantesco hacia la consustanciación de tema y desarrollo. En verdad, un paso histórico. Porque al margen del aporte definitorio que sus declaraciones le brindan al film, y dicho lo que sigue con un orgullo del que nunca hubiéramos querido gozar ya que en ese caso la tragedia no habría ocurrido, jamás dos cómplices activos y pasivos de la represión dijeron lo que estos canallas ventilan en Sol de noche. No dudé ni dudo en rotular a esas confesiones como las notas más escalofriantes que obtuve en mi vida profesional, ni tampoco en afirmar que son uno de los golpes más demoledores que en momentos como éstos se puede asestar a la pretensión de impunidad de los represores. Cualquiera que vea la película comprenderá de inmediato el sustento de estas afirmaciones. Se podría reproducir de modo textual lo que vomitan Martínez y Paz, pero es justamente la fuerza incomparable de la imagen lo que torna indescriptible a sus dichos.
Un segundo elemento, cuyo carácter decisivo en el film podía jugar gravemente en contra de su difusión, es la observación puntual sobre el Ingenio Ledesma. Además de las alucinantes aseveraciones de Paz, la película está atravesada de modo casi permanente por las condiciones de vida de los trabajadores de la empresa y por el terror que su omnímoda presencia despierta entre los pobladores del lugar. Sólo falta el olor. Porque lamentablemente una pantalla de cine no puede esparcir en la sala el hedor inaguantable que desprenden las toneladas de bagazo de caña de azúcar, acumuladas por el Ingenio en pleno centro de Ledesma para que sus habitantes convivan con esa fetidez. ¿Acaso hubiera sido posible estrenar en salas comerciales una película que arrastra de esta forma a semejante emporio, si los tiempos que corren no fueran de contraofensiva frente a los impunes de toda la vida?
Por fuera de esos ingredientes externos, el trabajo de los directores y del equipo técnico que realizó el film es de una fidelidad notable a la temperatura que tienen Olga, Luis, los zafreros, el Ingenio, la vida cotidiana en Ledesma. Por supuesto, dejo para la crítica especializada las consideraciones específicas. Pero aseguro que Sol de noche es una muy buena demostración de cómo puede ensamblarse la mostranza del horror con la belleza estética. De alguna manera, aquello de “sin perder la alegría jamás”.
* Productor ejecutivo de “Sol de noche”.