Jue 21.08.2003

ESPECTáCULOS

Cuando la impunidad del pasado es puro presente

El documental “Sol de noche” refiere a la historia de Olga Márquez de Aredez, esposa de un médico desaparecido por la dictadura militar en el pueblo de Jujuy donde todavía se pavonean los represores del Ingenio Ledesma.

Por L. M.

Todos los jueves, en la plaza del pueblo de Libertador General San Martín, en la provincia de Jujuy, una mujer con un pañuelo blanco en la cabeza cumple con el ritual de la ronda, sola con su conciencia, sin nadie que la acompañe. Se llama Olga Márquez de Aredez y lleva bien alta una pancarta con la foto de su marido, Luis Aredez, desaparecido durante la última dictadura militar. El documental Sol de noche - La historia de Olga y Luis, codirigido por Pablo Milstein y Norberto Ludin, viene a rescatar del olvido la vida de esa mujer, de su familia y la de todo un pueblo, dominado por el tristemente célebre Ingenio Ledesma, el feudo creado por la estirpe de los Blaquier, capaz de ejemplificar las relaciones íntimas entre la dictadura asesina y el poder económico.
Con un activo que hoy alcanza a 500 millones de dólares (según estima el texto de Marcelo Birmajer que lee en off Eduardo Aliverti, también productor ejecutivo del film), el Ingenio Ledesma viene explotando la caña de azúcar y la producción de sus derivados desde hace décadas. Y no sólo la caña de azúcar. Olga recuerda que cuando en 1958 ella y Luis llegaron desde su Tucumán natal al Ingenio, donde él fue contratado como médico pediatra, las condiciones sanitarias y de trabajo eran terribles, y lo siguen siendo, fundamentalmente a causa del bargazo, que es el peligroso desecho de la caña de azúcar, que se va pudriendo al aire libre y contamina todo el ambiente. “Cuando nos instalamos, Luis no daba abasto con su tarea: atendía a cincuenta pacientes por día, de los cuales quince por lo menos eran chicos, los hijos de los zafreros, que sufrían de diarrea estival”, cuenta Olga.
Menos de un año duró Luis Aredez en su puesto. El Ingenio Ledesma consideró que se le prestaba una atención excesiva a los trabajadores. “Era un mediquito zurdo, lo rajé sin problemas, recetaba los remedios más caros para perjudicar a la empresa”, se enorgullece todavía hoy, frente a cámara, Mario Paz, el capanga del Ingenio, que ostentaba el cargo de “Jefe de Relaciones Públicas” del feudo. Es sencillamente sorprendente la impunidad con que ahora mismo, en el 2003, este hombre se encarga de relatar lo que él considera sus hazañas, entre las que figura no sólo haber despedido gente como si tirara desperdicios a la basura. Paz también se ufana de actos de corrupción y de haber mandado secuestrar y torturar, en un testimonio público que bien le podría valer una denuncia penal por apología del delito.
Lo significativo de este testimonio, y también de las declaraciones del cura párroco de Libertador San Martín, Aurelio Martínez, que dice haber sido “amigo y paciente” del doctor Aredez “hasta que los comunistas lo echaron a perder”, es el desprejuicio y la tranquilidad con que se expresan, como si todavía vivieran al margen de la ley y la Justicia, como si la democracia y la Constitución Nacional jamás hubieran llegado al pueblo de Libertador General San Martín, todavía bajo el control del Ingenio Ledesma, que allí –como en tiempos de la dictadura– parece seguir siendo propietario de todo y de todos.
Enfrentada a un material que parece desbordarla, la película de Milstein y Ludin no alcanza a reflejar ordenadamente todo lo que tiene entre manos, como si en La historia de Olga y Luis hubiera historias para variosdocumentales y no alcanzara sólo con uno, que no termina de definir su objeto de estudio. La trayectoria de Luis, que llegó a ser intendente del pueblo y como tal se atrevió a cobrarle impuestos al Ingenio (lo que le valió su primer secuestro el 24 de marzo de 1976 y su desaparición definitiva en 1977), es una historia, y la lucha solitaria de Olga y sus hijos, que siguen comprometidos con la causa de su padre, es otra. Ambas, es obvio, están indisolublemente ligadas entre sí, pero en Sol de noche no llegan a articularse narrativamente. La terrible “Noche del apagón”, del 27 de julio de 1976, en la que, con vehículos del propio Ingenio, el Ejército secuestró y torturó a casi 400 trabajadores (de los cuales todavía hay 30 desaparecidos), merecería también un tratamiento más exhaustivo que el que está en condiciones de ofrecer la película, que confía demasiado en los textos en off y en un montaje apresurado, que no siempre respeta los tiempos de sus testimoniantes.
Aun con estos reparos, Sol de noche es un film que –a pesar de referirse a episodios transcurridos más de un cuarto de siglo atrás– tiene hoy una vigencia aterradora. Nadie que preste atención a estas historias puede permanecer ajeno a un reclamo de justicia que todavía sigue insatisfecho. Esas heridas no sólo siguen abiertas sino que todavía hay gente que continúa impunemente echando sal en ellas. El film de Milstein y Ludin aporta elementos contundentes para reconocer en el presente los muchos resabios de la dictadura del pasado.

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