ESPECTáCULOS
› “SENDEROS DE SANGRE”, OPERA PRIMA DE JOHN MALKOVICH
El terrorismo como excusa
La primera película como director del célebre actor coquetea con el grupo peruano Sendero Luminoso, pero elige como tema un “thriller de terror basado en hechos reales”, según la definición del realizador.
› Por Horacio Bernades
Desde antes de su realización se venía hablando de la opera prima de John Malkovich en carácter de realizador como de “una película sobre Sendero Luminoso”, y el título con que se estrena en la Argentina (a diferencia del original, que es The Dancer Upstairs) no hace más que explotar esa fama. En verdad, Malkovich no toma al grupo peruano terrorista-maoísta como objeto de investigación, siquiera de interés, sino apenas como excusa –espectacular y escabrosa– para narrar otra cosa. ¿Qué cosa? Esa es otra cuestión, que ni el propio Malkovich parece tener muy en claro.
Producida con capitales españoles y basada en una novela escrita por el británico Nicholas Shakespeare, Sendero de sangre tiene al español Javier Bardem y al argentino Juan Diego Botto (el hijo de Martín Hache) al frente del elenco, con la italiana Laura Morante (la esposa de La habitación del hijo) y el portugués Luis Miguel Cintra (habitué de las películas de Manoel de Oliveira) cubriendo otros papeles de importancia. Como se estila en estos casos, el idioma común no es el español sino el inglés, esperanto de la gran producción internacional, para una película que fue presentada en San Sebastián, Venecia y Sundance. El protagonista de Sendero de sangre es un agente de policía, Agustín Rejas (Bardem), a quien un superior le asigna la tarea de investigar y detener al “presidente Ezequiel”, quien de la noche a la mañana se ha convertido, gracias a una serie de operativos sangrientos y espectaculares, en el enemigo público número 1 de ese país andino que se parece a Perú, pero se supone que no lo es.
Como el propio Abimael Guzmán –líder de Sendero–, este “presidente Ezequiel” es un ex profesor de filosofía lo suficientemente formado como para citar a Kant. Y lo suficientemente audaz (o loco, todo depende de la evaluación política que se haga) como para colgar un perro muerto en plena embajada china, enviar a un niño-bomba con su recado, iluminar la noche con hoces y martillos de neón, organizar un operativo con colegialas asesinas o cometer un magnicidio en medio una representación teatral. Casi como lo haría un astuto político contrarrevolucionario (lo más parecido a eso en la película es el personaje del portugués Cintra, eminencia gris que parece algo así como un pre-Montesinos), Malkovich utiliza a este despiadado fundamentalista de la revolución para dar miedo. Para darle miedo al espectador y accionar así el mecanismo básico de Sendero de sangre, que es el del thriller (“thriller de terror basado en hechos reales”, según la definición del realizador). Hasta tal punto sigue la película las convenciones de ese género, que el policía “loquito” de Juan Diego Botto parecería hijo del Mel Gibson de Arma mortal.
Para agregar “gancho” de público, Malkovich y Shakespeare le dan a Rejas (casado y padre de familia) un motivo romántico, a través de una bella profesora de danza (la sublime Laura Morante). Lo único que suman es confusión argumental y dispersión dramática, mediante un personaje que –al final se comprobará– es el más irresponsablemente construido de toda la película. Llena de anacronismos e inexactitudes que revelan una soberbia ignorancia de la región por parte de sus responsables, si Sendero de sangre no es un completo desastre se debe a varias razones. De Bardem para abajo, el elenco es a toda prueba. La fotografía del español JoséLuis Alcaine da a los tonos apagados máxima homogeneidad. El propio Malkovich, más allá de sus discutibles elecciones políticas y dramáticas, en lugar de dirigir con una mano tan pesada como cabía esperar, lo hace con relajada fluidez, logrando disimular algunos de los agujeros, inexactitudes y tergiversaciones que surgen a cada paso, en esta nueva visita de un estadounidense a su patio trasero.