Sáb 23.08.2003

ESPECTáCULOS  › “ENTRAMBOS”, EL QUIJOTE SEGUN EL GRUPO BUSTER KEATON

Los exilios de un caballero

El ilustre personaje literario de Cervantes desembarca con este montaje en la China imperial, en la Inglaterra victoriana y en la Argentina 2003, jugando a ser un polifacético buscador de patrias.

› Por Silvina Friera

El afamado “caballero andante” ha sido objeto de una polifonía de llamados teatrales, que exaltaron una lectura romántica o subrayaron la índole de su furibunda locura, con una elasticidad de matices intermedios. En la versión libre de Pablo Bontá, Entrambos, interpretada por la Compañía Buster Keaton, este singular personaje ideado por Miguel de Cervantes Saavedra en el siglo de oro español, emprende un viaje azaroso, con destinos tan inciertos como sorprendentes: desembarca en la China imperial, en la Inglaterra victoriana y en la Argentina del 2003. Impulsado por la furia del viento, Alonso Quijano, siempre acompañado por su fiel escudero Sancho Panza (rebautizado Zancas), emerge como un desterrado de la realidad de su mente. Sin embargo, este desplazamiento no es producto de su intoxicación con los libros de caballería ni de su alucinación. Don Quijote no es un loco ni un necio idealista sino alguien que juega a ser un polifacético caballero errante, un hombre que encuentra su patria en la mixtura cultural. Tres enormes pergaminos de color sepia, con los capítulos manuscritos de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, se mueven lentamente sobre el escenario. Una ráfaga arroja a un hombre petiso, deformado por su gordura y su prominente panza.
Zancas no para de toser. Como si se hubiera escapado de la minúscula prisión de un pergamino, escruta a los espectadores, se sacude, molesto, las partículas de polvo que quedan en su cuerpo y se prepara para recibir al héroe. Cuando una fuerte ráfaga lanza a Alonso Quijano, su gallardía se destiñe por el desconcierto con el que se desplaza. Camina como si fuera un aparatoso robot, anda a tientas, no consigue coordinar sus movimientos y la “entrada triunfal” deriva en un rotundo fracaso. Grandilocuente y afectado, Quijano se desespera por su tosquedad y le pide auxilio a su amigo para quitarse el yelmo atascado en su cabeza. Estos personajes, unidos por el afecto y el cariño, son compañeros en el universo del juego, la existencia de uno depende del otro, ambos se deslizan en un delicado y complejo paralelismo. Apoyados en una teatralidad fuertemente basada en lo corporal, Héctor Segura (Zancas) y Claudio Pazos (Quijano) parecen no necesitar del lenguaje oral para darle hondura a sus actuaciones. Durante más de diez minutos, construyen en silencio una multiplicidad de caracteres que irán integrando a medida que las palabras aparezcan. El caballero de la triste figura, vaya paradoja, es un exiliado de la gramática contemporánea. Habla en un español antiguo que lo distancia del espectador. No obstante, el efecto risible, apuntalado por la puesta, lo aproxima, porque su figura penetra cada vez con mayor intensidad en esa zona arbitraria de la simpatía humana.
Zancas, que lúcidamente trata de adaptarse a las circunstancias imprevisibles del periplo, le pide al hidalgo llaneza en los monólogos que interpreta. “Se me ocurre que estas gentes no comprenden nuestra lengua. ¡Que con este viento de la hostia debemos de haber caído en la lejana China o en la cruel Inglaterra!”, dice Quijano, rumiando su bronca porque “Pekín está irreconocible”. Zancas, con un tono impregnado por el gracejo de la musicalidad andaluza, apela a la autoridad de los pergaminos cuandono recuerda el capítulo o escena que les corresponde jugar, oficia de apuntador escénico del hidalgo y componedor de los entuertos generados por los dislates de su amigo. El oscuro objeto del deseo de Quijano, doña Aldonza Lorenzo (Dulcinea del Toboso), dista de ser la candorosa criatura angélica, imaginada o soñada por el caballero. Su tipo responde más bien a la rústica mujer de campo española con andar hombruno. Cuando recibe la carta de su atribulado enamorado ni siquiera la mira. Con desconfianza, la convierte en un papel arrugado y sin sentido, se deshace del manuscrito amoroso del Quijano y continúa, indiferente, con sus tareas domésticas. Sin embargo, Aldonza muda su ropaje y caracteres de campesina por un atuendo arquetípico de la cantaora flamenca de principios de siglo XX o de la combatiente republicana anarquista, en consonancia con la transgresión espacial y temporal enfatizada en la puesta. Acostumbrado a los desaires de su enamorada, la ira de Quijano crece a medida que certifica que sus monólogos son incomprensibles –tanto para los chinos, como para los ingleses y los argentinos–, y que no puede entablar un diálogo con sus contemporáneos.
El riguroso concepto estético de la compañía, dirigida por Bontá, está diseminado en la totalidad del montaje, destinado para jóvenes y adolescentes. Los signos se multiplican, como las imágenes de Aldonza o las impresiones que causa en los espectadores el devenir de los acontecimientos. El tratamiento sonoro y musical de Fernando Aldao, la utilización del cancionero folclórico anónimo sefardí, árabe y español (“Tres hermanitas”, “La prima vez” o la conmovedora “Vivir en un cuento de hadas”, entre otras) y una ambientación con reminiscencias de la España del siglo XIII, en donde convivían judíos, moros y cristianos, le confieren a la puesta una originalidad y belleza sorprendentes. Quijano, al igual que los judíos y los moros, es un exiliado interior. Abandona el territorio manchego para buscar su patria espiritual, porque sólo los exiliados pueden ser libres.

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