ESPECTáCULOS
El IUNA, un espacio para sembrar danzas a futuro
Diana Theocharidis, directora del Instituto Universitario Nacional de Arte, relata los métodos de trabajo con nuevos valores que llevaron a la creación del espectáculo que se verá hoy en el Centro Cultural San Martín.
› Por Silvina Friera
En el nuevo programa del ballet del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) el eclecticismo integra, concilia y pone a “dialogar” a distintas estéticas de la danza que a veces se miran de reojo. En Una variante, La sangre brusca y Tres en un tiempo conviven el guiño entre la danza aérea y terrestre; la voz y el movimiento, con textos de Borges y Baudelaire y una danza pura, que versa sobre el transcurrir del tiempo. La directora de la compañía del IUNA, Diana Theocharidis, disfruta de esta multiplicidad de estéticas de las obras que se presentará hoy a las 20 en la sala Ernesto Bianco del Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551), con entrada libre y gratuita. “No quise programar únicamente a coreógrafos jóvenes inscriptos dentro de las nuevas tendencias porque aposté por otro proyecto. Me cuestiono mucho esa concepción de asociar lo joven con lo nuevo, porque hay grandes coreógrafos que no envejecen, gente que a los 60 años puede ser mucho más moderna que uno de 25. Quiero que los coreógrafos convocados generen obras para la compañía, que el ballet del IUNA sirva como espacio para que los creadores tengan un campo donde poder sembrar”, dice Theocharidis en la entrevista con Página/12.
En el programa hay dos estrenos –obras especialmente preparadas para la compañía– y una reposición. Una variante, con coreografía de Brenda Angiel, indaga en la técnica mixta de la danza aérea (dos bailarines colgados de arneses), con la de tierra. La brusca sangre, que incluye textos de Jorge Luis Borges y Charles Baudelaire, con coreografía de Mabel Dai Chee Chang, experimenta con los caudales de voces, movimientos y la alteración de la respiración como forma de producir estados. El programa concluye con la reposición de Tres en un tiempo, una obra de Roxana Grinstein sobre la finitud, con música de Ricardo Dal Farra y Arturo Gervasoni. La compañía, creada en abril de 2002 con 14 jóvenes egresados de la institución, está formada por Soledad Alfaro, Romina Bernardi, Damián Cortés, Geraldine de Crescenzo, María José Esplugas, Viviana Finkelstein, Paloma Macchione, Romina Mancini, Sonia Nocera, Ariel Romero, Hugo Schettini, Melina Martínez, María Cecilia Rivas y Marina Ottomano.
“Los primeros cuatro meses estuvimos ensayando sin salir a mostrar el producto que habíamos logrado. Nuestro primer programa lo presentamos en agosto del año pasado”, recuerda Theocharidis, formada por Ana Itelman, Renate Schottelius, Mauricio Wainrot y Ana María Stekelman. En 1989, Theocharidis creó la Compañía Espacio Contemporáneo y montó varias piezas en las que integraba en escena a músicos y bailarines: Homenaje a Scelsi (1989), Cuarteto para el Fin de los Tiempos (1995), Kassia (1998) y Sul Cominciare, sul finire (2000), basada en Seis propuestas para el nuevo milenio, de Italo Calvino. Entre sus últimos trabajos, se destacan la règie de Varieté, de Mauricio Kagel y las coreografías de las óperas Mahagonny, de Kurt Weill, y Dido y Eneas, de Henry Purcell.
En apenas un año y medio, la compañía del IUNA estrenó Ninguna imagen, de Mónica Viñao; Cenando a Johannes B., de Carlos Trunsky; La caída, de Rodolfo Lastra y repuso Aria, de Schottelius, con dirección de Cecilia Raffo y Ko-Lho, con coreografía de Theocharidis, quien también se desempeña como curadora del Centro de Experimentación del Colón. Además de las obras que se suman con el estreno de un nuevo programa, el ballet del IUNA se presentará el martes 21 en el Colón. Los bailarines integran el elenco de la ópera Armida –drama heroico en cinco actos, que el músico alemán Christoph Willibald Gluck compuso en 1777–, que cuenta con règie de Carlos Sorín (el director de Historias mínimas), dirección musical de Carlos López Puccio y coreografía de Oscar Araiz.
–¿Cuál es la identidad que busca darle a la compañía?
–El tema de la identidad es muy interesante porque no somos una compañía de autor. Como es una compañía universitaria, me pareció quedebían estar representadas las distintas tendencias. Pero esta diversidad no genera que el producto final sea híbrido. Para evitar esta hibridez subrayé los contrastes y me puse en el lugar del espectador. En el primer programa que estrenamos abríamos con Ninguna imagen, cuya música era el Himno Nacional totalmente deconstruido, complementado con textos sobre la realidad. Después continuaba con La caída, inspirada en el siglo XVIII francés, con trajes de época. Me interesaba que hubiera cierta mirada histórica y una perspectiva generacional. Sé que son objetivos ambiciosos, pero los bailarines no pueden estar encerrados en el mundo de la danza, deben nutrirse con otro tipo de experiencias. Por eso, para ellos fue muy importante participar de la ópera Bomarzo, con règie de Alfredo Arias, de la que hice la coreografía, porque debieron asumir que la danza estaba al servicio de la ópera. El trabajo de Arias, en lugar de resultarme restrictivo, abrió un espectro expresivo fundamental.
–¿El rol del bailarín es más activo ahora que hace 20 años?
–Sí, en la danza contemporánea es muy importante el intérprete, porque se trabaja con la improvisación incluso, a veces, como un método de composición. En las obras de Viñao o Mabel Dai Chee Chang, que están más cercanas a la danza-teatro, se trabaja con recuerdos y experiencias de los integrantes de la compañía.
–¿Es un momento en donde no hay certezas y todo sirve para crear?
–No sé si no hay certezas. Me interesa lo multidisciplinario, los espectáculos donde hay artistas de áreas muy diversas. La danza es un lenguaje muy abstracto. Las obras de danza que tienen más abstracción resultan complejas para el público que no es de danza, quienes necesitan pasar por una instancia dramática o argumental para entender.
–¿Cómo analiza las tendencias de la danza contemporánea?
–La danza, desde hace años, está abriendo sus fronteras, aunque coexistan obras en las que prima el movimiento puro, por más que nunca pueda ser puro porque la danza es un fenómeno teatral. A partir de que aparecen los movimientos cotidianos de un bailarín y se los incorpora en una obra se rompe la distancia entre el bailarín, que era considerado un ser sobrenatural, y el intérprete actual, un ser de carne y hueso.