Mar 02.12.2003

ESPECTáCULOS  › EL ESCRITOR SERGIO OLGUIN HABLA DE “FILO”, SU SEGUNDA NOVELA

“El sistema absorbió a lo crítico”

Pensado como una crítica a la carrera de Letras, el libro presenta una serie de personajes caracterizados por lo amoral.

› Por Silvina Friera

En la revista Con V de Vian, Santiago Pazos era un mordaz personaje que no dejaba títere con cabeza dentro y fuera del mundillo de la literatura argentina. Su creador, el escritor y periodista Sergio Olguín, víctima incluso de su inefable criatura (que se atrevía a cuestionar hasta las notas que el propio Olguín realizaba para la revista Página/30), le ha concedido la gracia de regresar a la ficción en Filo, su última novela, editada por Tusquets. Aunque algunos de los decapitados puedan entrar en una suerte de ataque de pánico generalizado, con sólo imaginar lo que Pazos se animaría a escribir y decir, de “ese abogado del diablo” –tal como lo define Olguín–, sólo queda la esencia: su pasión desmesurada por los libros. El establishment ilustrado de la Facultad de Filosofía y Letras y sus respectivos escritores canonizados pueden descansar en paz. O no tanto. Porque aunque el propósito de Olguín, según comenta en la entrevista con Página/12, no haya sido escribir una novela satírica sobre la vida académica de un puñado de estudiantes de letras, subyace una impugnación a ese modo de concebir la literatura como un universo cerrado y monológico, en donde no hay campo para cultivar ni cosechar siquiera un discurso crítico y dialógico.
Olguín, que fue estudiante de letras a fines de la década del ‘80 y durante los primeros años de los ‘90, fundó la revista cultural Con V de Vian, que dirigió hasta 1999, y editó las antologías Los mejores cuentos argentinos, La selección argentina, Cross a la mandíbula, El libro de los nueve pecados capitales y Escritos con sangre, cuentos sobre casos policiales argentinos, entre otras. En 1998 publicó el libro de cuentos Las griegas y el año pasado, Lanús, su primera novela. En Filo, el escritor apela a la estructura del triángulo amoroso para echar a rodar unos personajes que, paulatinamente, se apartan del estilo de vida al que estaban acostumbrados. El mismo día que Marcela cumple 27 años descubre tres cuestiones en las que antes no había reparado: la insatisfacción que le genera su previsible vida matrimonial, que quiere volver a estudiar letras y, como si esto no fuera suficiente, su padre, don Simone, le confiesa que perdió el empleo de toda la vida, pero frente al resto de la familia simula que sigue trabajando en la fábrica. Simone, que vaga por la ciudad masticando su rabia de desocupado, se encuentra con Pajarito, un punga de vieja ley con el que inicia una delirante sociedad de robos y hurtos. Cuando Marcela retoma sus estudios, se reencuentra con un viejo amor –el mismísimo Pazos–, conoce a Lucrecia, una profesora (ex de Pazos, todo un ganador con las mujeres) y a Ramiro, un joven que escribe y recita poesía.
“A mí me gusta lo barrial, si me tuviera que definir alguna vez diría que soy un escritor de barrio, que escribo literatura barrial”, señala Olguín. “Congreso, Caballito y especialmente Once, Constitución y Pompeya, tal vez por venir de Lanús, son para mí ámbitos de cruce, son barrios que quiero mucho, con los que me identifico y con los que me siento cómodo a la hora de tirar a un personaje en una parte de la ciudad. Me hago cargo de lo solidario y lo barrial. Los personajes de Filo pueden estar muy imbuidos en la literatura, pero no pierden nunca el sentido ético de la solidaridad.” Olguín, un escritor afín a la literatura de Roberto Arlt, Bernardo Kordon, David Viñas, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain y Roberto Fontanarrosa, advierte que “Filo es un libro más difícil, con una estructura más jugada y compleja que Lanús”.
–¿A qué atribuye esa complejidad de Filo? ¿Está relacionada con el discurso crítico que efectúa contra la academia?
–Hay varios aspectos. Por un lado, la mitad de la historia es sobre estudiantes de letras, algo que no interesa a mucha gente porque los estudiantes de letras son los más plomos del mundo. En la novela, además, hay un discurso amoral alrededor del trabajo o la pareja. Si a vos te echan de un laburo, una posibilidad totalmente válida es salir a robar. Los personajes tienen ética pero no tienen moral. Lo mismo sucede con las relaciones sexuales. El vínculo que prevalece es el triángulo más que el de la pareja. Estos son temas que pueden resultar chocantes porque no se plantea un juicio de valor, en todo caso el juicio es a favor de disfrutar la vida como sea.
–Desde el nombre, Filo transmite la imagen de algo que está en el borde. ¿Fue ésa la intención cuando empezó a escribir?
–Sí. Me gusta que los personajes empiecen de una manera y terminen siendo de otra, que en la novela se produzca un desarrollo. Esto se da cuando los personajes están al borde de sus propias posibilidades como personas. Arriesgarse en lo laboral, en lo afectivo, ir más allá de lo que los demás esperan de vos, es estar jugando con mucho doble filo. En ese sentido tomé la filosofía de un escritor inglés, David Lodge, que es muy optimista con respecto al destino de sus personajes. Otro de los autores que tuve presente fue George Simenon. El nombre de uno de los personajes, Simone, es un homenaje a este autor. Además, tomo el título de una novela que se llama Mi amigo Maigret y en Filo hay un capítulo que se llama Mi amigo Simone. El argumento de la historia de Simone, ese hombre desocupado que se sienta en el banco de una plaza a observar la rutina de la gente, está basado en el argumento de una novela de Simenon, El hombre del banco.
–¿La pasión del lector está puesta como un signo positivo?
–Sí, pese a que en un momento, una ex novia de Pazos lo acusa de haber transformado esa pasión en un gesto, de haberse convertido en un crítico literario. Pero quería rescatar de Pazos la pasión por los libros, ese amor literario, que hoy no es necesariamente único. Pazos se puede juntar con un amigo a hablar de fútbol, de mujeres o deportes en general, sabiendo que el código base, el idioma desde donde se inicia todo, es la literatura. Mi intención inicial era incorporar como personajes secundarios a Enrique Pezzoni, Beatriz Sarlo, Daniel Link, pero me pareció que finalmente no era lo que quería escribir y me aparté de esa idea. Tengo muy clara mi posición con respecto a algunas cuestiones sobre la carrera de letras, sus profesores y la literatura argentina. Si insistía en eso, la novela iba a tener un tono moral que no quería, porque prefería un tono más amoral y ambiguo.
–De todos modos, hay una crítica muy fuerte a la facultad y al culto por la academia...
–En la carrera de letras se ha confundido lo estético con lo académico. Por eso homenajeo a David Viñas. Si hay un modelo de profesor que yo quiero, como alumno que no terminó su carrera, es el de Viñas, un profesor que te permite pensar, discutir y pelear. La voz de Viñas, para mí la más entrañable del curso de 1986, queda como testimonio de una carrera de letras posible, que lamentablemente se perdió.
–¿Por qué se perdió ese discurso crítico?
–Lo crítico fue absorbido por el sistema. Al “discurso crítico” se lo premia con becas, con apoyo de fundaciones, con publicidades estatales. Vamos hacia un discurso cada vez más monológico, más establecido, que ya no va a ser de derecha ni de izquierda sino que será el discurso oficial de la cultura. Jamás voy a comprender cómo hay gente de posición ideológica de izquierda que defiende la cultura de la derecha.

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