ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A PATRICIA SUAREZ
Ese viaje de escribir
Ganadora de varios premios locales e internacionales, la escritora acaba de editar Perdida en el momento, una novela en la que abundan “personajes a la deriva, en permanente movimiento”, y en la que no falta el humor.
› Por Silvina Friera
Lena Polzicoff, esa joven disparatada de la novela Perdida en el momento, no se halla cómoda en ninguna parte: “Todos los sitios eran de tallas más grandes y parecían hilados con lanas de vicuñas pinchudas que se le metían en la carne como espinas”. Lena huye de un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe –adonde décadas atrás habían arribado sus abuelos rusos– a Nueva York, con el deseo de escribir y tomar un curso de escritura creativa en alguna universidad. Sin embargo, empieza a trabajar en un restaurant neoyorquino para ganarse la vida. Pero ese refugio de latinos desarraigados no era su lugar en el mundo. Inesperadamente, tras arrojar vidrio molido dentro de un frasco de mayonesa, escapa a Canadá. Pero ella, que por su condición de fugitiva tiene más interrogantes que certezas, no se ahoga en su fragilidad: prefiere sonreír en vez de llorar, opta por el humor como herramienta de autocrítica. Claro que Lena no es la única que sobrelleva como puede su exilio. El desgarro por la ausencia y la angustia de una identidad truncada atraviesan a muchos de los personajes: Angela, una mexicana devota de los muertos; Mr. Patterson, un irlandés viejo y ciego que busca señoritas que le cuenten historias para niños, y Pierrot, un francés que adiestra cerdos.
“Antes era una escritora feminista, ahora soy madre”, bromea Patricia Suárez, autora de Perdida en el momento –premio Clarín 2003 de novela, editada por Alfaguara–, acompañada por Alegría, su hija de cuatro meses. La escritora rosarina, que ahora vive en Buenos Aires, confiesa que esta novela le abrió puertas que antes se cerraban herméticamente. Suárez, que acaba de obtener en España el premio Rafael González Castell por la novela Caminando sobre vidrio molido, se desliza con confianza por todos los géneros literarios: drama, novela, cuentos para chicos y adultos, poesía y ensayo. Autora de la novela Aparte del principio de la realidad y de los libros de relatos Rata paseandera, La italiana (por el que obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes en 1998), Completamente solo y La flor incandescente, entre otros, Patricia dice que escribe desde los 21 años y que conoce las excusas, “siempre diplomáticas”, de los editores, al rechazar un manuscrito. “El material es muy interesante, pero no hay espacio en el fondo editorial para publicarlo”, recuerda Suárez sin rencores, con una sonrisa contagiosa y burlona que le permite hacer la catarsis después de los muchos “no” que retumbaron en sus oídos. “En el fondo comprendo la actitud, aunque no la comparto”, señala. “Somos muchos los que escribimos y los editores apuestan al apellido que vende, al prestigio, más allá de que el material sea publicable”.
–¿Se siente parte de una nueva generación de escritores o piensa que los autores de su edad son como islas que no comparten intereses comunes?
–No podría hablar de una generación porque no tengo contacto con mucha de la gente que escribe. Ahora no está tan presente, como en otras épocas, la cuestión de formar parte de un grupo, que proporciona una identidad como escritor. Pero tampoco creo que no haya intereses comunes generacionales. Lo percibo cuando leo literatura de autores mayores de 40 en donde encuentro algunas marcas e inquietudes que nos unen.
–¿Cuáles serían esas marcas?
–Supongo que tiene que ver con el exotismo, pero no como una búsqueda chic de la literatura sino como algo genuino. Ese exotismo estaría presente en la construcción de personajes más a la deriva, que no están encerrados sino que se desplazan, que se mueven, viajan. El personaje que quiere zafar de una realidad aparece de una forma muy distinta. No como en Bernardo Kordon que nos mostraba el tipo que hacía el negocio en la calle Corrientes. Recientemente me pidieron para una encuesta un listado de libros que me gustaban de autores menores de 45 años. Entre los que elegí están Catástrofes naturales, de Anna Kasumi Stahl, una escritora japonesaque se hizo argentina por adopción; Examen de residencia, de Eduardo Muslip, que me parece que vive o vivió en Arizona y La hermana, de Paola Kaufmann, que estuvo en Estados Unidos. No hay una búsqueda de lo exótico por pose sino porque en estos autores hay algo de ese estar a la deriva, que no es sólo en un sentido geográfico.
–En Perdida en el momento usted apela a un humor desprejuiciado que remite a la narradora Hebe Uhart...
–¡Es mi maestra! Hay una afinidad compartida más allá de la literatura. Es el mejor elogio que me digan que en lo que escribo resuena de alguna manera Hebe, porque yo me formé en sus talleres y la admiro. Al mismo tiempo, ella dice que su maestro es Felisberto Hernández. Cuando leo a Felisberto me resuena Hebe y encuentro cosas de cómo soy yo. Creo que tiene que ver con una manera de narrar un poco infantil.
–¿A qué atribuye esa necesidad de narrar desde un punto de vista infantil?
–Porque soy completamente infantil (risas). Como también escribo literatura infantil, cultivé ese ser al estar en contacto con la mirada del niño. Por eso Perdida... me parecía una novela disparatada, con mucho humor como para ganar un concurso. Si se analiza la obra de Daniel Moyano o Haroldo Conti, se ve que fueron escritores que quedaron relegados respecto de la literatura argentina for export, que es más solemne y seria y donde todos están seguros de lo que dicen. Estos autores tenían más preguntas y humor. Mis modelos de humor son más estadounidenses que argentinos, porque los norteamericanos son más desenfadados para el humor. En la literatura argentina, que parece priorizar el “escribirás con dolor”, pesa más el compromiso, como si el humor fuera una mala palabra, como si el compromiso tuviera que ser obligatoriamente solemne.
–¿Ser escritora en la Argentina es un poco andar a la deriva?
–En Autoayuda, de Lorrie Moore, hay un cuento (Cómo convertirse en escritora) en el que sugiere que ser escritora es perder el tiempo. Pero cuando llega la hora de escribir temblás, se te ponen las axilas húmedas, el corazón palpita y perdés el tiempo (risas). Siempre tengo estas sensaciones, pero no dejo de escribir. En Rosario no había trabajo relacionado con la literatura y como no tengo una carrera universitaria fue muy difícil sostener mi voluntad. Colaboré en El País (Uruguay), La Capital (Rosario) y en otros medios. Pensaba que si fracasaba en la escritura, cuando estuviera en la ruina trabajaría como cajera en un supermercado. Hoy me doy cuenta que ni siquiera en un supermercado me tomarían porque a los 34 años no doy con el perfil.