Dom 25.01.2004

ESPECTáCULOS  › PINO SOLANAS SERA PREMIADO EN LA BERLINALE

“Está película está hecha desde la llaga argentina”

En marzo, el director estrena en la Argentina su última película, Estado de asamblea (Historia del saqueo). Pero antes, será lanzada internacionalmente en Berlín, donde Solanas recibirá un Oso de Oro de honor por su extensa trayectoria.

› Por Verónica Abdala

El 19 de diciembre del 2001, Fernando “Pino” Solanas no pudo permanecer estático frente a las imágenes que la televisión transmitía desde Plaza de Mayo y salió a la calle decidido a registrar por sus propios medios lo que estaba pasando. Veterano en el arte del rodaje callejero, llevaba como único equipaje una pequeña cámara digital. El impulso se reiteró al día siguiente, el de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa: la historia se había acelerado ante sus ojos y su única reacción posible era registrarla en una versión sin intermediarios. Esa dinámica continuó en aquella era de corralito, cacerolazos, cambios vertiginosos de presidentes, asambleas barriales, movilizaciones más o menos espontáneas, escraches y fervor popular. Una y otra vez, Solanas (1936) apareció en el momento indicado para filmar los hechos que estaban generando una Argentina muy diferente a la de la década del ‘90. Sin embargo, por entonces, no tenía del todo claro qué haría con las horas y horas de imágenes que empezaba a acumular en su archivo. Podría decirse que fue la realidad la que terminó marcándole el camino: un día se dio cuenta de que el final del gobierno de la Alianza era el cierre de una etapa histórica, y decidió documentarla en una película. Esa película se llama Estado de asamblea (Historia del saqueo), y a su criterio es la continuación del mítico documental de siete horas La hora de los hornos, y se estrenará en la Argentina el 18 de marzo, después de su lanzamiento mundial, el 10 de febrero, en el Festival de Berlín. Pese a que también estaba invitado a Cannes, Solanas decidió asistir al festival alemán después de que sus organizadores le avisaran que planeaban entregarle un Oso de Oro honorario, por su aporte al cine en los últimos cuarenta años. “Siento que éste será un doble reconocimiento”, dice en el marco de la entrevista que concedió a Página/12. “Por un lado, será un reconocimiento a mi trayectoria. Pero puede verse también como el reconocimiento de una verdad histórica: que nos vaciaron el país.”
Que la realidad le impuso la película no es una forma de decir: el día que salió de su casa de Olivos, impulsado como por un resorte rumbo a Plaza de Mayo, Pino acababa de llegar a Buenos Aires dispuesto a pasar aquí las fiestas para comenzar el 1° de enero el rodaje de una superproducción internacional. Había aceptado rodar Afrodita, una película inspirada en el libro homónimo de la best-seller chilena Isabel Allende, que seguramente lo hubiera rescatado del ahogo financiero que arrastraba desde el fracaso comercial de La nube, de 1988. El ya planificado rodaje de Afrodita dejó de tener sentido en el mismo momento en que percibió que estaba entregando su oficio a un proyecto europeo, lleno de estrellas (las españolas Victoria Abril y Marisa Paredes integraban el elenco) y con el que no se sentía cómodo, mientras ante sus narices chicos veinteañeros se jugaban la vida enfrentando a una policía desbocada y el país ardía de rabia, impotencia y esperanza. Cuando pudo pensar estaba haciendo y había hecho, entregado a un ritmo febril de rodaje improvisado, advirtió que tenía ya doscientas horas de grabación. Entonces se convenció de que la posibilidad de dejar testimonio de la historia viva no golpearía otra vez a su puerta. Dijo por entonces: “Siento que de algún modo estoy filmando la revolución. Porque las revoluciones tienen una fecha, pero esa fecha es la culminación de un largo proceso. Y éste es un profundo proceso de cambio. A veces, la palabra revolución puede parecer ampulosa. Pero Argentina necesita, sin miedo, una revolución.”
“Sentía que la historia me estaba dando la razón”, reflexiona ahora el cineasta, recién llegado de unas cortas vacaciones en Uruguay. “Me parecía que se confirmaba la catastrófica debacle que yo tantas veces había anunciado, pero que la forma en que se daba superaba cualquier pronóstico previo, era mucho más terrible y más cruenta de lo que alguien hubiera podido imaginar. Alguien tenía que contar eso, guardar los registros a las futuras generaciones y yo estaba ahí, como otras veces, con mi cámara portátil incorporada a mis ojos, dispuesto a asumir esa responsabilidad.” Por eso, dice Solanas, Estado de asamblea... es “una película hecha desde el dolor de la tragedia argentina, una llaga abierta que aún no deja de sangrar”.
“Es una película que tiene la vocación de recuperar la memoria y los valores éticos genuinos, que pretende desterrar el olvido. Tiene la vocación de recuperación de la esperanza, también. Este trabajo fue también la forma que encontré de rebelarme contra el discurso único de la resignación, al que prestaron su entera colaboración buena parte de los medios de comunicación de este país, y al que adhirió la mayoría de los argentinos, más allá de su extracción política o su clase social. Ese discurso que impuso la idea de que no se podía hacer otra cosa frente al avance del modelo neoliberal, de los chorros que ‘robaban, pero hacían’, del hambre, la exclusión, la miseria, la compra y venta de leyes, la corrupción.”
Solanas había sentido la misma necesidad de aportar una mirada alternativa, desprejuiciada y crítica cuando en 1966, el golpe militar de Juan Carlos Onganía lo obligó a salir a rodar La hora de los hornos
-junto a Octavio Getino– sin mucho más que la intención de registrar en imágenes una realidad opresiva. Entonces también salió con una cámara al hombro a recorrer la Argentina, aunque entonces tuvo que hacerlo desde la clandestinidad.
–¿En qué medida Estado de asamblea puede verse como una continuidad de aquella otra película hoy mítica, que usted definió alguna vez como “un acto de resistencia activa y de ética cultural”?
–La hora de los hornos, que fue estrenada en 1968, y Estado... tienen muchos puntos en común. Son dos obras jugadas desde el punto de vista militante, que aspiran a dejar testimonio de la vida social y política argentina. Diría que lo que ha cambiado es el mundo, el continente –que soportaba por entonces numerosas dictaduras– el país, las circunstancias que en una y otra he retratado, aunque bajo las aguas asoma una misma presunción, un mismo diagnóstico: la debacle a la que finalmente conduce el modelo neoliberal. En los ‘70 hacíamos un cine distinto, de acción, con el que pretendíamos cambiar el mundo. Mientras que ahora busqué registrar y dejar testimonio de lo “grotético” de este país, en parte grotesco y en parte patético. En ambos casos, de todos modos, late la tragedia de fondo, la necesidad de entender y mostrar para que algo pueda cambiar. Podría decirse que Estado... prueba de algún modo lo que La hora... anunciaba. La primera, advertía sobre lo que vendría, ésta muestra hasta dónde hemos llegado, y arriesga decididamente unas causas sobre por qué pasó lo que pasó. También están divididas en secuencias, una y otra. La hora... constaba de tres partes, ésta constará de dos.
En Estado de asamblea el director de Los hijos de Fierro (1978), La mirada de los otros (1980), El exilio de Gardel (1985), Sur (1988), La nube (1988) y El viaje (1992), se ocupa de narrar en primera persona las circunstancias que rodearon lo que, entiende, fue un proceso definitivo de transformación nacional, y que van desde la última dictadura hasta la llegada de Domingo Cavallo al gobierno de la Alianza. Estado... dura casi dos horas, y está estructurada en diez capítulos temáticos. La segunda parte, que se titulará Cantos de la Argentina latente y a la que el director dedicará por lo menos un año de trabajo, abarcará los sucesos comprendidos entre el estallido del 19 y 20 de diciembre del 2001 hasta la llegada a la presidencia de Néstor Kirchner. Solanas hubiera querido que los dos films se estrenaran con pocos meses de diferencia, pero los tiempos se demoraron. Piensa que Cantos... podría estrenarse en el 2005, en el mejor de los casos.
–¿Incluyó en su película material de archivo, además del que usted mismo registró?
–Sí, hay un porcentaje menor de las imágenes, cercano al 25% del total, extraído de los archivos, que me permitió recuperar, por ejemplo, los insólitos discursos que llegamos a oír los argentinos de boca de algunos políticos. Aunque el montaje y el complejo proceso de posproducción, que llevó casi un año, les dan a esas tomas que tantas veces vimos en televisión otro sentido, otro marco, una mirada distinta. Estamos acostumbrados, por obra y gracia de la televisión, a un bombardeo de información que nos agobia y muchas veces colabora, en definitiva, con un proyecto de desinformación o de información acotada a lo que les sirve que se sepa a los dueños de los medios de comunicación. Lo que yo intenté hacer aquí es todo lo contrario. No pretendo saturar al espectador con ruidos vacíos de contenido ni funcionales a intereses oscuros, sino mostrarle otra cara de los hechos e invitarlo a pensar. Estado... es un documental-ensayo, es mi vuelta al documental-ensayo. El relato descarnado del vaciamiento y el saqueo de este país, a manos de unos delincuentes que se hicieron pasar por clase dirigente y de las empresas extranjeras que tras las privatizaciones, quedaron a cargo de los servicios públicos. Es escandalosa la forma en que estos sujetos, estos delincuentes, han sometido al hambre, la miseria y a la injusticia a nuestra población. Y mi película parte de la base de que el sangriento crimen que concretó esta “mafiocracia” no puede quedar impune. Parte de la base de que estamos obligados a pensar.
–Tras el fracaso comercial que significó La nube, usted atribuyó la poca cantidad de espectadores a una clase media poco interesada en ir al cine a enfrentar su realidad. ¿Cree que en este sentido ha habido un salto de conciencia en la sociedad argentina, que esa misma gente está hoy dispuesta a ir al cine a ver “lo que pasó”?
–Por supuesto que ha habido un cambio muy profundo en la gente, una transformación que no tiene vuelta atrás. Cuando yo estrené La nube, que muchos hoy ven como una obra profética, la gente me decía “Sabés qué pasa, Pino, preferimos salir a divertirnos. No queremos ir a que nos cuenten de este país hecho pelota, no tenemos ganas de pagar una entrada para ver un bajón”. Esa misma gente, que estaba tan negada a abrir los ojos, tan negada a pensar el significado profundo de lo que pasaba y de lo que habría por venir, fue la que reaccionó violentamente cuando los bancos y el gobierno, amparados bajo la infamia del corralito, se aliaron para estafarla. La clase media que había cerrado los ojos ante la nube y El viaje, mis películas sobre el menemismo, la misma que votaría a De la Rúa y terminaría de algún modo derrocándolo, reaccionó recién entonces, cuando le tocaron el bolsillo, con una violencia inusitada. Desde entonces tiene otra predisposición ante la necesidad de entender y reflexionar. No quieren volver a ser estafados, maltratados, humillados. Como dice el refrán, “el que se quema con leche ve una vaca y llora”, ¿no?
–¿Cuáles fueron, en su visión, los factores principales entre los que contribuyeron al vaciamiento del país, al saqueo que refiere el título de la película?
–Lo que se consolidó en las últimas dos décadas fue un modelo económico del vaciamiento, que sólo benefició a los grandes capitales nacionales y extranjeros, y al que fueron funcionales los gobiernos radicales y justicialistas, representados en buena parte por una camada de delincuentes que se hicieron llamar clase política. Esos funcionarios obligaron al pueblo a pagar exorbitantes sumas de dinero en operaciones financieras, consiguiendo la proeza de que la riqueza ganada por generaciones de argentinos se evaporara. Al modelo económico hay que sumarle la traición sostenida a la que fuimos sometidos por estas sucesivas camadas de dirigentes canallas que convirtieron la política enel arte de hacer negocios para enriquecer sus arcas. La falta de un modelo estratégico de conducción ayudó a que Argentina perdiera el rumbo. La deuda “eterna”, que es la espada de Damocles de este país y fue excusa a su vez para que se instalara la cuenta política del ajuste. Y ese cóctel explosivo estuvo condimentado con una política de coacción, que nos llevó a creer que no teníamos alternativa de cambio ante la tragedia argentina, que no había otra posibilidad que la resignación. Ese sentimiento funesto y tan extendido del “no se puede, esto es lo que nos ha tocado, las cosas son así” y que lamentablemente “compró” la centroizquierda, el llamado progresismo. Así, la izquierda también traicionó lo que se esperaba de ella, y se convirtió en un factor funcional a aquellos que vaciaron el país. El hecho de que empecemos a ver y enfrentar las causas de la crisis son la única vía para poder salir. Esta película, aunque también es crónica y denuncia, pretende hacer un aporte a la reflexión. Está dedicada a los diez obreros que permanecen presos en la Salta de Romero, amigote de Carlos Menem, y como ellos a los que resisten y resistieron. A todos los que aguantan las vejaciones a las que los somete a diario este país.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux