Mar 27.01.2004

ESPECTáCULOS

El cuerpo político de una mujer llamada Eva Duarte

Creado por la coreógrafa Silvia Vladimivsky y bailado por Eleonora Cassano, el espectáculo La Duarte deja entrever la fragilidad de ese cuerpo femenino entregado a la política.

› Por Silvina Friera

El rostro de Eva irradia una calma pura y diáfana. Esa mujer de cabellos castaños, aferrada a una pequeña valija, quiere ser sujeto de su propia historia, trascender la estrechez de miras de Junín y proyectarse en una gran ciudad, esquiva y hostil, que tritura las esperanzas de muchos que –como ella– llegan apenas con lo puesto. La joven, que virtualmente es Evita, se siente tironeada por dos fuerzas aparentemente antagónicas. Mientras intenta hallar una identidad y un lugar, debe ser fiel a su origen. La Duarte, obra de teatro danza creada y dirigida por la coreógrafa Silvia Vladimivsky, toma una distancia saludable del panegírico de Evita al mismo tiempo que prescinde de una justificación de las acciones y posiciones que va adoptando el personaje. La puesta, que subraya esta lejanía con una escenografía basada en dos estructuras metálicas que se desplazan y se transforman en espacios públicos y privados, no santifica la imagen de la “abanderada de los humildes” ni la convierte en un fetiche popular. La directora plasma en escena un recorte arbitrario de la interioridad de Evita, sin respetar la exactitud cronológica ni la biográfica, recorte que se manifiesta en sucesivas epifanías: el descubrimiento del cuerpo femenino que devendrá en cuerpo político.
Eleonora Cassano compone una Evita mutante que va creciendo en intensidad dramática y en soltura. Al principio, la bailarina apuntala la indefensión y la soledad de su criatura: todas las puertas se cierran cuando ella busca abrirse paso como actriz. El rencor, el resentimiento y la impotencia se traducen en un dolor contenido que no pasa inadvertido desde lo coreográfico. Vladimivsky añade a la danza contemporánea aires de tango y vals, además de brazos y piernas que se estiran, que luchan y pugnan por acomodarse en un espacio. Los movimientos de Cassano, que acaso reprimen la angustia de los sueños que se diluyen, están siempre detrás del ritmo vertiginoso de un conglomerado urbano repulsivo. Perón representa para Evita (una hija no reconocida) un padre que al asumir su “paternidad” –al darle el apellido– la legitima como mujer, según insinúa la puesta, sin concretarlo con convicción desde lo actoral, rubro en donde emergen muchas disparidades que la directora no supo equilibrar.
Vladimivsky, sin embargo, acierta en el tratamiento caricaturesco que le confiere a Juan Duarte, un moscardón pegajoso y confianzudo que presume del cariño de su hermana a la que llama “negrita”. Juancito, con un aire de compadrito fanfarrón, merodea la intimidad de la pareja y se jacta de su privilegiada posición política para conquistar mujeres y realizar negociados turbios. “Esto es política”, repite mientras realiza acrobáticas piruetas y lanza una catarata de carcajadas en un registro propio de la comedia del arte. La interpretación de Gerardo Baamonde es excepcional. En las escenas con Cassano, la dupla se luce. Aunque le fastidian sus atropellos –la palabra corrupción saca de quicio a Eva–, ella lo apaña y lo protege como si fuera un hijo –que a fin de cuentas “traiciona” la confianza de su madre– frente a un Perón que preferiría sacarse de encima a ese farabutesco cuñado y secretario privado proclive al escándalo y la desmesura.
Cuando Eva escucha a la multitud de descamisados vitorear su nombre, alcanza la plenitud de su identidad. Como en un espejo en donde ella puede reconocerse, los descamisados se funden con su líder (“santa, revolucionaria, militante, abanderada”, le gritan). La bailarina, acaso consciente de esta limitación, opta por imprimirle a su Evita una atractiva textura etérea, pero depurada de lo pasional. Sólo en estos cuadros, los movimientos no alcanzan para expresar el paroxismo de la mujer argentina más importante del siglo pasado, y los fragmentos de los discursos políticos de Evita, mezclados con la cautivante música original de Sergio Vainikoff, resultan inaudibles o sólo se escuchan parcialmente.
Algo estremece a Evita, que trabaja a destajo sin importarle su salud. Una punzada en el bajo vientre la doblega. Si el ascenso fue un hueso duro de roer, el infierno que le depara las seis letras de su enfermedad no sólo desintegrará su cuerpo. Evita comprende que el cáncer afectará inexorablemente al cuerpo de la nación. La materia de su sueño tiene anclaje en las sustancias de lo real. El peronismo será derrotado, Juan morirá y Gatica también. La Duarte ilumina el alma de Eva, sugiere más de lo que dice, pero no consigue alumbrar con similar sutileza el cuerpo político de Evita.

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