Mié 28.01.2004

ESPECTáCULOS

La temperatura también está subiendo en Cosquín

Mientras crece la polémica por los cachets y se realizan debates sobre la verdadera esencia del festival, una comisión de campesinos reveló el brutal desalojo al que son sometidos en el norte de Córdoba.

En su cuarta luna, el Festival de Cosquín mostró un infrecuente rostro de compromiso, cuando Raly Barrionuevo y León Gieco, encargados de cerrar y abrir la emisión televisiva, respectivamente, aprovecharon para solidarizarse con la lucha de los campesinos del norte de Córdoba que están siendo desalojados de sus tierras, ante la repentina cotización de la zona por el buen precio de la soja, y la compra de grandes extensiones por parte de extranjeros. “En nombre de los pequeños productores campesinos exigimos igualdad ante la Justicia, y respeto para todos, no sólo para los que tienen plata por la soja”, comenzó diciendo Barrionuevo. Antes de largar su potente versión del himno de Carlos Puebla Hasta siempre invitó a subir al escenario a Ramona Bustamante, una anciana campesina de Sebastián Elcano, casi en el límite con Santiago del Estero, que el viernes fue desalojada violentamente de su campo. Gieco también tuvo palabras de adhesión a la lucha campesina, cuando presentó Bandidos rurales, Winchester en mano, vestido como en el arte del disco.
Desde temprano, un grupo de organizaciones del movimiento campesino había dado a conocer el conflicto en Cosquín, explicando la situación que se vive y mostrando en la Plaza San Martín un video que retrata el brutal desalojo en el Paraje Las Maravillas, a 180 kilómetros de la capital cordobesa, que incluyó la destrucción con topadoras de la vivienda de Bustamante y la contaminación del pozo de agua con combustible. Ayer la movilización siguió con un escrache a la jueza que ordenó el desalojo, la coscoína María Alejandra Hillman. Por la tarde, el ministro de Educación, Daniel Filmus, había llegado para repartir libros, en la campaña Cuando leés llegás más lejos. Más tarde Filmus se encontró con representantes de las organizaciones campesinas, y se comprometió a “hacer gestiones para esclarecer la situación”.
Otro conflicto, más doméstico, es el de los cachets de los artistas, en un escenario que sigue siendo de crisis para la organización. La batahola se disparó cuando se dio a conocer que Cacho Castaña, que se presentará mañana, embolsará 180.000 pesos, mientras que Soledad será la gran ausente: por aquí se dejó ver su padre asegurando que “fue un capricho de los organizadores”, que no cerraron trato por 20.000 pesos.
La discusión por el dinero, que también apunta a los productores que manejan artistas en combo –transformándose en virtuales programadores de algunas noches– se enmarca en otro debate más amplio, que desde hace dos días toma forma en el ateneo “Cosquín hacia los 50 años”. Allí se reúnen artistas, fundadores históricos del festival, productores y periodistas alrededor de una pregunta que se repite desde hace décadas, pero este año se plantea formalmente: ¿Cosquín cumple con las expectativas de la gente? Más allá de las limitaciones de esos debates, que muchas veces ponen al descubierto fundamentalismos que hacen entender, también, por qué llega el momento de plantearse la pregunta, en el ateneo se cuelan pasajes de sana autocrítica. En su show, Gieco pronunció palabras que funcionaron como respuesta a la pregunta: “Si hay problemas con los organizadores vamos a tomar la directiva los músicos, pero este festival tiene que seguir, para alegría de la gente”, disparó, aunque más tarde suavizó marcando que no era un tema puntual con la organización de este año.
Los grandes festivales, claro, necesitan recaudar. Cómo se conjuga esta necesidad con una programación de calidad, con nuevos valores y figuras consagradas, abarcativa y representativa de distintas regiones, es una cuestión a la que todavía no se le encuentra la vuelta. Las lunas vividas hasta ahora demuestran que, cuando no hay figuras hiteras,la plaza se ve grande. Página/12 consultó a algunos involucrados en la organización. Marcelo Simón, uno de los periodistas que más conoce de folklore, encargado de los libretos de presentación de este año, señala que es necesaria “una transfusión de inteligencia”, pero que en Cosquín pueden convivir figuras de mucho arrastre y una programación honorable. A favor del cumplimiento de este desafío destaca la calidad de la música actual. “Lo que hoy se escucha en Cosquín es muy superior a lo que se escuchaba cuando empezó”, arriesga. “Los folkloristas conocen mejor el material, su origen, su sustancia, están más preparados que los cantores de ayer.”
Los productores, lógicamente, ven el asunto desde una óptica comercial. Para Norberto Baccón, productor de grupos como Los Tekis y Cuti y Roberto Carabajal, Cosquín sigue cumpliendo con una de sus funciones principales, y eso amerita una respuesta positiva a la pregunta que guía el debate, “pero lamentablemente se agota en las nueve noches”. “Durante 44 años fue la vidriera más importante de la música nacional, y lo sigue siendo”, asegura. “Pero en los últimos quince años esa vidriera no tuvo continuidad. En marzo los medios parecen olvidarse del género, a menos que Los Nocheros o Soledad hagan un show importante en Buenos Aires. Y, si no hay políticas a nivel nacional que estimulen una continuidad, los chicos talentosos que surgen aquí quedan a la deriva.” Baccón señala que hay público suficiente, y para todos los gustos. “Entre enero y febrero hay más de trescientos festivales en todo el país. Esto no podría pasar si el folklore no interesara”, razona.
Para Daniel Nazer, productor del Chaqueño Palavecino, entre otros, el tema de las ganancias debe ocupar un segundo plano. “Si cumple con una función cultural, puede dar pérdidas, porque su objetivo está en otro lado. Además, el festival pierde plata pero la ciudad gana millones. Que no se hayan logrado formar lazos coherentes entre el festival y la ciudad es otro tema”, señala. Aun así, para Nazer el festival cumple con las expectativas: “Sigue promoviendo y haciendo conocer a gente valiosa. Los diez artistas más importantes del folklore actual salieron Consagración o Revelación de Cosquín. No es un dato menor”, advierte.
Santiago Giordano, músico, docente de música y periodista de La Voz del Interior, ofreció una respuesta negativa a la pregunta: “Basta ver la plaza en estos días, o las calles de Cosquín que no repiten la fiesta de otros años”, justificó. “Para responder sobre si cumple con las expectativas de la gente, primero habría que definir quién es la gente. El panorama está tan diversificado que pueden convivir expresiones muy variadas, de Soledad a Raly Barrionuevo. Y la gente que viene a ver a cada uno es diferente”, aclaró. Giordano destacó además que uno de los problemas del festival es que no se sabe vender: “Los productores imponen sus condiciones cuando tendría que ser al revés, porque éste es un espacio de difusión enorme. Pero Cosquín fue alimentando a productores muchas veces inescrupulosos que dictaban con quiénes se debía llenar la plaza”. Claro que la crisis de Cosquín está relacionada con la crisis general del país, como argumentó acertadamente el músico: “Una música que vive la disolución general del país que la sostiene lógicamente presenta sus grietas”.

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