ESPECTáCULOS
› ROBERTO PETTINATO, LA BIZARRIA Y EL CINISMO EN LA TV 2004
“Hago una destrucción constructiva”
“La pelea, el escándalo, la angustia, los nervios y el desconcierto son el único medicamento que nos queda para creer que nos sucede algo importante”, dice el animador, que encara una nueva temporada de Indomables con la tranquilidad que le da saberse lejos del estereotipo.
› Por Emanuel Respighi
El regreso a la TV de Indomables (lunes a viernes a las 21, por América) le inyectó a la pantalla chica argentina la cuota de sarcasmo que no puede faltar en un ambiente en el que la frivolidad se impone a cualquier otro tipo de análisis, como lo es el del espectáculo televisivo. Construyendo una mirada descarada sobre lo que ocurre en los medios, buena parte del valor de Indomables descansa en la incontrolable verborragia de Roberto Pettinato, siempre dispuesto a disparar sus filosos dardos a los ojos de cualquier “figura”. “Muchos creen que lo bizarro es nuestro pequeño compañero, el Mini”, comenta el conductor. “¡Por Dios! Lo bizarro es que nos hierva la sangre por discutir lo indiscutible. Eso es lo que desvela el alma humana, no sólo a la argentina. Y eso es lo gracioso del ciclo. El debate sobre cualquier cosa es, a la vez, lo bizarro y lo genial”, subraya, con un cinismo fiel al estilo que impuso a través de sus participaciones en Orsai a la medianoche, Un aplauso para el asador, Duro de acostar y Que parezca un accidente, entre otros ciclos televisivos que lo tuvieron como conductor.
Aunque reconozca no sentirse un “sapo de otro pozo” en la TV, lo cierto es que el ex saxofonista de Sumo impuso una forma de conducir que se aleja del estereotipo tradicional (trajes sobrios, palabras moderadas), aproximándose –como siempre quiso– a un David Letterman nacional. Suerte de exageración del periodismo amarillo, parodia del periodismo de espectáculo televisivo, Indomables logró reírse de todo aquello que otros endiosan: la TV y su star system. “La idea es continuar con el espíritu del año anterior, aunque también se puede esperar que la gente no lo vea (risas). En una visión optimista, se puede esperar también que la gente se aburra de Los Roldán y Los pensionados, se caigan del rating unos 14 puntos y nosotros comencemos a medir 23”, bromea en la entrevista con Página/12.
–A esta altura, ¿Indomables se trata más de un ciclo periodístico que humorístico, o viceversa?
–Es muy difícil descubrir si puede ser periodístico. En nuestro país, los periodistas hablan y piensan a tal punto igual que la gente que los lee, que si cambiásemos las formas de todos los artículos por el apellido de un repartidor de garrafas... no se notaría la diferencia. Bueno, claro, también hay grandes periodistas: son los que se dedican a escribir libros con millones de datos que nadie se ocupa de corroborar, mientras la otra mitad abandona sus obras en la página 100.
–¿La clave está en no tomarse en serio lo que sucede en la realidad mediática, repleta de escándalos y peleas insignificantes o “armadas”?
–La pelea, el escándalo, la angustia, los nervios y el desconcierto son el único medicamento que nos queda como pueblo para creer que nos está sucediendo algo importante. Ayer, por ejemplo, estaba supernervioso a propósito. Y es cierto que hago esto. Me desespero por los debuts y demás para poder llenar la rutina con petardos psíquicos que dejan pasar las horas aún más rápido.
–¿Encontró en Indomables el lugar ideal para desplegar toda su ironía? ¿Por qué?
–Creo haber llegado al máximo del estado irónico –tan difícil de mantener durante 24 horas–, que consiste en que nadie sepa cuál es la verdad, cuál el compromiso y cuál el estado irónico. Pero si miran profundamente mis ojos, todos se dan cuenta de lo que sucede realmente. Ahora, si alguien se toma el trabajo de mirarme a los ojos para ver qué es lo verdadero, obviamente que está muerto (risas).
–Por el hecho de venir del under musical y de mantener una imagen iconoclasta, ¿siente que tiene cierta impunidad a la hora de criticar a famosos desde el humor? Usted es capaz de decir aquello que otros conductores no dicen y, sin embargo, nadie parecería enojarse...
–Siempre utilizo esta suerte de destrucción creativa, basada obviamente en mis años secundarios junto a discos de Frank Zappa, para crear el bien. Al no haber maldad ni resentimiento en mi pensamiento, entonces el mensaje final es positivo y no vengativo. Por otro lado, es una suerte de sentido común atormentado por sistemas que fluyen por encima del control de cualquiera.
–La parodia suya a Luis Majul es fuerte...
–No hablé con él, pero seguramente vendría a ¿Tenés miedo?, que este año casi que se transformará en una sección fija. Cuando a uno lo imitan, creo que le pasan dos cosas. Por un lado, pensás: “¿De dónde sacó eso? Yo no soy así”. Y por otro: “¡Qué lindo que me imite!”. Y muchas veces hay un tercer sentimiento, que sin duda es: “¡A este infeliz lo quiero matar!”. Creo que Majul debe pensar lo primero.
–¿Cuál es la clave para transformar un ciclo conducido por Mauro Viale? ¿Qué cosas se propuso, de entrada, cambiar?
–Una sola cosa, y me la aceptaron: la cifra. Y hasta el momento, si no me han pedido nada más quiere decir que no hay pronósticos que indiquen que la cifra vaya a sufrir algún tipo de enfermedad mortal. En caso contrario, comenzaría a proponer y proponer otras cosas hasta que la cifra vuelva a salir de terapia.
–¿Cómo ve la TV actual?
–Hay un recambio de actores importante, una suerte de explotación sincera o tierna de esclavitud de los jóvenes que pretenden vivir de esto. Es como un acuerdo tácito entre todos, y así es como un día te levantás y decís: “Por Dios, ¿quiénes son todos estos nuevos chicos que se abrazan y bailan, o corren como cachorros (tal el caso de Martínez y Cabré en Son amores, ahora reemplazados por los otros dos de Los Roldán)?”. Pero así debería suceder en todos los órdenes de la vida creativa en la tele. ¿Grandes momentos de la TV? Sin duda Villarruel (gerente de programación de Telefé) y su niñera. Es un orgullo para mí, que no tengo nada que ver, que alguien lo haya hecho y ahora –después de 7 años de decir que se pueden hacer programas tipo Sony– por lo menos me sonrían. La niñera fue una gran redención para todos los que creemos que el gran teleteatro argentino puede transformarse en una gran comedia. Ahora, si fuera programador de todos los canales prohibiría que hubiera más de dos programas parecidos... Es tremendo cómo salen copias tras copias de programas, como si pretendieran agarrarte de las manos y que nos vayamos todos al profundo infierno. ¿Para qué? Si apenas funciona uno, ¿por qué se empecinan en hacer otro igual? Pero repito: creo que el gran logro de la tele del 2003 y del futuro es haber aprendido a bajar al pueblo, a buscar talentos y bueno... explotarlos. Una explotación, en la mayoría de los casos, menos salvaje de la que tienen en sus trabajos semanales.
–¿Qué no haría jamás en TV?
–Un programa tipo Viale o Lía Salgado. No encuentro el sentido a eso. Me haría sufrir mucho y, por otro lado, es algo tan chiflado como sufrir en las peleas de Titanes en el ring. Son programas en los que sabés que lo que sucede puede que no sea cierto, pero lo vivís como real. Es extraño.
–Usted viene de un circuito más sombrío y oscuro como era el del rock de los ‘80. ¿Logró adaptarse al glamoroso mundo de la TV y su star system, o se siente un sapo de otro pozo?
–A esta altura, después de recibir el reconocimiento en el 2003, ya no me siento un sapo de otro pozo. Soy un hombre que trabaja dentro de la industria de la TV. Aspiro a ser como Carrizo, Larrea o Mancera. Lo dije varias veces: vine a reemplazar a los que algún día se retirarán... Y así correrá la rueda por siempre.
–¿Le gusta realmente estar en TV o preferiría dedicarse de lleno a la música?
–Si me pagaran por tocar el piano o el saxofón, no lo dudaría ni un segundo. ¿En retirarme de la TV? ¡No! En agarrar los dos sueldos, eso sí.
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