Jue 12.02.2004

ESPECTáCULOS

Un vodevil para Nicholson y Diane

Aquel obsesivo vendedor de discos de Alta fidelidad es ahora un fracasado que termina enseñando los secretos del género en una pulcra institución, en un film lleno de guiños. Alguien tiene que ceder, en tanto, descansa en el encanto de su pareja protagónica y un guión convencional, pero atractivo.

› Por Horacio Bernades

“La felicito, estuvo muy macha”, reconoce, no sin un dejo de ironía, el sesentón Harry Sanborn frente a la cincuentona Erica Barry, que acaba de echarlo de su cocina y de su espectacular mansión junto a la playa. En un típico paso de comedia típica, Erica acaba de descubrir al intruso in fraganti, sirviéndose algo de la heladera más desvestido de lo que debería, y lo tomó por una suerte de okupa clase A. Cuando se entere de la verdad, descubrirá que es peor: el veterano picaflor se llegó hasta allí para pasar un fin de semana de locos con su hija, apenas una veinteañera. Claro que es sólo el comienzo, porque después vendrán otras sorpresas, que de alguna manera tienden a poner las cosas amorosas más en su lugar.
Comedia sobre la edad (mediana) y sobre la inmadurez, la soledad, el sexismo, las arrugas, el temor a envejecer y otros desfases, en sus dos primeros tercios Alguien tiene que ceder logra aunar la eficacia y fluidez del formato clásico con una temática bien actual. Es en el último tercio cuando la película escrita y dirigida por Nancy Meyers (la misma de Lo que quieren las mujeres) se toma demasiado en serio, y entonces se vulgariza, se pone literal y termina pareciéndose demasiado a una película de autoayuda para señoras-de-carrera-que-se-olvidaron-de-amar. Hasta entonces, la cosa funciona, gracias a un mecanismo de comedia nada innovador pero muy bien aceitado, y a un elenco capaz de hacerlo todo fresco y creíble, en el que descuellan una espléndida Diane Keaton (justísima nominación al Oscar a Mejor Actriz Protagónica) y un Jack Nicholson a quien el papel de Harry le calza justo.
Se sabe que el viejo Jack se pasó la vida de festichola en festichola, y la película de Meyers aprovecha hábilmente todo el peso de esa historia, poniendo a su personaje en problemas. El problema se llama Erica y es una dramaturga separada, inteligente y moderna, que ha trocado éxito profesional por vida sentimental, con la propia Meyers como presumible modelo. Ubicada en una suerte de Dallas con Ewings infinitamente más queribles (y deseables) que los ricachones texanos de la serie, cuando Alguien tiene que ceder abandona los exclusivísimos livings y parajes de The Hamptons es sólo para trasladarse a París, representación definitiva del paraíso amoroso al que aspiran sus no muy originales personajes. Más allá de los lugares comunes y recursos probados, el timing y la dinámica de Alguien tiene que ceder son los adecuados, a partir de una típica situación de comedia: la del perro y gato que, obligados a convivir, se descubren como la mosca y la miel.
Después de haberlo echado de casa, para no pasar por poco elegante la algo rígida Erica acepta que Harry se quede a cenar, y durante la cena corrobora que el tipo representa aquello que más odia. Peor todavía, cuando el corazón del tipo falle gravemente deberá darle alojamiento, ante el pedido de un médico convenientemente joven, apuesto y seductor (Keanu). Al mismo tiempo, el doctorcito ha empezado a tirarle ondas (a ella), con lo cual el triángulo se hace equilátero. Como hermana feminista de Erica, Frances McDormand aporta la cuota de modernidad y le da alas a la demasiado estructurada escritora. La bonita Amanda Peet sacude aquel triángulo con buenas dosis de electricidad, y la obligada convivencia entre Erica y Harry deja las cosas servidas para una fluida mecánica de vodevil que incluye una muy divertida escena de alcoba, con desnudos no deseados.
Pero son Keaton & Nicholson los que demuestran una química perfecta, dándose el gusto de morirse de risa en la primera noche de sexo. Claro que aquí las palmas van sobre todo para la ex de Woody Allen, cuya variedad de matices queda gloriosamente expuesta, en la muy buena secuencia en la que combina una crisis de llanto de aquéllas con la inigualable excitación que produce escribir, expiando por un rato todos los males del corazón. Hasta que comprende que no hay modo de expiarlos: ésta es una comedia romántica, y no pretende innovar demasiado en ese terreno.

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