ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A RICARDO VILCA, MUSICO Y DOCENTE HUMAHUAQUEÑO
“En la Puna cada ruido es atendido”
A los 50 años, es toda una institución en la Quebrada.
Además de apelar a instrumentos tradicionales, su cosmovisión se vale de objetos –la radio, las campanas, el tren– para contrapesar otro bien muy preciado: el silencio.
› Por Cristian Vitale
No es el caso de charangos, quenas o zampoñas, instrumentos con que se lo asocia naturalmente, pero Ricardo Vilca tiene una relación llamativa con otros objetos, elementos diversos entre sí a los que otorga la misma sustancia que a aquéllos. Por ejemplo, las radios. No sólo arreglaba transistores cuando hacer música no le alcanzaba para comer, sino que las considera un elemento central, como una especie de termómetro que mide y a la vez influye en gustos y costumbres de su gente de la quebrada de Humahuaca. Radio Jujuy, hace al menos 40 años, era la única emisora del lugar y la programación estaba enteramente dedicada a la difusión del folklore. Hoy, la proliferación de varias FM privadas provocó un cambio sustancial en el gusto general. Ambos extremos, admite, fueron clave para su formación como músico y también para orientar las demandas estéticas del humahuaqueño. “De chico, en mi pueblo se escuchaba folklore todo el tiempo. Y le debo mucho a la radio. Hoy se ha ido perdiendo un poco eso. Las nuevas FM pasan cumbia, cumbia y cumbia, y están atentando contra la cultura. Muchos chicos cantan eso en vez de coplas”, dice, en la entrevista con Página/12.
Vilca habla pausado. Su origen, con ese silencio entre palabras, es inocultable. Apela a otro objeto para seguir explicándose: la campana. “Agradezco a las campanas del cabildo de Humahuaca. Es algo que sólo entendemos los que nacimos allí. No sólo tienen un sonido bello, sino que están muy bien afinadas. Cualquier chico de la quebrada está preparado para tocar un instrumento sin aprender música, porque la campana le tira la armonía, los tonos.” Y así, con cada elemento de su terruño que se cruza mientras habla, traba un vínculo afectivo y utilitario. Cada objeto merece una explicación pormenorizada, un tiempo de desarrollo. El tren es otro. Fidel Vilca, su padre, murió cuando Ricardo tenía tres años. Era empleado del ferrocarril y manejaba una máquina a vapor. “Compuse canciones con el sonido de la máquina en marcha –El último tren, por caso –. En la Puna cada ruido merece su atención. Yo los escucho, me inspiro y los musicalizo”, explica. El viento, el cantar del tero, el andar de ovejas, llamas y burritos por la Puna, toda acción opuesta al silencio profundo de la quebrada es motivo de música, y cualquiera de sus discos que se escuche (La Magia de la Raza, Nuevo Día y el recientemente editado Majada de Sueños, que presentó ante mil personas en el Centro Cultural del Sur) lo corrobora.
Otra veta que explica por qué Vilca es venerado en el norte es su experiencia como docente. Durante 16 años trabajó como maestro de música en un colegio primario perdido entre los cerros. “Aunque siempre viví en la ciudad, viajaba por tres semanas y el tiempo me sobraba para componer. La ciudad, en cambio, no me deja crear. Por ahí cae un rayo en la quebrada, me inspiro en él y justo me golpean la puerta. Necesito alejarme, porque los temas los hago en el lugar y con su gente, conviviendo. Es fundamental para contar mi verdad”, cuenta.
Vilca tiene 50 años. Nació en Humahuaca y vive allí. Nunca estuvo con su madre –ella formó otra pareja cuando él era muy chico– y la crianza recayó en sus abuelos. “Si pasás a séptimo grado, te regalo una guitarra”, le dijo una vez su abuelo. Hasta ahí jugaba con instrumentos de papel y soñaba con ser musiquero. En su familia, pese a las campanas, los trenes y la radio, nadie era músico. Primero fue el oído y después una profesora. “Se llamaba Mondino, ella me dio las primeras armas.” Sus primeros “trabajos” estuvieron relacionados con las comparsas de carnaval. Luego se sumó a la agrupación de otro gran referente del norte, Fortunato Ramos, pero de entrada no lo entendió. Una guitarra eléctrica lo llevó por el camino de la cumbia. “Era la época de Leo Dan y Palito Ortega. Me gustaba la joda, la música para bailar.” Vilca mira para atrás y traza, con orgullo, un paralelo con la menor de sus cinco hijos, como si sus errores de juventud no se repitieran en ella. “Todo el tiempo tararea Rey de las Nubes y me hace recordar que Gieco le puso letra a ese tema mío para incluir en Orozco, igual que Divididos”, dice, en referencia a una de sus canciones más populares, Guanaqueando, que la banda de Mollo versionó junto a él en Vengo del placard de otro. “Nuestra música es una lucha y gran parte pasa por la educación. La escuela contribuye a que se vaya perdiendo la cultura. No puede ser que cruces a Villazón y los bolivianos hablen quechua, y nosotros no.”
–En todos sus recitales adapta el Himno y Aurora a ritmo de carnavalito. ¿Está relacionado con su actividad docente?
–Es una estrategia. A los alumnos no les gusta cantar el Himno tradicional. Se aburren. Entonces, si lo hacés como un carnavalito, lo cantan y se divierten.
–Una de sus canciones se llama Homenaje a Bach. ¿Cómo es su relación con la música clásica?
–Admiro a Bach. Pero tendría que nacer dos o tres veces para alcanzarlo. Siempre trato de fusionar música clásica con el sonido de las campanas, el sonido del tero, del viento, del río, de las piedras. Los ritmos están en todos lados.