Mié 03.03.2004

ESPECTáCULOS

Osvaldo Pugliese, el maestro al que todos aprendieron a invocar

Músicos, actores y bailarines recordarán hoy al músico, célebre por sus tangos, pero también por su ética y por el don de “dar buena suerte”.

› Por Karina Micheletto

Con el paso del tiempo, Osvaldo Pugliese se transformó en estampita protectora de músicos de todo pelaje y su nombre se repite tres veces cuando se quiere invocar a la buena suerte. Tamaña canonización casera tiene un origen doble: el carácter sobresaliente de la música que el pianista y compositor supo crear y sostener en el tiempo y la bondad de su persona, refrendada por cientos de anécdotas que también perduran. Hoy, dentro del marco del Festival de Tango, habrá un homenaje al maestro-estampita en el que se lo reconoce por este doble mérito. Será a las 20.30 en el teatro Regio (Córdoba 6065) y estará a cargo de la Orquesta Color Tango, dirigida por Roberto Alvarez, quien durante doce años integró las filas de la orquesta de Pugliese. Del homenaje, titulado Corazoneando, también participarán los bailarines Julio Balmaceda y Corina de la Rosa, el actor Franklin Caicedo, el cantor Abel Córdoba, quien integró la orquesta de Pugliese durante treinta y un años, entre otros.
Caicedo tendrá a su cargo el rol de presentador, un lugar desde el que irá intercalando anécdotas y pensamientos de Pugliese y relatos que describen dónde nació, cómo fueron su abuelo italiano, su padre zapatero y su madre, “muy tranquila o, como dice el texto, ‘arrinconada, demasiado suave’”, describe Caicedo. “Con esa suavidad miraba tocar el piano a su hijo desde la puerta y lo aplaudía. Ella fue la primera que le gritó ‘al Colón’. Esto fue algo que Pugliese recordó y agradeció cuando finalmente llegó a ese teatro, hacia el final de su carrera”, cuenta el actor.
Los recuerdos también se detendrán en las barras de fanáticos de la orquesta, aquellos “divitos” que vestían elegantes trajes cruzados de seis botones y que se identificaban luciendo un fosforito en el ojal. Fanáticos que seguían a Pugliese por cuanto club pasara y que reivindicaban la forma de baile más elaborada que exigía su estilo. Una barra de exquisitos, en definitiva, capaz de defender a su orquesta con muy poca elegancia si las circunstancias lo requerían.
Cuando Roberto Alvarez dejó la orquesta de Pugliese, en 1990, creó Color Tango con la idea de seguir cultivando el estilo del maestro. “Es un estilo musical riquísimo, con una fuerte fuerza expresiva. Tiene romanticismo y por momentos también es agresivo”, define. “En su marcado característico del primer y tercer tiempo parece que siempre estuviera marcando ‘yum-ba, yum-ba’, de ahí probablemente nació La yumba”, arriesga Alvarez. Con respecto a la forma de trabajo de Pugliese, Alvarez recuerda especialmente su exigencia. “Podíamos estar tres horas ensayando ocho compases que no salían como él quería”, cuenta. “El tarareaba la frase que buscaba y había que seguirlo. Porque su estilo, con esos rubatos y esos adelantos en el tiempo, no se puede escribir. Sólo se logra ensayando. Y él no hablaba: hacía un glissé con el piano y todos sabíamos que había que parar. Entonces repetía la frase en el piano y había que seguirla hasta que saliera.” Cuentan que Pugliese también hacía valer esta exigencia a la hora de distribuir las ganancias de la orquesta, organizada en forma cooperativa, bajo un estricto sistema de cobro por méritos. Con este método, el director llegó a ganar menos que algunos músicos de su orquesta, como Ruggero.
“Yo ingresé al Partido Comunista como consecuencia de la lectura del diario Crítica sobre las noticias de la Guerra Civil Española”, explicaba Pugliese respecto de la afiliación política que mantuvo hasta su último día, a pesar de diferencias dentro del partido y de las censuras y prohibiciones varias. “A raíz de esas informaciones fui al Sindicato de Músicos y dije: ‘Decime, che, ¿cómo se maneja esto del Partido Comunista? ¿Hay alguno aquí?’ (...) Y así fue que me afilié junto a otros compañeros.”
En su biografía de Pugliese, el poeta Hamlet Lima Quintana (quien también militó durante años en el Partido Comunista) rescató el apodo que le habían puesto los chicos del barrio, “La chicharra de Villa Crespo”, por su costumbre de treparse a los árboles a la siesta y despertar a los vecinos. El poeta descubre este mote como “una yumba sonora y preanunciada” y marca el momento exacto en que pasó a ser, para siempre, Osvaldo Pugliese: cuando de un día para el otro apareció un piano en su casa y tuvo que dejar de tocar el violín, por pedido expreso de su padre: “No quiero tres violinistas en la familia”. “El piano estaba allí, como el anunciador de buenas nuevas, como un redivivo arcángel”, decía Lima Quintana. “El niño se acercó, apoyó las manos en su teclado, presionó quizás un Sol o un Do y salió como si fuera el primer llanto. Y en esa tierra nació Osvaldo Pugliese.”

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