ESPECTáCULOS
› EMOTIVO CONCIERTO DE LA SINFONICA NACIONAL EN LA RECUPERADA PLANTA DE RENACER, EN USHUAIA
Los sonidos de una fábrica que trabaja a toda orquesta
Más de cinco mil espectadores, casi todos fueguinos, le dieron color y emoción a un acontecimiento imborrable para ellos: por primera vez en la historia, la Sinfónica Nacional, dirigida por Pedro Ignacio Calderón, ofreció en la ciudad austral un concierto con entrada libre y gratuita. Fue a modo de homenaje a los trabajadores que recuperaron la empresa que perteneció a la ex Aurora.
› Por Silvina Friera
Desde Ushuaia
Las distancias son una compleja maraña de nudos engañosos que sólo se deshacen pacientemente. Aunque a veces parezcan irreversibles, siempre hay mecanismos para atenuarlas, diluirlas y hasta borrarlas. Lo saben, mejor que nadie, esos luchadores inquebrantables de la fábrica recuperada Renacer (ex Aurora), como Bernardita Ojeda, Mónica Acosta, Jorge Arreseygor, Beatriz Slaen y Sandra Leiva, entre muchos otros obreros conscientes de las numerosas brechas que redujeron para preservar sus fuentes laborales y seguir de pie. Acaso, la principal, la que más dolió, fue la indiferencia inicial de una población que no veía con buenos ojos a esos trabajadores que resistían, desde una carpa monumental, la baja sensación térmica en más de un sentido y la desidia de un vaciamiento bochornoso. Ellos fueron la verruga molesta que estropeaba la cara de la ciudad más austral con una estética no deseada, pero que resultaba imposible de ocultar o de extirpar siquiera, por más capas de maquillaje que se tratara de aplicar. A la Ushuaia modelada para la aventura turística, que se “vende” como “fin del mundo, principio de todo”, le costó mirarse en esa verruga, pero al fin y al cabo entendió que esas verrugas, esos hombres y mujeres, no eran un nuevo accidente geográfico que asomó por el paisaje casualmente. Eran el principio y la consecuencia del desmantelamiento y el saqueo industrial de la década del ‘90, que se derramó, de Ushuaia a La Quiaca.
Ahora ya no son verrugas irritantes. En todo caso, se transformaron en lunares ejemplares, de los que los pobladores se sienten orgullosos. La cuenta regresiva se hace sentir. Acaso para aminorar la ansiedad o porque hay bebidas que unen y acortan las distancias, los obreros de Renacer preparan el mate y lo hacen circular entre los periodistas que visitaron las instalaciones de la fábrica. Son las seis de la tarde en Ushuaia y la ciudad está inquieta. Sí; la llegada de una nutrida delegación procedente de Buenos Aires parece haberla contagiado de los peores vicios urbanos: hay embotellamientos, demoras y largas filas de autos, micros, combis y camionetas en los principales accesos a la ex planta CM de la cooperativa Renacer. El trabajador Jorge Arreseygor ilustra esta convulsión con una metáfora futbolera apropiada: “Es como si viniera la Selección Nacional de Fútbol”. En tres horas más, por primera vez en la historia, la Sinfónica Nacional, dirigida por Pedro Ignacio Calderón, ofrecerá un concierto con entrada libre y gratuita, a modo de homenaje a esos trabajadores que recuperaron la fábrica que perteneció a la ex Aurora.
Bernardita Ojeda, que aclara que es “fueguina”, para que no queden dudas de su condición de nacida y criada (los famosos nyc), derrocha la vivacidad de una joven de 20, aunque tiene 36. Su pelo negro azabache, sus ojos chispeantes, su manera de caminar y moverse desmienten a la abuela que es: hace un mes su hijo Enrique le dio una nieta, Magalí. Para ella, que ingresó a la ex Aurora cuando tenía 18, las instalaciones de Renacer son su primera y única casa. Sus compañeros constituyen una familia laboral prolífica: aproximadamente 250 obreros empadronados actualmente en la cooperativa, pero en una planta industrial que supo albergar, allá por los noventa, a más de 1500 trabajadores. En Ushuaia, hay casi 14.000 planes sociales, en una población de 120.000 habitantes, de los cuales 65.000 son jóvenes menores de 18 años. “Estábamos tan cansados, tan frustrados, que las pequeñas alegrías no las podíamos asumir del todo –explica Bernardita–. Que nos hayan puesto el gas nuevamente, la expropiación y la reglamentación fue la parte más importante para nosotros.” Pero esas partes no conducen al todo: aún falta mucho para que la fábrica funcione a toda máquina, con una producción promedio de 2500 lavarropas mensuales. La promesa de un fideicomiso para empresasrecuperadas de 90.000 pesos todavía no se implementó y, por ahora, apenas arañan un promedio de 300 lavarropas.
Jorge Arreseygor se siente bendecido entre tantas mujeres combativas. “Las compañeras fueron la cabeza de este movimiento, de todo este aguante que hemos tenido hasta hoy y que vamos a seguir teniendo. Siempre fueron las punteras de este proceso por las agallas y la visión que tuvieron”, señala. “Con la quiebra, muchos de los varones no sabíamos qué hacer, para dónde ir. Porque para entrar en una fábrica tenés que tener entre 22 y 30 años. Pero si sos menor, sos joven y no tenés experiencia y si sos mayor, no servís por la edad –advierte Jorge, que tiene 54–. Nos sentíamos perdidos y bajoneados moralmente. Hace 15 años, si te echaban salías y tenías una fábrica o un comercio que te esperaba con las puertas abiertas.” Para Jorge y sus compañeros las puertas de Aurora se cerraron en sus narices en 1996. De los 1500 trabajadores, sólo quedaban cerca de 700. No fue un fenómeno aislado sino el resultado directo de las políticas de desindustrialización, que se agudizaron con el menemismo, y continuaron con la gestión de Fernando de la Rúa. Pero hay dos Renacer.
La primera surgió el mismo año del cierre de Aurora bajo el eufemismo de “Metalúrgica Renacer S.A.”, emprendimiento encabezado por la burocracia sindical nacional de la UOM y sus clones, los dirigentes provinciales. “Esta fue una de las autogestivas truchas del país, dirigidas por los testaferros del gobierno provincial y nacional. Cada uno de estos personajes se garantizaba una porción del negocio, mientras a uno le hacían creer que éramos dueños, que se vendía como pan caliente y que a fin de año íbamos a recibir unos dividendos bárbaros, toda una situación en donde no había muchas experiencias, antes que la nuestra, para tomar como punto de referencia. Nuestra pelea fue por impedir la privatización de la fábrica”, advierte Mónica Acosta, una cordobesa de 31 años que, harta de la superexplotación laboral (16 horas en un supermercado instalado en Córdoba, de una cadena, por entonces, estadounidense), llegó a Ushuaia invitada por unos primos. Mónica ingresó a Aurora en 1993 y ostenta el extraño privilegio de haber sido uno de los últimos legajos realizados por la oficina de personal de Aurora. El balance de esa gestión, que se prolongó durante cuatro años, dejó un saldo desolador: desmanejos varios, sumas de dinero desviadas en campañas políticas, amparados en la ausencia de controles, y endeudamientos con el personal por más de 5000 dólares.
“Aprendimos mucho de la lucha del ingenio La Esperanza (de Jujuy). Ese fue el primer guiño que tuvimos con respecto a una experiencia diferente, y pudimos precisar qué es lo que nos faltó en el proceso anterior, para tratar de erradicarlo en esta etapa: el control sobre la producción, lo que entra, lo que sale, a quién le vendés, a quién le comprás y qué tipo de acuerdos tenés con el sector privado. Empezamos a practicar un sistema diferente, como lo están haciendo en muchas de las fábricas recuperadas, porque nosotros no somos un caso excluyente de la democracia directa”, subraya Mónica.
La segunda Renacer arrancó el 5 de marzo de 2001. En diciembre de 2002 tomaron posesión de la fábrica, pero no disponían de ningún servicio. “Nos habían cortado el gas, sin el cual no podés producir. Juntamos fondos mediante las reparaciones de electrodomésticos, pero seguíamos con la lucha en las calles, peleando por alimentarnos y por subsidios para poder vivir. Mientras tanto juntábamos una pequeña caja, como para generar un plan de financiación con el gas, porque nos habían dejado una deuda de 36 mil pesos”, recuerda Mónica. A principios de 2003 se puso la planta en producción a través de un proceso artesanalmuy rudimentario por las carencias de recursos. Sin embargo, la comunidad compró algo de la pequeña producción, además de los repuestos y el service que ya utilizaban. Y, afortunadamente, se abandonaron los eufemismos. La figura de la cooperativa, una nueva razón social, fue un triunfo parcial, un avance sustancial en esta larga historia de la recuperación: se tramitó la expropiación de las dos plantas de Renacer y de todas sus maquinarias, de modo de darles seguridad jurídica a los bienes y a las fuentes de trabajo.
El mate está frío y la hora se acerca. “Este evento te permite poder nuclear a todos los estratos de la sociedad y llegar a los lugares adonde no llegás –agrega Mónica–. Es increíble lo que genera la difusión y la propaganda en los medios de comunicación y cómo instala una idea en la gente. Hoy me quedé asombrada por la cantidad de personas que vinieron a comprar repuestos. De las seis de la mañana hasta las cuatro de la tarde se acercaron unas 20 personas, cuando el promedio es de cinco. Querían conocer cómo era nuestro lavarropas, al que no habían visto nunca, y consultarnos acerca de la posibilidad de firmar un convenio, con los trabajadores judiciales, para sacarlos por créditos a través de la mutual”.
La Sinfónica está terminando de afinar, de aprolijar pacientemente las distorsiones sonoras, las brechas entre el ideal y la realidad de los violines, violoncellos, contrabajos y flautas, entre otros instrumentos en ese inmenso galpón de la planta CM, que tiene una extensión de tres cuadras y media y una vista privilegiada de la bahía Ushuaia. Los músicos están borrando las distancias, armonizando el encuentro, y el público, más de cinco mil personas, aplaude, aunque la función virtualmente no ha comenzado. Muchos arrastran sus sillas para aproximarse al escenario, como si desearan tocar con las manos a esos músicos. La consigna es estar apretujados y cerca los unos de los otros. “La Sinfónica nunca llegó tan lejos y es nuestra vocación federal, y la de nuestro Presidente, frecuentar las fábricas –afirma la subsecretaria de Cultura de la Nación, Magdalena Faillace–. Se está reabriendo una fábrica cerrada que no es poca cosa en una Argentina que recién está empezando a saltar de la crisis.”
Cuando ingresa el maestro Calderón, todos se ponen de pie. La suite sinfónica Sheherezade, de Nicolay Rimsky-Korsakov, hace vibrar a un espectador que, al finalizar, en ese lapso de segundos que media entre el silencio y los aplausos, lanza su exasperado “bravo”. Un entendido de la música clásica se divierte al observar que esa fervorosa exclamación es inoportuna –no fue una “ejecución sublime y perfecta”, apunta–, pero sabe que no importa, que son pormenores, una nota al pie de página en esta crónica del concierto. Otros rezongarán, con apagados chistidos, por aplausos a destiempo que no dejan terminar de escuchar un solo o a la orquesta en conjunto. “¡Qué loco lindo!”, dice una señora, fascinada con el magnetismo de Calderón, un director que dirigió de memoria, sin las partituras, buena parte del programa. Parece estar poseído por los demonios musicales: agita sus brazos, da saltitos en la tarima, se dobla precipitadamente, como si los sonidos le impactaran en la boca del estómago o en las rodillas, levemente inclinadas hacia los músicos. En el altar de Renacer, Calderón entrega su cuerpo y su alma a Orfeo y a los espectadores, a los que pronto se mete en el bolsillo con Rapsodia España (de Emmanuel Chabrier), Cuentos de los bosques de Viena (de Johann Strauss) y la obertura de la ópera El barbero de Sevilla (Rossini). La culminación de esa conquista ocurre con la Marcha Radetszky. No sólo dirige con desparpajo a su orquesta sino al público, devenido en un coro musical que interviene batiendo las palmas. Cuando hayque dejar de aplaudir, el director gira ciento ochenta grados, queda de cara a los espectadores y como un mimo que atrapa a una mosca en el aire, les indica que los aplausos deben cesar.
El fin marca un principio. Calderón es condecorado como “huésped ilustre”. Mónica agradece y pide que se entone el Himno Nacional. Acaso por el cansancio –hubo tres bises fuera del programa–, porque los músicos no sabían el Himno o no se animaron a improvisar, el “oíd mortales/ el grito sagrado”, lo inició Mónica a capella. La palabra “libertad” rebota en Renacer, esa caja de resonancia de una lucha que continúa.
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