ESPECTáCULOS
› FERNANDO NOY HACE SU PROPIO BALANCE DE LOS ’80 Y LA TV
“Puede ser un arma poética”
Así ve “la Noy” al medio en el que está debutando con Historias del under, un ciclo donde se hace preguntas, recuerda y emprende una cruzada “contra la amnesia que impone cada corte de década”.
› Por Julián Gorodischer
Noy (o “la Noy”) mira hacia atrás, pero no tan atrás, y se reencuentra con el desborde de los ’80, esas noches que empezaban a las tres de la mañana en El Dorado o el Parakultural, donde –dicen– “lo frívolo era candente”. Donde se borraban fronteras entre teatro, sexo y diversión, allí donde se creaba por dos pesos, pero a lo grande en una rentrée de los tiempos del Di Tella que encarnaban las Gambas al Ajillo, Batato Barea, Urdapilleta, Tortonese. El cronista Fernando Noy se autoproclama custodio de aquel tesoro viviente, tal vez porque es fiel a su numero en la Cábala, el ocho, que le atribuye ser guardián de los libros sagrados.
En el relanzado Canal (á), Fernando Noy debuta en la tele con su Historias del under (lunes a las 15.30) para transformar un género acostumbrado a la voz neutra y el detalle hiperrealista en poesía. El lenguaje será entonces instrumento para alabar (a las Gambas) o neutralizarse (con Batato) cuando la historia sea “potentísima”. Noy mira al pasado, pero sin espíritu melancólico. “El under fue, es y será”, asegura, como quien repiensa otro amateurismo y alternativas vigentes para una creación no integrada, más veladas pero no extinguidas. Y dice:
–La mirada retrospectiva me trae al futuro inmediato. Los cortes de la década imprimen una amnesia, pero el olvido es imposible porque los protagonistas están aquí, dispuestos a colaborar, sin excepciones. Son una pléyade, una banda de resistencia que está todavía latiendo. Y tendrá su posteridad con un nuevo under.
–¿Pero qué es under? ¿Under no es también el Shopping Abasto con su multitud de cinéfilos y cineastas alternativos en el Festival de Cine Independiente?
–Siempre hay un under: es la periferia, lo que no llega al poder, lo que no ha encontrado su forma de expresión por el canal oficial. Sólo que la actividad está cada vez más velada porque la prensa mira a lo profesional. Lo importante es no creer que todo empieza en la era K; ya en los ’80 teníamos a Klaudia con K, al Kabaret con K, haciendo un guiño mayéutico que viene de lejos, que no es nuevo. Por eso hay que mirar hacia atrás para reconocer los orígenes.
–¿Nostalgia de una intensidad perdida?
–Nacíamos a una era, volvíamos a una Buenos Aires que era el éxtasis absoluto. Eran días de paupérrimas condiciones, pero teníamos quince años. Yo conocí a Batato y no lo podía creer: era la síntesis de todas las locas amigas de Bahía. Yo viví en Bahía y era el nirvana, el placer, el éxtasis, pero descubría que aquí también eso estaba pasando en el Parakultural o en Cemento, cuando se calentaba el ambiente.
Algo de esa fiebre creativa transmite este Historias del under en el que Noy relata como testigo directo una crónica de las noches del teatro y la fiesta, no tan disociados como en 2004. El tipo nunca aparece aferrado a lo viejo, se dice optimista al ver la multitud de teatritos en Abasto, Almagro o Chacarita, aunque desconfía de los festivales y su pompa, esa forma que encontró la cultura oficial para hacerse cargo de “lo nuevo” sólo por oleadas de unos pocos días. Noy, en cambio, recuerda cuando se producía en continuidad y sin sponsors, cuando importaba más el boca a boca para convocar a varias cuadras de cola junto al Rojas, que una tapa o una doble página central.
–¿Libraban una cruzada para dignificar la frivolidad?
–Eran años de desborde, éramos una bohemia muy lujuriosa, se daba la posibilidad de que lo frívolo fuera candente y de que la belleza eructara en la cara del modelo heredado. Era celebrar hasta el alba y encontrar un lenguaje común para una torre de Babel: hacer lo que se nos cantaba.
–En Historias del under pareciera, por momentos, que el guión se hace poema.
–Yo trato de adaptar el lenguaje al tema, no hay un trampolín lineal para transportar las historias. Me repliego si siento la necesidad de la neutralidad absoluta para contar una novela colosal como la de Batato Barea o hago una celebración, un oba oba, para aclamar a las Gambas; con las Bay Biscuits soy una Scherezade que instiga al público a recordar. Es la creatividad de la palabra para encontrar una perspectiva.
El final de una era los encontró incorporados a comedias juveniles de Telefé (María José Gabin) o a la Kachorra de Natalia Oreiro (Verónica Llinás), o encabezando en el teatro oficial (Alejandro Urdapilleta). Y la pregunta sobre el under se hizo un eco que ni el programa sabe contestar, hoy que las formas se fusionan y entrecruzan hasta dar con un festival oficial que nuclea la renovación o con un programa de tevé que propone quiebres en el modo de narrar. Y, por contrapartida, con decenas de obras en los márgenes que no arriesgan ni convocan. Sigue Noy:
–Ya vendrán los mártires del deseo a secuestrarnos. Llegarán las naves tripuladas por Batato, Luca, Federico Moura.
–Y a los vivos podrá encontrárselos en la tele...
–Pero vuelven a sus engendros, a sus monstruos, como Carlos Belloso en el Gargantúa o María José con su Cómo me hice monja. Regresan no a una década sino a un cauce, a la historia que abrimos juntos. Y también se incluyen en la tele, aunque a mí la tele no me engancha. A veces la pongo sin sonido, y lo subo cuando veo a un amigo. Pero se puede usarla bien, dar verdad a través de esa ventana de piedra que revela cosas y casos, que prepara nuevos exorcismos del presente. Puede ser un arma poética.