ESPECTáCULOS
Sobre la papa, la naranja y la leche
12 fotogramas de una fiesta concentra una serie de documentales que echa una mirada inusual sobre las fiestas del interior.
› Por Mariano Blejman
La idea tiene dogma propio: ocho horas de filmación, una cámara portátil empuñada por el director, 12 cineastas abocados a una tarea documental, en apariencia menor: la filmación de una fiesta “tradicional” en algún lugar del país, producidos por Cine Ojo, auspiciados por la Secretaría de Cultura de la Nación, para emitirse en Canal 7. El trabajo se llama 12 fotogramas de una fiesta y podría tener atisbos de oficialismo si no fuera porque detrás está la mirada lúcida, desprejuiciada de lineamiento. Son directores de la talla de Mariano Llinás (Balnearios), Ulises Rosell (Bonanza), Pablo Reyero (La cruz del sur) o algunos menos conocidos como Oscar Mazú o Ignacio Masllorens. Entonces la “fiesta de la papa” se convierte en una tragedia, “la fiesta de la leche” es una carcaza que no existe y tiene como mentor a De la Sota; “la fiesta de las flores” es una crítica furibunda al represor Luis Patti, y las reinas del país se convierten en postales bizarras que parecen salidas de Televisión abierta.
Los registros antropológicos o etnográficos son parte de la tradición de Canal 7, pero las fiestas “no habían sido retratadas de esta manera”, cuenta Marcelo Céspedes, mentor de la idea y productor de Cine Ojo. “Queríamos abordarlos con documentalistas modernos”, dice Céspedes. Las miradas de 12 fotogramas de una fiesta están reunidas bajo su halo de falta de complacencia, están enmarcadas en una especie de denuncia reflexiva sobre lo que se está viendo. Todas, sin ponerse de acuerdo, toman la fiesta como una excusa para hablar de otra cosa. Porque prácticamente no existe.
Sergio Wolf presenta Los destiladores de naranjas, sobre la fiesta de Concordia. “Me gustó la experimentación por encargo”, cuenta Wolf, cuya película Yo no sé qué me han hecho tus ojos lleva 25.000 espectadores y cinco meses en cartelera. “El vínculo con la tradición se terminó. El film hace un puente entre el presente y el pasado. Terminé filmando la fiesta de la carcaza: lo que no está”, cuenta Wolf. La industria cítrica –específicamente jugos Pindapoy– desapareció y, con ella, el espíritu de un pueblo. La mitología está tan derruida como los naranjos podridos que se ven sobre el final. Es la fiesta “podrida”, entonces, de neto corte melancólico. “Esa fiesta se exprimió”, dice Wolf. Pero hay algo más que le simpatiza a Wolf sobre el proyecto: es usar el standard de la Secretaría de Cultura de la Nación para emitir un material que normalmente sería rechazado. “Es un truco para que no puedan cuestionar la mirada”.
Ulises Rosell, en tanto, presenta Sed de oro-Devolved el oro, sobre el festival de la leche en Córdoba. “Me gustó la idea de estar cinco días con una camarita, sin nada más. Cuando sale se está más armado, se hace un montón de deberes para que filmar sea mejor. Este no fue el caso”, cuenta Rosell, que confiesa haberse planteado frente al problema de “¿qué filmar cuando no te interesa nada?” El director se fue a Córdoba en enero, donde pensaba toparse con un fenómeno de profundas raíces culturales, “pero me encontré con un playón, con Marcela Morelo, un grupo de cuartetos y De la Sota que iba a charlar con las reinas. Un mamarracho”, cuenta. “Estaba el político haciendo un laburo tan trucho como la fiesta misma”, dice. Lo que se muestra en Devolved... es la industria láctea que creó el pueblo, después lo fundió y ahora intenta rearmarlo. “Cuando me hablaron del oro blanco, pensaba que era una fiesta minera”, dice Rosell, que se divirtió con el loco del pueblo y con esos carteles locales que tan bien supo ilustrar el imaginario popular, como el restaurante: “Gasoil: un lugar ni súper ni común”. En Córdoba “nadie creía en lo que estaba haciendo”, dice Rosell.
Está claro que el proyecto de 12 fotogramas... es un desafío para los directores que tienen ese objetivo superior de acercarse a la tele de aire que se ve en todo el país. Y, en ese sentido, los directores se sienten halagados por la convocatoria que realizó el mismo Torcuato Di Tella, flamante secretario. Ignacio Masllorens armó con Alabanza a la papa una verdadera joya de la ironía popular que se acerca –como referente– al documental apócrifo La era del ñandú de Carlos Sorín. Masllorens trabajó los guiones junto a Agustín Mendilaharzu, quien tiene un libro completo con textos escritos sólo con la letra “a”. “Fuimos a filmar una fiesta que no existe, sólo es un número de espectáculos musicales. Pero reinventamos la fiesta, compusimos personajes y toda la ciudad se prendió en la farsa”, cuenta Masllorens. Así, un periodista investiga el fenómeno, una papaterapeuta analiza la psicología, una artista plástica trabaja sobre el tema y hasta una heladería se decide a hacer helado de papa, se producen licores, remeras y vinchas en la localidad de Villa Dolores. “Lo bueno es que no nos reímos de ellos, sino con ellos. Hubo un trabajo de complicidad”, dice el director. Las fiestas locales relacionadas con la producción se refieren a épocas en que el maní, la frutilla, la leche, las naranjas, incluso la vid, eran industrias florecientes y se correspondían con un país que –como las fiestas– ya no existe. O quiere reaparecer. Lo que no reaparece, parece, es el romanticismo del asunto.