ESPECTáCULOS
› ENRIQUE PIÑEYRO, PILOTO, ACTOR Y DIRECTOR DE “WHISKY ROMEO ZULU”
“Yo tenía que contar esta historia”
Aviador pero también actor –participó de Garage Olimpo–, Piñeyro sintió la necesidad de dar su íntima versión de la tragedia de LAPA. “Lo nuevo de lo nuevo”, mientras tanto, abre el camino a un par de buenas sorpresas.
› Por Mariano Blejman
A veces uno preferiría no tener razón. Enrique Piñeyro, ex piloto de LAPA, director y actor protagónico de Whisky Romeo Zulu (en competencia en el Bafici, hoy a las 23.15 y mañana a las 17.30 en Hoyts 10; viernes a las 20 en el América) renunció a LAPA dos meses antes del accidente del 31 de agosto de 1999, en el que murieron 67 personas al despegar de Aeroparque. Argumentó que se encontraba “en desacuerdo con la política de seguridad de la empresa” y fue testigo en el procesamiento a la plana mayor de LAPA y de la aeronáutica después del accidente. La historia de Whisky Romeo Zulu (nombre del avión que se cayó) muestra el anticipo de una tragedia que se podría haber evitado: “El problema es la cultura de procedimientos, la impunidad de este país”. Cuando Piñeyro renunció a la aviación ya era actor (estudió con Lito Cruz) e interpretó el papel del “Tigre” en Garage Olimpo de Marco Bechis. Es trágicamente coincidente que Garage... se estrenara un día antes del accidente de LAPA. “Es más que simbólico: la película hablaba de gente tirada desde los aviones al mar”, reflexiona Piñeyro sobre su película filmada en gran parte de incógnito, con participación de Mercedes Morán.
–¿Cuándo comenzó a rondar en su cabeza la idea de este film?
–Después de la caída del avión, quería comunicar las causas de estas muertes tan evitables, tan verdaderamente inútiles. El día que se cayó el avión de LAPA, justo cuando estrenábamos Garage Olimpo, pensé que no sólo podía ser actor sino que tenía que contar mi historia, que era importante mostrar una época favorecida por la impunidad.
–¿Pero qué podía aportar usted?
–El punto de vista de un piloto, un ex piloto, sobre un accidente aéreo. No es igual que un director de cine. Sentí una compulsión a contar una historia que me excedía. Lo actoral, también, era importante: era necesario lograr credibilidad sobre un piloto, que en la película soy yo. Cuando veo a alguien sentarse en la cabina, me doy cuenta inmediatamente si es piloto. Trabajamos la capacitación de actores como pilotos. Estamos muy acostumbrados a los films estadounidenses, a las cabinas espaciales, a los planos frontales donde uno se pregunta: ¿dónde pusieron al camarógrafo? ¿en la punta del avión? Yo quería transmitir la realidad de lo que sucede en los aviones.
–¿Cómo hizo el rodaje?
–Prefiero no contarlo, por recomendación de los abogados. Pero puedo decir que muchas imágenes son filmaciones sobre Aeroparque con teleobjetivos que parecen instalados dentro de las pistas. Estuvimos afuera, fuimos a Brasil, pintamos un avión, en fin. Pero quería mostrar, además, la belleza de volar. Los pilotos están dispuestos a todo para llegar a la cabina de un avión.
–WRZ muestra la impotencia del hombre lúcido...
–¡Envié cartas a todos los organismos posibles! Todos sabían lo que estaba sucediendo en LAPA y no querían verlo, o no les convenía. Escribí a los diarios, hasta en el New York Times salió un artículo. Les preguntaba a los abogados si se podía hacer algo para evitarlo, pero me decían que hasta que no cayera un avión no se podía hacer nada. Creo que igual se podría haber hecho algo, judicialmente, algo. Estaba en una película, conocía el final y la veía en cámara lenta. Sabían qué iba a suceder, pero había compulsión por negarlo. Había que negar la realidad para seguir viviendo, porque sino uno queda marginado del grupo, queda como traidor, lo acusan de atentar contra el trabajo de los empleados.
–¿Para mostrar esa emoción era necesaria la ficción?
–Los documentales se hacen con archivos: ¿qué archivo puede haber de un accidente que todavía no existe? Era necesario recrearlo con elementos reales, explicar que el piloto no se equivocó, lo que se equivocó fue el sistema de procedimientos, consentido por la corrupción, la inoperancia, la ineficiencia, que se cagó en la vida, en las leyes, en las reglamentaciones. Los errores se minimizan a través de los procedimientosde seguridad. La reglamentación es procesista: ¿cómo pueden tener el manejo las Fuerzas Armadas, que tiraban gente al mar desde aviones durante la dictadura? ¿Quién le daría el sistema médico al Ejército?
–¿Cuenta las cosas tal cual sucedieron?
–Están muy cerca. Pero hay cosas que tuve que atemperarlas, porque de tan graves no eran creíbles. Si yo contara lo que pasó, nadie creería que es posible. Lo que se vivía en LAPA era un descalabro, un desmadre, un desinterés absoluto por la seguridad y la vida de las personas.
–El sueño de volar choca con la realidad...
–Cada chico que pedía entrar en la cabina (después del 11 de setiembre es más difícil) era un piloto en potencia. Cada persona mayor que quería entrar, un piloto frustrado. Todos los niños han tenido un interés desmedido por los aviones. Hay una escena donde el niño, yo en mi infancia, se imagina como piloto y en otro plano la caja negra. Los sueños de la infancia argentina no son como los franceses o alemanes.
–¿Qué puede pasar con su film?
–Después del accidente quedó una sensación de que había algo mal, además de que el piloto desoyó una alarma. En su correlato judicial, se llegó a niveles inéditos: procesaron a la plana mayor de la empresa y la plana mayor de la aeronáutica. Me faltaba el plano testimonial, quería mostrar los acontecimientos. Todavía falta el juicio oral, la Cámara Penal confirmó lo dictado por el juez Literas.
–¿Y ahora qué pasa?
–No ha cambiado demasiado: se sofisticaron las técnicas para mantener la impunidad. El problema es, por empezar, las Fuerzas Armadas, que ahora tienen una postura contrafóbica, controlan todo sin controlar nada. Las fallas latentes por el accidente de LAPA siguen ahí: miles de toneladas de gasoil están en el eje de pista, a 50 metros de los despegues, se reconstruyó el cerco de hormigón para volar el tren de aterrizaje.
–Su película saca las ganas de volar...
–No estaría nada mal que se inmovilice la aviación en la Argentina hasta que se resuelvan todos los problemas. Por empezar, debería cambiar la autoridad. Esa inmovilidad debería ser, a su vez, movilizante. La película debería ser un aporte a la concientización. Todavía no sabemos bien cuándo la vamos a estrenar, no queremos dar ningún paso en falso, nada que debilite mi testimonio como testigo.