ESPECTáCULOS
Una muestra para adivinar el futuro
› Por Horacio Bernades
Desde su fundación en 1999, cuando consagró a Mundo grúa, una de las funciones del Bafici es ayudar a descubrir por dónde pasa el futuro del cine argentino, que suele hornearse al margen de créditos y subsidios oficiales y que se agrupa en la sección Lo nuevo de lo nuevo. Hacia donde, desde hace tres ediciones, peregrinan los avisados en busca de sorpresas. De ambas cosas hay mucho en varias óperas primas que se presentan en el Abasto. El amor, primera parte le permite a un veterano de esta sección (Mariano Llinás, que dos ediciones atrás sorprendió con Balnearios) hacer su come back como productor. Profesor de la Universidad del Cine, Llinás apadrina, con El amor..., el debut de cuatro discípulos. Sorprende el número y la edad de los realizadores: ninguno tiene más de 24 años. Pero más sorprende la película, filmada en video digital y por una cifra irrisoria (10.000 dólares) por Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Juan Schnitman.
Si algo desafía El amor... es la idea de que filmar love stories es cosa de otro tiempo u otras geografías. El debut de Fadel, Mauregui, Mitre y
Schnitman narra la relación amorosa de dos treintañeros porteños, empezando por el final. Son absolutamente comunes los protagonistas y comunes los lugares que visitan, los barrios que recorren y hasta el arco que describe su relación, que marcha fatalmente de la infatuación al desamor. Pero común no es sinónimo de cliché. Para evitar caer en ellos, los realizadores hacen lo más sencillo: no darles bolilla. El cuarteto FMMS narra la relación entre los protagonistas con una frescura, un sentido del humor, una convicción y unas ganas de jugar con registros, tonos, formatos y tiempos del relato, que no llama la atención que detrás ande el director de Balnearios.
De la Universidad vienen también Diego Fried y Nicolás Gueilburt, coguionistas y coproductores de Sangrita, que dirige el primero. Suerte de cruce entre Sade, Beckett y Buñuel, Sangrita transcurre en una casa con sólo dos actrices y tres actores, bañados por imágenes verdosas o rojizas. La película ilustra la fantasía de un tal Ramón, Godot de cabotaje cuya llegada siempre se anuncia y jamás se concreta. Hay dos chicas desnudas en la cama –una de ellas con una capucha negra que no se sacará jamás– y un anestesista, un tipo con una cámara y un veterano ex bon vivant. Mientras esperan a Ramón, parecen dispuestos a cualquier fiesta. Y sin embargo prima el encierro, la artificialidad, el aire perversón, los juegos de poder y algún episodio de sangre, redondeando una película que parece casi un insulto contra la corriente más realista del Nuevo Cine Argentino.
A esa corriente honra –a la vez que la abre, la enrarece y complejiza– Una de dos, admirable debut de Alejo Taube. Filmada en digital y súper 16, ampliada luego a 35 mm, la obra de Taube –la escribió, dirigió, produjo y editó– es de una ambición infrecuente para el cine argentino hecho por jóvenes. En contra de todo minimalismo y medianía, Taube se propone narrar el estado del país en momentos en que todo se derrumbaba (diciembre 2001), desde el pequeño microcosmos de un pueblito no identificado de Buenos Aires, en las inmediaciones de Luján. Protagonizada por un par de actores icónicos del cine argentino “fierita” (los notables Jorge Sesán, el rubio de Pizza, birra, faso, y Ariel Staltari, el paseador de perros de Okupas), pero también por Jimena Anganuzzi, actriz de neto cuño teatral, y un elenco de excelentes actores desconocidos, en la elección del cast Taube parece estar anunciando la clase de cruces que alimentan su película.
Film polifónico, Una de dos parece querer darles voz a todos: al pibe que se corta solo y vive de transas poco limpias, la maestra de pueblo que cuida de una madre alcohólica, el carnicero que se quedó sin crédito, el delegado fabril que todavía cree en la fuerza del número, el que anda en busca de un líder salvador. Pero no se trata de meras “representaciones sociales”, sino de personajes de carne y hueso, como lo demuestran los ardorosos encuentros de Sesán y Anganuzzi entre los yuyos (que Taube aprovecha para filmar una suerte de breve lírica campera). Si a esto se le suma la depurada gramática visual –con unos asombrosos fundidos a negro– y la generosidad con que el film se brinda a sus personajes, se tendrá uno de los más festejables debut del reciente cine argentino.
El amor, primera parte se verá hoy a las 14 y el viernes a las 19 en el Hoyts 7. Sangrita, mañana a las 23 en el Hoyts 8 y el viernes a las 14.30 y domingo a las 14.15, en el Hoyts 7. Una de dos, hoy a las 18.30 y el viernes a las 18.15, en el Hoyts 6.
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