ESPECTáCULOS
› MAXIMILIANO GUERRA ESTRENA
“VUELO EN LIBERTAD”, CON GARCIA COMO INVITADO
“Estar con Charly es el sueño del pibe”
Tiene pinta de rockero y de chico jugó en las inferiores de River, aunque finalmente se decidió por la danza. Entre los invitados de Guerra para su nuevo espectáculo estará Charly, que presentará la música que compuso para una de las obras del programa.
› Por Silvina Friera
Es una mezcla de rey y de reo, con pelo largo, barba y pinta de rockero. Sobre el escenario, cuando baila, cuando salta, su linaje real, su distinción y su estilo son incuestionables y el público se queda extasiado ante su estampa. Su forma frontal de hablar, sin rodeos ni piruetas lingüísticas, revela que Maximiliano Guerra es antes que nada un pibe de barrio que pateó las calles de Almagro, barrio en el que creció y en el que vive –desde que decidió establecerse nuevamente en el país hace un año–, en una casa abierta a los asados con vino tinto. Fanático de River, Guerra jugó en las inferiores del club desde los cinco hasta los once años (dice que era bueno, rápido y hacía goles), pero optó por el ballet, y no se arrepiente. A los 14 ya había bailado en el teatro Colón y en el teatro Argentino de La Plata y desde entonces nunca paró de crecer y de bailar. Vuelo en libertad, espectáculo que Guerra estrena junto con su compañía, el Ballet del Mercosur, hoy a las 21 en el teatro Opera, en cuatro únicas funciones, tendrá como estrella invitada a la bailarina Mora Godoy, al quinteto Tangoloco y a Charly García, que presentará la música que compuso para Si, una de las obras del programa.
Guerra, entusiasmado cuando confirma la presencia de Charly en Vuelo en libertad, pide una cerveza y fuma, acaso para celebrar el sueño que está a punto de cumplir. El nuevo espectáculo, un programa que contiene obras compuestas por Bon Jovi, Aerosmith, Lennon-McCartney, Astor Piazzolla y Charly, enlaza, como suele acostumbrar el bailarín, la danza clásica, el rock y el tango. “Lo de Charly es la cereza de la torta”, dice el bailarín en la entrevista con Página/12. “Un día, en un arrebato de locura, lo llamé al amigo Charly y le dije: ‘Yo quiero hacer esto, ¿te va?’. ‘Venite a casa’, me contestó. Fui a su casa, le conté y me dijo que sí. El sí, además de ser una nota en la escala musical, es la palabra más positiva que existe sobre la tierra. Es una obra que tiene que ver con la violencia y con las diferencias sociales. En realidad, no quiero anticipar mucho porque prefiero que lo vea el público”, se disculpa el bailarín, que hizo la coreografía del Himno Nacional en la atrevida versión de Charly. “Para mí es el sueño del pibe que Charly esté tocando en el escenario y yo esté bailando”, confiesa Guerra.
–¿Usted fue el primer bailarín que incorporó el rock en las coreografías?
–El primer rock and roll que se bailó sobre el escenario con técnica clásica fue uno mío. También interpreté, por primera vez en un escenario, a Charly García. Tuve el coraje, la valentía y la lucidez de decir “quiero hacer esto” porque sé que a la gente le a va gustar. Quizás es porque soy un tipo de barrio, de mucha calle.
–¿Esta característica suya resultó fácil de digerir para sus colegas?
–Lo importante de un espectáculo de danza es lo que te llevás en la memoria. En la memoria probablemente te quede también el virtuosismo de un bailarín o de dos. Pero eso se te cae rápidamente. Si vos al otro día te vas a trabajar y te acordás de que lo que viste te emocionó, que te movió, que te tuvo sentado al borde del asiento porque querías ver lo que pasaba después, eso no te lo olvidás nunca. Esa transmisión, dejar algo en la memoria de los otros, es lo que trato de darle a mi compañía. Todos los bailarines tenemos que tomar clases para estirar mejor las piernas, para saltar más, para girar más, porque el perfeccionamiento no es una rutina que podamos abandonar. Pero dejando esto de lado, cuando hacemos una coreografía y contamos una idea, tiene que tener esa carga social, eso que le deje a la gente la espina clavada.
–¿Cómo compone una obra para que el público se quede con algo en la memoria?
–Cuando creo mis obras lo hago a través de la inspiración que me da una música o de algo que quise decir. Pero lo que quiero decir lo descubro cuando la obra está terminada. Ahí es cuando les paso a mis bailarines lo que vi y los dejo en libertad para que ellos la vean como quieran. Necesito que introduzcan algo de ellos porque es lo que se va a llevar el público. Cuando vos hablás generás algo en el otro. Si vos me hablás fríamente, me quedo con las palabras que dijiste; si hablás con emoción, conservo el contenido verdadero de eso que estás diciendo. Y eso es el decir. Y con la danza decimos.
–¿Introduce imágenes o vivencias del barrio en sus coreografías aunque no sea evidente o explícito?
–En By pass, un homenaje al doctor René Favaloro, el tercer movimiento se llama La ciudad. Cuando la empecé a montar, me di cuenta de todo lo que había puesto: la cosa más tierna, maravillosa y milagrosa que hay en el mundo que es el nacimiento de un hijo, un parto, en un rincón y adelante, uno que se está drogando y tomando alcohol y en el fondo dos bailarinas árabes prostitutas. La creatividad reside en tomar trozos de tu vida y colocarlos en un escenario. Es un desgarro cada vez y es una revolución. Pero es fantástico.
–¿Cuál fue la primera imagen de un espectáculo de danza que quedó marcada en su memoria?
–Espartaco, en la que bailaba Vladimir Vassiliev, me dejó sin aliento, porque aparte de ser criado muy libremente, siempre tuve un poquito de rebeldía. Y Espartaco me pegó en el sentido de que descubrí que se podía bailar lo que yo sentía.
–¿Cómo plasma esa rebeldía en Vuelo en libertad?
–Salvo Paquita que es la más tradicional, todo lo demás es de una gran rebeldía, un gran discurso. Los tangos tienen que ver con que soy un bailarín clásico y sin embargo me pongo a bailar tango porque creo que es nuestro, por lo menos mío, de Buenos Aires, de mi barrio. También hay una agresividad y un cambio desde lo violento pasando por lo sensual y llegando hasta lo angelical en Si.
–¿Cómo llegó el tango a su vida?
–Como danza, en un momento decidí hacerlo sobre el escenario conscientemente. El tango como música estuvo siempre. Tenía 3 años y mi papá le llevaba los arreglos que le hacía a Pichuco (Aníbal Troilo). Mi papá se iba a cobrar al fondo y yo me quedaba sentado al pie del escenario mirando a Pichuco tocar el bandoneón. Eso es para mí el tango. El tango es mi sangre, mi vena y mi corazón.
–¿Le costó que el público se acostumbrara a los cruces con el tango y el rock?
–Al principio me costó que aceptaran, pero como lo hice paulatinamente, la gente fue respondiendo y acompañándome, no sé si es por el nivel de los espectáculos o porque la gente no deja de ser hincha de... Pero creo que de todas formas es una propuesta que les hacía falta, que ver danza no es ver bailarines en el Colón, que la danza es ver cuerpos bailando, expresando y diciendo cosas. Hay mucha gente que va al teatro Opera y que no va al Colón porque prefiere mantenerse lejos.
–¿Por qué decidió volver a vivir en la Argentina?
–Hay un país con grandes posibilidades, que tiene mucho para hacer y de todo ese mucho un poquito puedo aportar. Quiero devolverle a mi país la posibilidad que me dio cuando era chico de concretar mis ilusiones y mis deseos. Así de simple... hacer una apuesta grossa que es la del Ballet del Mercosur, una compañía formada por bailarines argentinos a los que les paso mis experiencias. No me gusta decir “enseñar” sino transmitirles mis experiencias, contarles cómo fue mi vida, por qué hay que hacer determinadas cosas y por qué no hay que hacer otras.
–¿La danza está atravesando en general un buen momento?
–Sí, en la Argentina la danza está viviendo un auge muy importante, en cuanto a los nombres y espectáculos que generan esos nombres, pero en el Colón no. No hay organización y no hay producción.
–¿Cómo se resuelve eso? Los bailarines suelen quejarse de que no se puede desarrollar una carrera en un cuerpo estable que realiza pocas funciones durante el año.
–Con lo que cobran, primero que nada, no se tienen que quejar. Se podría resolver a través de una política cultural en serio. El Colón lo pagamos todos nosotros, entonces exijamos que el Colón funcione para nosotros, para la gente, que hagan los ballets y la cantidad de funciones que tienen que hacer. El Colón, como cualquier teatro de ese nivel en el mundo, tiene que estar abierto todos los días, no puede estar cerrado dos semanas porque tienen que ensayar una ópera. ¡Chau, después de esto no vuelvo a bailar nunca más en el Colón! (Risas.)
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