ESPECTáCULOS
› RAUL RUIZ, DE VISITA EN ARGENTINA PARA UNA RETROSPECTIVA DE SU OBRA
“Esto es como venir a mi funeral”
“El cine no es como la bicicleta sino como el piano, hay que practicar todos los días”, dice el realizador chileno, que pudo venir al Festival por obra del azar. Además, en estos días la muestra propone interesantes visiones cinematográficas sobre Montoneros y el conflicto judeo-palestino.
› Por Martín Pérez
Cuando se comenzó a planear la idea de realizar un ciclo dedicado a Raúl Ruiz dentro de esta sexta edición del Festival Internacional de Cine Independiente porteño, el director chileno afincado en Francia debía estar filmando en Rumania. Fue entonces cuando dentro de la organización alguien planteó, jocosamente, la idea de armar una retrospectiva recurrente, que se repitiese año tras año. Y que se iba a titular Esperando a Ruiz. Una idea a la altura de su cine. Pero, aún más apropiadamente, a último momento la película en Rumania se postergó, así que Ruiz vino a filmar otro proyecto a Chile. Y decidió no hacer esperar a nadie, y visitar Buenos Aires. “Es muy raro estar presente en un Festival donde dan una retrospectiva de tu trabajo”, confiesa, y sonríe. “Es algo así como tener el privilegio de asistir a tu propio funeral.”
Un auténtico mito cinematográfico chileno, pero largamente ausente en Chile, Raúl Ruiz debutó en el largometraje con Tres Tristes Tigres (1968), la película que abre su retrospectiva en el Festival. Pero con el tiempo terminó instalándose tan definitivamente en Francia que su nombre ganó una letra más, que muchas veces equivocadamente se reproduce cuando regresa al mundo latino. “Me hago llamar Raoul en Francia, ya que así es como se dice Raúl allí. Sino me transformo en Rol y después en Pol y comienzan los problemas con las computadoras”, dice Ruiz, cuya obra es tan reconocida en Francia al punto que todos los actores de prestigio suelen esforzarse por participar de sus películas. “Hubo una época en que Catherine Deneuve me insistía para que la nombrase si tenía problemas con algún proyecto”, cuenta. “Y entonces enseguida aparecía la plata que hacía falta. Ahora eso ya no pasa tanto, pero yo creo que ese respeto fue un premio a la intransigencia. Porque Francia es un país de intransigentes, así que la intransigencia es considerada como algo positivo. No sucede lo mismo en Estados Unidos, por cierto.” Y tampoco en Chile, donde la obra de Ruiz suele ser mirada con cierta sospecha. “No me tratan mal, pero los chilenos suelen usar las mismas palabras para elogiar como para denostar.”
–A pesar de ser un reconocido cineasta de autor, lo curioso es que suele filmar con más asiduidad que uno comercial...
–Quiero aclarar que en términos políticos, por así decirlo, ser un cineasta comercial es algo mucho más difícil. En Estados Unidos, me parece, la media es hacer una película cada cinco años. Y un cineasta al que le va bien suele filmar cada tres. Y he de decir que en tres años a uno se le olvida todo. Porque el cine no es como la bicicleta sino que es como el piano: hay que practicar todos los días.
–Joe Dante se quejaba hace poco que cuando un cineasta tarda cinco años entre una película y la siguiente, la gente suele pensar que todo ese tiempo se fue de vacaciones...
–Y no es así: lo que sucede es que se pasan todos esos años llamando por teléfono, tratando de reunir el dinero necesario para hacer una película...
–Usted no parece tener ese problema.
–Yo me demoro un poco menos porque mis costos son distintos, y porque Europa es otra cosa, aun cuando se haya americanizado bastante. Porque es un mundo de comisiones y jurados. Algo que a Balzac le daba mucha rabia. Hablando del siglo XIX, decía que todas las desgracias del arte habían comenzado en 1746 y que el culpable era el hermano de Madame Pompadour, que inventó el sistema de jurados. Porque en los jurados se compara lo que es comparable, mientras que el verdadero arte nunca es comparable...
–Algo que sucede con sus películas, que por lo general sólo son comparables entre sí... e incluso disfrutables de esa manera.
–(Se ríe.) Es que de mis películas se podría decir que son todas una misma película.
–Sin ir más lejos, en Palomita blanca se pueden ver cosas que luego utilizó en El tiempo recobrado, tres décadas más tarde.
–Por supuesto. Por ejemplo en una larga secuencia en la cual hay tres planos de sonido que coexisten. Es cierto: muchas de las cosas que hice después estaban en Palomita blanca, y yo diría que también en todo el período que es el más experimental de mi carrera, cuando trabajé para el Instituto Nacional del Audiovisual, en Chile, donde había un departamento que se dedicaba a hacer películas experimentales, pero con una estructura semi-industrial...
–¿Cómo es su relación actual con Chile?
–Ultimamente estoy trabajando mucho más en Chile, así que la relación es mucho más normal. Antes uno iba a Chile como quien iba a un burdel: a farrear con los amigos. Pero ahora los amigos han envejecido, ya no pueden farrear mucho. O se han empobrecido, o se han muerto...
–En una de sus últimas películas, cuyo estreno comercial local ha sido anunciado recientemente, usted hace un extraño paralelismo entre Suiza y Chile.
–La película se llama Ce Jour-là y es un pastiche de Friedrich Dürrenmatt. Que no tiene nada que ver con sus obras, pero tiene todo su estilo. Y lo que sucede es que hay muchas cosas que Dürrenmatt dice de Suiza que se corresponden con Chile. Por ejemplo, una vez Vaclav Havel fue a Suiza en sus tiempos de disidente, a pedir ayuda para los presos por delito de opinión en Checoslovaquia. Dürrenmatt le dijo: Señor, ¿usted se ha dado cuenta de que no se ven policías en Suiza? Bueno, eso sucede porque todos los suizos son policías. ¿Se ha dado cuenta que en Suiza no hay prisión por delito de opinión? Bueno, porque Suiza es una prisión y porque aquí la gente no tiene opiniones... ¡Y eso sí que es muy aplicable a Chile! (Risas.) Porque los chilenos practican la multiopinión. O sea: tienen todas las opiniones posible sobre un tema, es decir que no tienen ninguna.
–Después de tantos años en Europa tal vez no sea tan evidente, pero su cine entonces sigue siendo esencialmente chileno.
–Como dijo un amigo: eso no se quita ni siquiera yendo a Lourdes.
–¿Qué recuerdos le despierta esta visita porteña?
–Me da ganas de filmar en Buenos Aires. Quiero hacer una película que dejé inconclusa cuarenta años atrás. Yo era muy joven, pero conseguí que un actor tan importante como Lautaro Murúa trabajase conmigo. La película sucedía toda dentro de un Wolkswagen: un hombre grande viajaba en un auto chico, y se iba perdiendo por la ciudad... lo envolvían microelementos, era casi una historia de Bioy Casares. Pero no se pudo hacer porque hubo un accidente muy tonto y se quemó el auto. Quedó algo filmado de esa experiencia, pero desde entonces me quedé con ganas de rehacerla...
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