ESPECTáCULOS
Un amanecer de pesadilla en un shopping sangriento
La remake del clásico film de zombies de George A. Romero le hace honor al género, incluye secuencias memorables y prueba de que no es una de terror cualquiera, sino una de las buenas.
Por H. B.
Despertar en medio de la noche y ser atacado por la propia hija, cubierta de sangre y con hambre de carne humana. Ver cómo se tira encima del padre, lo muerde y lo asesina, y ser luego testigo de cómo el muerto se viene encima, con las mismas ganas de matar que la hija. Huir por una claraboya, salir a la calle y encontrar el lugar en el que uno vive semidespoblado e irreconocible. Los vecinos se atacan y matan entre sí, los asesinados se incorporan y salen en busca de carne fresca. A lo lejos, focos de incendio, caos y destrucción. Amanece: el mundo como la peor de las pesadillas. Casi una película aparte, modelo perfecto de exposición y crecimiento dramático y visual, la larga secuencia introductoria de El amanecer de los muertos –sin ninguna duda la mejor que se haya visto en años, no sólo en el género de terror– es la más acabada materialización del peor de los sueños. Y el resto de la película le hace honor a su comienzo.
Remake de la película homónima que en 1978 dirigió ese revivificador del género de zombies (por paradójico que esto suene) llamado George Romero, El amanecer de los muertos se focaliza en un pequeño grupo de sobrevivientes que quieren seguir vivos, aunque hordas de zombies hambrientos los tengan sitiados. El esquema es el mismo de tantas fábulas posnucleares, el mismo también de El regreso de los muertos vivos, la película con la que Romero dio inicio a su célebre trilogía de los muertos (de la cual ésta es la del medio, anterior a El día de los muertos). Si a lo que se apunta en todos estos casos es a transmitir la sensación de encierro en un último refugio, lo que cambia es el lugar del asedio: mientras en la primera parte de la trilogía se trataba de una casa, aquí es un shopping. Que un lugar como éste –con su música estilo muzak y sus locales inútilmente relucientes– represente el último reducto de la civilización le da a la película un filo cruelmente irónico, que cierto diálogo al paso no hace más que acentuar. “¿Por qué vienen acá?”, pregunta uno de los sitiados a un compañero, observando desde la terraza del shopping los centenares de tipos pálidos, de mirada ausente y ojos inyectados en sangre, que llenan de a poco la playa de estacionamiento. “Por una cuestión de memoria, supongo. O por instinto.”
De todos modos y confirmando las tendencias más recientes del género, la ópera prima de Zack Snyder no cede un palmo a la coartada irónico paródica, el chistecito o el permanente guiño hacia un espectador descreído o avisado. De modo llamativo por tratarse de un cineasta proveniente de un género tan bastardo como la publicidad, Snyder narra con la convicción de quien verdaderamente cree en lo que está contando. Y la transmite al espectador, que corre serio riesgo de sentirse ahogado, acorralado y perseguido. Muy criterioso, Snyder reserva el humor para los momentos de descanso, se olvida de cualquier innecesario chichecito visual, administra el ritmo y escancia sabiamente los shocks sangrientos, distribuyéndolos en su medida y armoniosamente. Apenas se permite, casi como un recreo, un desconcertante quiebre en la narración, cuando de pronto sobreviene un extraño clip con música a lo Sinatra, que parece salido de otra película.
Por lo demás, a la vez que subvierte sangrientamente la idea del núcleo familiar como último refugio (duplicando la de por sí impresionante secuencia inicial con cierto parto guiñolesco que sobreviene más adelante), la película de Snyder opone la solidaridad de unos al individualismo de otros y hace aparecer como sus verdaderos villanos no a los pobres zombies (que, al fin y al cabo, son esclavos de su propia condición) sino a quienes no hacen honor al género humano: aquel a quien los demás le importan un bledo y el agente de seguridad misógino y retrógado. Algo más discutible, en tal caso, es el hecho de que un policía aparezca como representante de la sensatez y el respeto por el prójimo, así como ciertas posiciones religiosas que no se ven cuestionadas. Pero una película de terror que le da a la intimidad de sus personajes el lugar que aquí recibe una de las protagonistas –que, en una escena de recogimiento totalmente infrecuente para el género, tendrá su duelo a solas– no es una de terror más. Es una de terror, sí, pero de las buenas.