ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A FERNANDO SAVATER, EL FILOSOFO MAS MEDIATICO
“Todos tenemos dudas filosóficas”
Hoy a las 20.30 presenta en la Feria Los diez mandamientos en el siglo XXI, producto de sus reflexiones y entrevistas televisivas. En este diálogo se interna en los valores que siguen rigiendo la vida cotidiana.
› Por Silvina Friera
La ley primera en el mundo del filósofo Fernando Savater es su agnosticismo confeso y militante. Acaso por la impunidad que le otorga esta pertenencia, el profesor de la Universidad Complutense de Madrid se desplaza de punta a punta por el decálogo divino, otrora eficaz regulador social, que en su tierna infancia debía respetar a pie juntillas. Lo que para otros podría representar una pérdida de tiempo o un anacronismo –¿tiene sentido preguntarse por la vigencia de los mandamientos?–, para él fue ordenar las barajas y poner las cosas en su lugar apelando a la ironía. Los diez mandamientos en el siglo XXI, publicado por Sudamericana, es la versión impresa de un programa de televisión en el que Savater desglosó emisión tras emisión el talón de Aquiles de cada uno de los tópicos culturales del decálogo. El libro y el ciclo no proponen un crucigrama intelectual temerario. El autor de Etica para amador ensambla las explicaciones históricas –la ambigua prohibición de robar o el deber de honrar a los progenitores– con las interpelaciones mordaces de su puño y letra.
“¿Estás seguro de que uno puede hablar sin mentir? Ya sabes lo que dijo Goethe, que tú nos concediste la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos”, increpa el filósofo, escritor y periodista a Dios. Con los mismos lentes de marcos colorados que usaba en Savater 10 M (ciclo que emitió Canal (á) en octubre del año pasado), uno de los filósofos best seller de los últimos años se entrega al diálogo.
–Las sociedades occidentales siempre han necesitado un conjunto de leyes que las regulen, por ejemplo los mandamientos, que han ejercido un férreo control sobre las conciencias de los católicos. ¿Cómo ve este fenómeno un agnóstico?
–Las culturas pueden variar mucho a lo largo del tiempo, pero todas tienen una nítida distinción entre el bien y el mal. Los diez mandamientos son nuestra tradición, aunque evidentemente el catolicismo se ha basado en una interpretación eclesial de ese legado. Pero los mandamientos, aun sin tener la vigencia eclesiástica, han servido como referentes morales, como un cañamazo sobre el que se tejían las leyes divinas. Mal que bien, uno puede encontrar que todavía están ahí como trasfondo de nuestras leyes.
–¿Aunque huelen a viejo?
–Como los problemas que afrontan: que se maten unos a otros es tan viejo como la quijada del burro de Caín y sin embargo ahí están. La mayoría de los vicios humanos resultan viejos, incluso un poco más viejos que los mandamientos.
–La religión y la filosofía, más allá de las notables diferencias que las separan, aparecen como refugio frente a la desesperación, la soledad...
–Es que los seres humanos han vivido siempre así. Un ser que se sabe mortal y cuyos deseos son frustrados por la realidad tiene que buscar compensaciones en la religión, en la filosofía, en el deporte, para aliviar una vida cuya realidad es inferior a las expectativas.
–¿En qué sentido compensa la filosofía?
–Simplemente nos ayuda a convivir con nuestras preguntas irresolubles. Nosotros nos planteamos preguntas instrumentales, destinadas a ayudar o dejar hacer ciertas cosas, pero hay otras preguntas que no son instrumentales y que da igual que las contestemos porque no van a influir en nuestras vidas, como las preguntas sobre la muerte, el universo o el tiempo. Sin embargo, la filosofía contribuye a que nos entendamos mejor a nosotros mismos dentro de este mundo. A mí me gustaba la literatura antes que nada, pero cuando tenía 15 o 16 años descubrí autores como Bertrand Russell o Nietzsche y comencé a interesarme por esas cuestiones.
–En los últimos años, la filosofía ha ampliado su campo de recepción del mundo académico hacia el común de la gente.
–Es que los temas de la filosofía le interesan a todo el mundo. No he conocido nunca a nadie que no le interese la muerte, la libertad o el derecho a vivir. El problema es que la gente cuando se acerca a los libros de filosofía y no los comprende, los abandona, como sucede con la economía. A todos nos preocupan los problemas económicos porque tenemos que llegar a fin de mes, pero la mayoría de nosotros no sabemos ni leer las páginas económicas de los diarios.
–Si bien la filosofía plantea respuestas que ayudan a comprender lo que somos, ¿qué interrogantes se puede plantear ante problemas como el terrorismo?
–La filosofía pretende comprender, no resolver; por eso es lo contrario a un libro de autoayuda, en donde te dicen cómo podés conquistar a la vecina del quinto piso. La filosofía te hace entrar en nuevas dudas, y hace más compleja la realidad. Aunque el terror no podamos resolverlo, debemos plantearnos qué significa que el terror sea uno de los grandes instrumentos de domesticación del ser humano.
–Desde el punto de vista político, ¿cómo se enfrenta esta cuestión cuando para algunos grupos el valor de la vida es inferior al de sus ideas, cuando no dudan en inmolarse al mismo tiempo que matan a otros?
–Es una pregunta grave, porque una persona que no teme morir es invencible. Los seres humanos somos controlables porque todos tememos a la muerte. Pero a alguien que le da igual morir, contra ése, salvo destruirlo, no hay otra cosa. Ahí hay una nueva batalla en la que aparecen involucradas cuestiones religiosas, ideológicas y prácticas políticas. Fíjate que la mayoría de esos atentados no los han perpetrado personas desesperadas, como sucede en Medio Oriente, en donde la bomba en el autobús israelí la pone un chico de 17 o 18 años, que ha nacido en un contexto de campo de concentración, sin trabajo, sin expectativas de nada. Pero ni los atentados del 11 de septiembre ni los de Atocha fueron ejecutados por gente que estuviera en ese estado de desesperación. El cabecilla de los atentados de Atocha había recibido 50.000 euros en becas de estudio del gobierno español.
–¿Este es un momento de mucha intolerancia y de baja aceptación de otras culturas?
–No, creo que nuestras sociedades son más tolerantes que nunca. Las sociedades antiguas eran muchísimo más intolerantes. En primer lugar no tenían ningún complejo de ser intolerantes, en cambio, nosotros tenemos el complejo de que hay que ser tolerantes.
–Si las sociedades occidentales se fundaron a partir de los valores de la Revolución Francesa, la libertad, la igualdad y la fraternidad, ¿qué perdura de aquellos lemas? ¿Han sido reemplazados por otros valores?
–Deberían tener valor, pero de esa tríada que tú señalabas hay un caso muy curioso. Ahora se diría libertad, diversidad y fraternidad. La igualdad está mal vista, aunque es mucho más revolucionaria que la diversidad. Ha habido una corrupción de ese valor por trivialización de los contenidos. La verdadera riqueza humana es la de los parecidos, gracias a lo cual podemos hablar los seres de distintas culturas, de distintos sexos, de distintos países, de distintas razas. La riqueza humana es nuestra semejanza y no nuestra diversidad.
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