Mié 28.04.2004

ESPECTáCULOS  › “LAS SACRIFICADAS”, DE HORACIO QUIROGA, EN EL TEATRO CERVANTES

Historia de amor, castigo y muerte

La pieza dirigida por Roberto Villanueva refleja un infierno chico en donde reinan la soledad, la enfermedad y la frustración.

› Por Hilda Cabrera

La fortuna que posee el doctor Nebel no proviene del propio trabajo. ¡Cuántos se quedaron en la calle por él! Esto no lo olvida Julia de Arrizábal al ver que su hija es menospreciada por ese Nebel, patrón de un poderoso establecimiento de provincia y cuyo hijo Octavio se muestra enamorado de la niña. “Hipócritas todos”, condena esta mujer que halla alivio para sus infinitos males en la morfina. Intérprete de esta Julia, la destacable Tina Serrano dice que el suyo es un personaje que requiere gran concentración. Se trata de una “madre manejadora”, a la que debe enriquecer con una actuación precisa. La apuesta es “alcanzar el punto de equilibrio en un melodrama atravesado por misterios, sugestiones y una gran sensibilidad social”. Su aporte básico es el de una actriz entregada: “Estudio mucho y respeto los silencios. Actúo como si estuviera frente a una partitura”, dice, en diálogo con Página/12. Esta obra de difícil realización no es otra que Las sacrificadas (1920), del poeta y narrador uruguayo Horacio Quiroga, que le surgió a éste a partir de un relato propio, incluido en su libro Cuentos de amor, de locura y de muerte.
La pieza, que acaba de estrenarse en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815), dirigida por Roberto Villanueva, muestra a dos mujeres en conflicto con el asfixiante entorno en el que viven. La hija Lidia (papel que compone Julieta Ortega) es, dentro de esta historia familiar marcada por lo fatal, quien flirtea a la manera de una púber con el arrebatado Octavio (“¿Tiene muchas ganas de casarse? Con usted, sí. ¡Más fuerte! No se oye una palabra. Con usted, sí. ¡Ah, menos mal! ¡Muchas gracias! ¿Lo que se dice, realmente mucha?”). El realismo de esta pieza de Quiroga es sin embargo trastrocado por la puesta de Roberto Villanueva, creador de más de cien montajes, todos ellos con una impronta experimental, concretados en la Argentina, Brasil, Francia y España.
“Es el arte y la habilidad escénica de Roberto lo que hace de esta obra un entramado que no se cierra nunca y se parece a un cuento con final abierto”, puntualiza Serrano, actriz en varios trabajos de este premiado director, que subraya además el aspecto social de esta historia de Quiroga, quien nació en Salto (Uruguay) en 1878 y realizó constantes viajes a Montevideo, Buenos Aires y Córdoba antes de instalarse en Misiones. El paisaje se introduce tanto en los relatos de este autor único como en Las sacrificadas, cuya atmósfera es la de un “pueblo chico”, primero entrerriano y luego chaqueño. Fue justamente en el Chaco donde Quiroga fracasó en su intento de encarar una plantación de algodón. Cuando más tarde fue nombrado juez de paz, empezó a trascender con sus cuentos, influidos por autores tan particulares como el ruso Fedor Dostoievsky, el inglés Rudyard Kipling (que nació en la India), los estadounidenses Jack London y Edgar Allan Poe y el francés Guy de Maupassant. Autor de poemas (reunidos en Los arrecifes de coral, de 1901; de las novelas Historia de amor turbio, de 1908, y Pasado amor, de 1929), creador de relatos memorables, Quiroga escribió (según se sabe hasta hoy) sólo dos piezas teatrales, la satírica El soldado y Las sacrificadas, que fue llevada a escena por primera vez en 1921, en el mítico Teatro Apolo, construido en 1888 en la avenida Corrientes al 1300 y demolido en 1960.
“La soledad, el miedo a lo desconocido, la frustración y la enfermedad” están presentes en este estreno en el Cervantes. Temas que no extrañan en un artista marcado por la fatalidad, que se suicidó en 1937, una decisión que también tomaron años después su hija Egle (en 1939) y su hijo Darío. Los suyos son personajes tensados, metidos en conflictos insolubles. Sobre este punto, Tina Serrano agradece las delicadezas del director Villanueva, dispuesto siempre “a darle tiempo al intérprete para que profundice en su inconsciente y pueda armar su personaje con tranquilidad”. En su relación artística con Villanueva, la actriz (también directora de obras experimentales) acredita trabajos relevantes: Las Traviatas (en Francia), Yo me bajo en la próxima, y, entre otras colaboraciones con Villanueva, su “marcación” de tres personajes de El Plauto (en el sentido de elaborarlos pero no de actuarlos). Se la recuerda en su composición de la reina incaica y ciega, Tac Toc, una caníbal que espera la visita de una rata española en La Pirámide, de Copi. Otro descollante papel suyo fue en Almuerzo en casa de Ludwig W., de Thomas Bernhard, referida a tres hermanos: dos actrices y un Ludwig que no era otro que el célebre filósofo Wittgenstein. Así como en aquella obra se recordaba con sarcasmo a una madre, mujer de un rico industrial que “ahogó los pensamientos de sus hijos en sopa”, en Las sacrificadas la morfinómana Julia de Arrizábal aplasta con sus errores a una hija indefensa.
En toda esta historia, uno de los aspectos más dramáticos es la aceptación de que el dolor que se le inflige a otro tiene un carácter depurador: “Aparece la idea de rito, castigo y revelación. Toda la obra posee la densidad de la muerte en un pueblo apartado”, observa Serrano sobre este trabajo que cuenta con un elenco integrado por Rafael Ferro, Jean Pierre Regueraz, Pablo Rinaldi, Mariana Richaudeau y Diego Pedrero. Un ejemplo de esa idea de castigo es la respuesta de Julia, cuando madre e hija, ya en el tramo final de la obra, se encuentran, invitadas por Octavio, en una propiedad chaqueña de éste: “Estoy reuniendo todas las amarguras de mi vida para concluir de una vez”, dice la mujer, que clama por la morfina que el ex enamorado de su hija le niega, aseverando: “La poca fuerza que le queda es para sufrir”.

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