Mié 28.04.2004

ESPECTáCULOS

Julio Cortázar, un tema sin edad

En la charla Continuidad de los Julios, Elvio Gandolfo, Liliana Heker, Juan Sasturain y Pedro Mairal evocaron sus primeros acercamientos a la obra de Cortázar e intercambiaron opiniones sobre sus cuentos y novelas.

Por Angel Berlanga

Juan Sasturain, Liliana Heker, Elvio Gandolfo y Pedro Mairal, los cuatro escritores que hablaron sobre él, y las doscientas personas que colmaron la sala que lleva su nombre en la Feria, constituyeron por sí mismos una muestra más de la evidente potencia del nombre del encuentro: Continuidad de los Julios. El título, que más bien aludía a la que pudiera existir entre las novelas y los cuentos de Cortázar, se cristalizó perfectamente con una secuencia temporal que recorrió seis décadas. Y que arrancó con una imagen de Cortázar de los ’40 en Buenos Aires o los ’50 en París, solitario, edificando en sus cuadernitos mundos fantásticos, los primeros cuentos que publicaría. A continuación, tramos de las respuestas a la pregunta que Sasturain hizo a sus colegas: cuándo lo descubrieron. “A principios de los ’60 yo tenía 17 años y estaba en la revista El grillo de papel –contó Heker–, y Cortázar era un desconocido. Cuando lo leí me deslumbró: ahí vi la posibilidad de hacer literatura; Los venenos me impulsó a escribir mi primer cuento.” El relato de Gandolfo se ubicó algo más adelante: “Trabajaba en una imprenta de Rosario, en un empleo que me permitía leer; yo era un de lector bulímico, me atraía mucho la literatura fantástica. Cuando leí Bestiario, y sobre todo ‘Circe’, me partió el cráneo”. El recuerdo de Mairal es de fines de los ’80: “Como simulaba ante mi familia que estudiaba Medicina, iba a leer a un bar de Ciudad Universitaria”, contó. “Un amigo me prestó una antología que Cortázar había hecho de sus cuentos; yo veía que en sus relatos había siempre un lado A y un lado B, lo real y lo fantástico, y ahí, mientras veía los camalotes y las ratas desde la ventana, lo leía y releía para ver cómo hacía ese pasaje entre un lado y otro.”
Sasturain sacó las primeras conclusiones: “Que nos gustan más los cuentos que las novelas; que todos lo leímos más o menos a la misma edad, alrededor de los 20 años, y que invita a escribir: uno lee a Camus y quiere cambiar su vida, pero lee a Cortázar y quiere escribir”. Claro que no todas fueron flores y coincidencias; Gandolfo, por ejemplo, destacó la calidad “como cuentista, corresponsal y ensayista”, pero se declaró indiferente ante Casa tomada y El perseguidor, cuestionó el “tono pedantón” y los tramos de teoría de Los premios y relativizó a Rayuela como novela: “Para mí contiene 7 u 8 cuentos siderales. En una reunión, Ricardo Piglia se preguntó qué pasaría si Cortázar la llevara hoy a una editorial. Y yo, como editor, le diría: ‘¿Estos son los capítulos prescindibles? Entonces tiralos a la basura’”. Con lo de los tramos notables de Rayuela coincidieron Mairal y Heker; la escritora coincidió en la brillantez de El perseguidor junto a Sasturain, el más apasionado simpatizante de Cortázar: “Antes de Rayuela o de Casa tomada acá no se había escrito nada parecido a eso. No hay cinco escritores como Cortázar en la literatura argentina: estamos hablando de él porque es un grande”.
Más como sintomáticas de lo social que desde lo literario: ese abordaje propuso Sasturain para las novelas de Cortázar. “Los premios puede leerse como radiografía de la clase media argentina; Rayuela, a la que él definió como ‘construida contra la realidad’, trata de desarrollar la idea de que puede haber otra cosa; 62 Modelo para armar es un rompecabezas literario; y Libro de Manuel es un ejercicio de cómo hacer literatura e incluir dentro de ella el desafío del compromiso.” “Las novelas pierden la compresión que tienen los cuentos”, opinó Mairal, y destacó el tratamiento poético y lúdico de Cortázar, especialmente en Manual de instrucciones, a los que vinculó con los trabajos de traducciones varias que Cortázar hizo en los años ’40. La secuencia arrancó ahí, con un Cortázar solitario y sus cuadernitos, y habría terminado seis décadas después, el viernes por la noche, cuando Sasturain dijo, sorprendido, que el tiempo se había acabado, cuando las doscientas personas se levantaron y se fueron, si no fuera porque el nombre del encuentro sigue teniendo significado y vigencia hasta la fecha que figura al pie de esta página. Y algún tiempo más también.

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